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lunes, 2 de enero de 2017

EL NACIMIENTO - SAINT-MARTIN


“Ha llegado el momento del nacimiento. Las fuerzas superiores, después de haber formado en nosotros, por el espíritu, la concepción de nuestro hijo espiritual, han decretado por su sabiduría que ha llegado el momento de darle el día. […] Y tú, hombre, no te ofendas al ver que naces en un establo y entre animales, porque solo naces en la humillación, mientras que antes existías en los abismos. Estos animales van a hacer por ti lo que tú deberías haber hecho por ellos si hubieses conservado tus derechos: van a calentarte con su aliento, como tú deberías haberlos calentado con tu espíritu y haberlos conservado por su carácter y sus formas primitivas. Pero hoy día es tu forma la que te conserva, mientras que en otro tiempo tú habrías debido conservar tu forma. [..] Que este hijo recién nacido se convierta para ti en el objeto de tus cuidados más constantes. Este hijo es amor y es amor Divino y todas las luces que se desarrollen en él no le llegan si no es por este mismo camino o, yo me atrevería a decir, por su nombre”.
- Saint-Martin

lunes, 8 de diciembre de 2014

VIRGA AUREA, CALENDARIO PERPETUO DE LA MAGIA NATURAL


CALENDARIO PERPETUO DE LA MAGIA NATURAL


En 1923 F. de Mély publicaba en Bruselas un conjunto de 5 planchas bajo el título de Virga Aurea atribuidas a Jacques-Bonaventure Hepburn d’Écosse, el cual dice:

“Hace una treintena de años…descubrí en los muelles una obra muy curiosa. Parecía compuesta de signos mágicos y cabalísticos, sin ningún valor filológico. Estaba formada de 5 grandes hojas en folio grabadas, de las cuales en las dos primeras se veían 72 alfabetos de lenguas muy diversas; las otras tres hojas reproducían formulas y figuras de la Cábala, la Astrología, la literomancia (1), y la Quiromancia. El titulo indicaba que había sido compuesta para el papa Pablo V por el hermano Jacques-Bonaventure Hepburn d’Écosse…”

(1) Literomancia: arte de adivinar por medio de las 24 letras del alfabeto griego.

La Virga Aurea fue por tanto realizada por el bibliotecario, lingüista y orientalista del Papa Pablo V en 1616.

El Calendarium naturale magicum es más antiguo. El ejemplar de la biblioteca Nacional es una versión del de Mély pues la firma figura sobre la plancha original. Esta da el nombre del autor Johann Baptist Grosschedel (quien publica también obras herméticas en 1629), la firma del grabador es de Théodore de Bry y el astrónomo Tycho Brahé es presentado como el inventor de la tabla, con la fecha de 1582 al lado. Por tanto el calendario fue sin duda impreso alrededor del siglo XVII. Existe una teoría en la cual se dice que la versión de Grosschedel sería una versión muy mejorada de un grabado de tipo astronómico efectivamente debido a Tycho Brahé, visto por última vez en Dinamarca al comienzo del siglo XIX, pero del cual falta información.

Por tanto parece que esta edición de Mély está constituida de dos partes distintas, la segunda motivo de esta entrada es:

Le Calendarium naturale magicum perpetuum profundissimarum rerum secretissimarum contemplationem, totiusque philosophiae cognitionem complectens, de Jean Baptiste Grosschedel (1620 Autor: I. B. Grossschedel ab Aicha – Thico Brahæ Inventor. 1582.). (Calendario perpetuo de la magia natural que abarca la totalidad de los conocimientos de la filosofía jamás expuestos), Parece que Tycho Brahé haya realizado los cálculos en 1582, y a continuación Grosschedel, habría copiado la tabla, lo que explica la indicación de que el astrónomo sea su inventor. Según Gilly, en efecto la referencia al citado Brahé no significa más que una cosa: que el Calendarium “imita” el método empleado por el astrónomo danés.

Compuesto de 3 hojas que miden más de cuatro metros de largo y unos dos metros de ancho, está compuesto de cuadros de caracteres y figuras simbólicas, astrológicas y mágicas, correspondiendo cada uno a los nombres de Dios, escritos en hebreo con 1, 2, 3, …10 o 12 letras, a la manera de los cabalistas. No existe el nombre de 11 letras porque “el número 11, era el del pecado y la penitencia”, sin ningún mérito, dice el texto.

Se encuentran en ellos, en particular, los nombres y los signos de los genios celestes, los sellos de los planetas y sus cuadrados mágicos, se ven también los signos del Zodiaco, con los nombres de sus ángeles, sus sellos y sus cuadrados o rectángulos numéricos muy misteriosos, que no se encuentran en ningún otro documento y que todavía no han sido explicados” (E. Cazalas).

Estos tres grabados mezclan los orígenes del esoterismo cristiano: La Cábala Cristiana, el Hermetismo, la Astrología, la Adivinación, lo Talismanico, y sobre todo lo que Henri Cornelius Agrippa y su padre espiritual, el Abad Jean Trithème, llamaba la “Magia Natural”. Cada cuadro asigna valores específicos, tanto simbólicos como mágicos, a la Unidad, al Binario, al Ternario, al Cuaternario, al Quinario, al Senario, al Septenario, al Octonario, al Novenario, al Denario y al Duodenario, a través del Mundo de los Arquetipos, el Mundo del Intelecto, el Mundo Celeste, el Mundo Elemental y el Mundo del Microcosmos.

Después del cuadro nº 11, una advertencia final termina la tercera hoja, y básicamente dice en latín:

“Aquellos que estudien de cerca y profundicen en lo que está escrito en nuestro Calendario podrán adquirir el conocimiento completo del arte mágico y una experiencia infalible. En cuanto a vosotros, miserables calumniadores, hijos de una ciega ignorancia y de una inepta maldad, ¡atrás!, Guardaos de aproximaros. Si es fácil criticar, lo es mucho menos imitar, y en materias tan importantes, es difícil atraer a muchos e imposible complacer a todos”

El nombre de Gosschedel no es un pseudónimo, se aplica a Johann Baptist von Grossschedl Aicha (1577 - 1630) un noble alemán, alquimista y escritor esotérico. Nacido en 1577, según un manuscrito de su horóscopo existente en el Museo Británico en el que también se le da el título Romanus eques (caballero romano), que sugiere era caballero del Sacro Imperio Romano germánico, o Freiherr, lo que sugiere su relación con la familia de dos hermanos Grossschedel, "Gebrüdern Groschedel" de Ratisbona, cuya elevación a la nobleza se le concedió en 1623, y que le fue confirmada a Franz von Grossschedl por Maximiliano II Emanuel, Elector de Baviera en 1691.

Aparte la obra mencionada, fue autor de: Proteus Mercurialis Geminus, Exhibens Naturam Metallorum, Frankfurt 1629 y Trifolium Hermeticum, oder Hermetisches Kleeblat (on the hermetic cloverleaf) Frankfurt 1629.



Prácticamente todo el texto anterior esta traducido y extractado de la web Ezo-Occult le Webzine d’Hermés (en francés), dirigida por Spartakus FreeMann.



martes, 25 de noviembre de 2014

EL AZUFRE EN LA BIBLIA



                                                


  EL AZUFRE EN LA BIBLIA


¿Alguna vez se han preguntado cuál es la importancia del azufre en la Biblia y por qué en la actualidad lo relacionamos equivocadamente con las fuerzas del mal?

En la Biblia se menciona en varias ocasiones algunos elementos bien conocidos ya en aquella época, tal es el caso del oro y la plata, además del hierro y el cobre; sin embargo, la mención de estos está relacionada con asuntos monetarios. Sin embargo, a nadie puede pasar desapercibido que el azufre tiene un lugar especial en los escritos bíblicos que nada tienen que ver con asuntos monetarios. El azufre, está relacionado pues con la destrucción y el castigo, un ejemplo muy claro son los pueblos de Sodoma y Gomorra que, según el libro de Génesis, fueron destruidos con una lluvia de azufre y fuego.

Sin embargo, la aparición del azufre dista mucho de ser exclusiva del Libro de Génesis. También hace su aparición para anunciar el final de los tiempos: en el libro de Revelaciones del apóstol San Juan se menciona lo siguiente:

Y así vi en visión los caballos y a los que sobre ellos estaban sentados, los cuales tenían corazas de fuego, de jacinto, y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salía fuego y humo y azufre. (Apocalipsis 9:17).

Más adelante en Apocalipsis 9:18 se dice que una tercera parte de la humanidad muere por el fuego, el humo y el azufre que salía de la boca de los caballos. Se advierte además que quien adore a la bestia “él también beberá del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero.” (Apocalipsis 14:10).

Las anteriores son sólo algunas de las 14 menciones que se hacen de este elemento en la Biblia, pero aún no nos hemos respondido ¿qué es lo que hizo que el azufre ganara tan mala fama para relacionarlo con el castigo? La respuesta inmediata es la purificación y no, como muchos pensarán, en Satanás.

Como notarán, cada vez que se hace mención del azufre en la Biblia, siempre ha de venir acompañado del fuego, otro elemento mencionado en al menos 500 ocasiones en los escritos bíblicos y, generalmente relacionado también con la purificación. La llama azul del azufre —que apenas ilumina— arde lentamente, mientras que el fuego de la leña se consume rápidamente; además el azufre deja un olor desagradable donde sea que se use que puede ser visto como purgativo, razón por la que en la antigüedad era utilizado con fines rituales relacionados también con la purificación (desinfección, limpieza, etc.), por ejemplo, los egipcios lo utilizaban para purificar sus templos. Resulta obvio que el azufre y el fuego resultaran elementales para purificar a la humanidad al final de los tiempos.

No perdamos de vista, sin embargo, que es en la Edad Media que el azufre pierde sus poderes purificadores para terminar relacionado con Satanás. El hedor de este elemento era asociado con los volcanes y estos últimos se consideraban entrada al infierno; cabe señalar que la asociación del azufre con Satanás y el mal ha llegado hasta nuestros días, pese a que se siguiera usando como desinfectante incluso en epidemias de cólera.

Por cierto, que es también en la Edad Media que los alquimistas comenzaron a ser vistos como servidores del Diablo quizá por el amplio uso que estos hicieron del azufre en varios de sus procesos para llegar a la piedra filosofal.



Fuente:
ALDERSEY-WILLIAMS, Hugh. La tabla periodica: la curiosa historia de los elementos Ariel, 2013.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

San Juan y Melquisedec








CARTA DE RENÉ GUÉNON A VASILE LOVINESCU


El Cairo, 16 de diciembre de 1934


“En cuanto a sus otras preguntas, que el "Rey del Mundo" tenga una o varias "hipóstasis" físicas: esto no es dudoso, pero quizá no tenga, igual que la "localización" de los centros espirituales, más que una importancia bastante secundaria. En cuanto a su identificación con S. Juan, nunca he visto nada de tal; para no abandonar el lenguaje de la tradición judeo–cristiana, no creo que pueda decirse que S. Juan sea Melquisedec, lo que, desde luego, no quiere decir que no haya entre ellos cierta relación. En fin, la inmortalidad corporal para algunos seres no es ciertamente imposible, y puede ser que S. Juan sea de ese número; es cierto que el Evangelio puede interpretarse literalmente en ese sentido; pero, incluso si esta inmortalidad es real, sobre todo es, al mismo tiempo, el símbolo de la permanencia de una función, y eso tiene ciertamente más interés que el hecho "físico".



lunes, 26 de mayo de 2014

EL CHINO, UN NOBLE Y MISTERIOSO VIAJERO




A veces, en muy raras ocasiones, descubrimos en la historia antigua y reciente a unos personajes extraños y misteriosos que deambulan por el mundo, nadie sabe de dónde vienen ni a donde van, sin embargo ellos si saben quién eres tú y pueden ver los más íntimos deseos que guarda tu corazón y tu alma, pues disponen de un conocimiento mágico y un poder espiritual incompresible a nuestro mundo ordinario. Así cuando no sabemos que son o quiénes son estos enigmáticos personajes que unas veces se muestran como personas de alto nivel social y cultural y otras veces como aparentes vagabundos o peregrinos errantes, el hombre común rápidamente necesita etiquetarlos, brujos, magos, alquimistas, charlatanes, locos, prestidigitadores tal vez; pero ellos tienen un nombre en la tradición esotérica: “Los Nobles Viajeros”.

Esta expresión "nobles viajeros" es aplicada a los iniciados, o al menos a una parte de los mismos, precisamente con motivo de sus peregrinaciones. A este respecto, O. V. de L. Milosz ha escrito lo siguiente: "Los 'nobles viajeros', es el nombre secreto de los iniciados de la antigüedad, transmitido por tradición oral a aquellos de la edad media y de los tiempos modernos. Ha sido pronunciado por última vez en público el 30 de mayo de 1786, en París, en el transcurso de una sesión del Parlamento dedicada al interrogatorio de un célebre imputado (Cagliostro), víctima del libelista Théveneau de Morande. Los peregrinajes de los iniciados no se distinguían de los comunes viajes de estudio, salvo por el hecho de que su itinerario coincidía rigurosamente, bajo las apariencias de un trayecto azaroso, con las aspiraciones y aptitudes más secretas del Adepto. Los ejemplos más ilustres de tales peregrinajes nos los brindan: Demócrito, iniciado en los secretos de la alquimia por los sacerdotes egipcios y por el sabio persa Ostanes, así como en las doctrinas orientales durante su permanencia en Persia y, según algunos historiadores, en la India; Tales, formado en los templos de Egipto y de Caldea; Pitágoras, que visitó todos los países conocidos por los antiguos (y muy posiblemente, la India y la China) y cuya estadía en Persia se distinguió por sus encuentros con el mago Zaratas, en las Galias por su colaboración con los Druidas y, finalmente, en Italia por sus discursos ante la Asamblea de los Ancianos de Crotona. A estos ejemplos, sería oportuno agregar las estancias de Paracelso en Francia, Austria, Alemania, España y Portugal, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Suecia, Hungría, Polonia, Lituania, Valaquia, Carniola, Dalmacia, Rusia y Turquía, así como los viajes de Nicolás Flamel por España, donde el Maestre Canches le enseñó a descifrar las famosas figuras jeroglíficas del libro de Abraham el Judío.

En España a finales de los años 50 en varias localidades extremeñas tenemos constancia del paso de uno de estos personajes misteriosos. Le apodaron “El Chino”.

Esta es su historia:

 “El Chino”

En Millanes, a principios de los años cincuenta, Ismael Barbado Jiménez tuvo una extraña experiencia con un insólito personaje con el que convivió alrededor de un mes, en aquel tiempo Ismael contaba con 23 años de edad y tenía a su mujer gravemente enferma de pulmón.

Cierto día acudió con su bicicleta a Navalmoral de la Mata para informar a la tía de su esposa del estado de salud de ésta. Al contarle a la mujer tan desalentadoras noticias dijo conocer a una persona que hacía poco había llegado al pueblo y decían de ella que tenía el don de curar. Por lo que sin más se dirigió a la pensión donde se alojaba a buscarlo. En unos instantes regresó junto a un hombre que se presentó como José, debería tener unos treinta y cinco años, con barba, ojos rasgados y una gorra en la cabeza. Ismael pensó que tenía cierto aire a Jesucristo pero con aspecto oriental, por lo que lo bautizó como “El Chino”. El millanejo le contó a José la triste noticia sobre el estado de salud de su esposa y el extraño personaje se comprometió a visitar la enferma y se despidió abandonando de inmediato la casa.

Tras el encuentro con “El Chino”, Ismael se despidió de la tía de su mujer y cuando se disponía a volver a Millanes se dio cuenta que la bicicleta con la que había llegado había desaparecido. Inmediatamente pensó que, la bici que tanto le había costado conseguir y que estaba pagando a plazos, había sido robada por aquel extraño forastero. Por lo que enfurecido decidió alquilar una nueva bicicleta en Navalmoral para volver al pueblo.

Pedaleó con rabia de vuelta a Millanes, y cuando se encontraba llegando al pueblo divisó a lo lejos a otro ciclista montando en una bicicleta que le resultó familiar, aceleró el ritmo para ver si se trataba de su bicicleta y del ladrón y al darle alcance vio que era “El Chino”, este sin dejarle hablar le dijo:

-          “Venía usted pensando mal de mí. Creía que le había robado su bicicleta, ¿no es verdad?
-          “Es cierto, lo reconozco, he pensado que usted es un ladrón –dijo Ismael.
-          “Bueno, no importa, vayamos a ver a su señora –dijo el forastero.

Nada más entrar “El Chino” en la habitación donde se encontraba su esposa, Ismael notó como su simple presencia produjo una sorprendente mejora en su salud. Tras observarla con detenimiento le pidió un atadero negro de un metro de largo, se lo ató a la mujer rodeándole el tórax pasándolo por debajo de las axilas, dejando que pendiera un trozo, que al exprimirlo no paraba de segregar un líquido blanquecino, con el que llegó a llenar la mitad de un vaso.  Inmediatamente la mujer comenzó a sudar copiosamente, “El Chino” extrajo de su bolsillo una pequeña caja con una especie de algodones que empapó de aquel flujo blanquecino del vaso y lo volvió a guardar en la caja. A lo que añadió “Esto me lo llevo para estudiarlo”. Cuando el extraño personaje se disponía a abandonar la casa junto a Ismael ocurrió algo insólito, antes de que el millanejo abriese la boca “El Chino” le contestó:

“No tiene solución, No puedo hacer nada. Su pulmón está lleno de grandes cavernas que me es imposible tapar. De cualquier forma, veré que puedo hacer”.

Aquellos días, además de tener a su mujer enferma, la hermana de Ismael, Esperanza Barbado Jiménez, de 29 años, se encontraba ingresada en el Hospital de Plasencia desde hacía tiempo. Ismael acudió junto a su amigo José para verla. Ya en la habitación del hospital, el extraño personaje tras permanecer en silencio unos minutos dijo con un gesto de gran trascendencia, que les iba a mostrar algo sumamente maravilloso y extraordinario, sacó de su equipaje algo que ocultó en el puño cerrado, al abrir la mano quedaron ensimismados al ver una extraña bola del tamaño de una canica que parecía de cristal. Esta esfera no dejaba de bailar en su mano extendida, tras realizar un aspaviento hizo que el singular objeto se resbalase de la mano para caer al suelo. La bola se dividió en cuarenta trozos, cada uno de ellos formó unas bolitas más pequeñas, algo parecido a lo que ocurre con el mercurio, pero con consistencia sólida en este caso. “El Chino” reunió todas las bolas en una bolsita y se las entregó a Esperanza asegurándola que llevando aquello siempre consigo, sanaría su mal.

“El Chino” estuvo conviviendo durante un mes aproximadamente con Ismael y su mujer para vigilar más de cerca la enfermedad de María. Le acomodaron en la casa del al lado, propiedad de la madre de María y vacía en aquellos momentos. Una noche Ismael se levantó sobresaltado por la noticia que recibió en la jornada anterior (su hermana estaba grave y a punto de morir). Saltó de la cama y se dirigió al comedor y allí, sentado a la mesa, a oscuras solamente con un farolillo encendido, estaba el enigmático huésped. “Parecía  que estuviera en la soledad de la noche, murmurando o recitando algún tipo de oración, en un extraño idioma que no entendía. Nada más acercarse Ismael por su espalda le dijo: “Su hermana está mejor”. No sabemos si con aquellas extrañas esferas estaba en contacto con su hermana pero el caso es que al poco tiempo su hermana mejoró su estado de salud y salió del hospital. Durante los días que estuvieron conviviendo con este singular extranjero dio muestras de poseer múltiples poderes, en ocasiones hacía aparecer y desaparecer, gran cantidad de objetos de la más diversa naturaleza en los sitios más insospechados, además predijo situaciones a otras personas que se cumplieron con gran exactitud averiguando datos y acontecimientos de solo estas personas conocían.

José “El Chino” llevaba una especie de soga en la cintura muy apretada y con multitud de nudos, en ocasiones algún trozo de estos nudos caía al suelo, “El Chino” lo recogía, lo besaba y de nuevo lo volvía a tirar, explicando que alguno de los enfermos tratados por él, había sanado con ellos.

Siempre llevaba consigo un equipaje donde guardaba dos largas trenzas, que según dijo eran suyas, pero se había visto obligado a cortárselas, porque entre los humanos llamaría mucho la atención. Además de las trenzas, llevaba varios libros repletos de extraños símbolos que consultaba en sus largas noches de vigilia. En ocasiones el mismo realizaba extrañas representaciones criptográficas sobre el papel. Ismael cuenta que este enigmático personaje periódicamente salía de casa dirigiéndose a las afueras del pueblo, donde tendía unos hilos y mirando al firmamento decía comunicarse con “los de arriba”.
Cuando querías hacerle una consulta, “El Chino” te mandaba ir a por un sobre y una cuartilla al estanco. Había que introducir la cuartilla dentro del sobre y colocarlo debajo de la ropa, tocando el pecho. Después se formulaba en voz baja la pregunta y le entregabas el sobre. Él extraía la cuartilla, le pasaba un producto e iban apareciendo las palabras con la respuesta concreta a la cuestión planteada.

Cierto día “El Chino” insistió a Ismael en que necesitaba una gallina negra, Ismael tenía gallinas pero ninguna negra, por lo que tras conseguir una la puso frente a José. Al  levantar la mano derecha el animal cayó desplomado, había muerto, el millanejo se pidió que la resucitase que no era suya y debía devolverla pero José le dijo que el no había matado al animal si no que en realidad había muerto.

Cierto día, “El Chino” le comentó a Ismael que cerca del pueblo existía una fortuna oculta, un tesoro que solamente podía ser sacado en el mes de abril, pero que había que cavar bastante y harían falta más personas. Ismael buscó a dos vecinos que junto a “El Chino” acudieron cierta noche de abril hasta un lugar donde José decía que se hallaba oculto el tesoro. A la luz de una linterna se adentraron en un olivar y mirando un extraño plano el forastero señaló un punto en el suelo, les pidió cavar justo ahí y les explicó que en principio, se encontrarían unos restos humanos, debajo de estos habría una losa que, al levantarla, pondría al descubierto una serpiente, y, junto a esta, el tesoro. Comenzaron a picar y a los pocos minutos para su asombro comenzaron a sacar restos humanos, efectivamente allí había sido enterrado alguien, siguieron picando y José empezó a ponerse muy malo, y a hacer cosas extrañas. El sudor comenzó a brotarle copiosamente, se quitaba la ropa y decía sin parar: “Me muero, me muero, me muero…”. Ismael junto a los otros vecinos viendo lo mal que se encontraba José decidieron taparlo todo de nuevo y “El Chino” se calmó, ya recuperado les preguntó por qué se habían detenido y le explicaron que le estaban viendo morir por eso decidieron parar, a lo que él contesto que eso no les importaba y tras este percance decidieron regresar al pueblo. A la noche siguiente acudieron nuevamente al lugar y José les dijo que independientemente de lo que ocurriese ellos no debían detenerse. Sucedió lo mismo que la noche anterior, comenzaron a extraer las osamentas y José empezó a ponerse mal “Me muero, me muero, me muero…” decía, mientras se desprendía de su ropa y se revolcaba en la tierra. Ismael y los dos hombres obedeciendo las instrucciones previas continuaron cavando.  De pronto, los picos chocaron con algo sumamente duro, al apartar la tierra descubrieron una sólida losa de piedra. Tras un rato, pudieron romper la enorme plancha de granito pero de pronto, José dejó de retorcerse e irguiendo su brazo derecho hacia ellos lanzó un tenebroso grito: “Quietos”. Esto los dejó paralizados, mientras, “El Chino” se acercaba hacia ellos, con paso lento y bañado en sudor. Ya frente al hoyo, José exclamó: “¡Fuera, no se puede!”.

En ese momento los tres salieron huyendo temiendo que “El Chino” les pudiera matar. El forastero se quedó aquella noche en el lugar. Ellos siempre pensaron que sus intenciones eran quedarse con el tesoro.

Tras este acontecimiento, y estando estable de salud la mujer de Ismael, “El Chino” abandonó el pueblo, no sin antes advertir a Ismael que se acordaría de él, que lo volvería a ver, pero que cuando ocurriera eso no podrían encontrarse porque desaparecería.

Nada más irse del pueblo el enigmático huésped, la esposa de Ismael empeoró su salud y falleció. Abatido por la muerte de su mujer, intento centrarse en la búsqueda del tesoro y volvió solo en varias ocasiones para cavar, pero por más que removió tierra en el mismo lugar allí no había nada, ni esqueletos, ni losa, ni nada.

Pasados unos meses, Ismael decidió emigrar a Palma de Mallorca para buscar trabajo, estando allí se enteró que por el mismo lugar había pasado un tiempo atrás una persona, con las mismas peculiaridades físicas y de conducta que su singular amigo.

Posteriormente viajó a Madrid con la intención de visitar a un familiar, y un día estando montando en un autobús urbano, vio a “El Chino” cruzando la calle. En un primer momento se quedó mirándolo asombrado, no lo llamó ni se dirigió a él si no que se montó en el autobús. Pero el de Millanes, cambió rápidamente de opinión y se lanzó del autobús persiguiendo a la carrera a “El Chino” hasta casi alcanzarlo. Teniéndolo delante, el extranjero giró en una esquina y cuando Ismael hizo lo propio se encontró con que no había ni rastro del “oriental”.

Jamás se volvieron a tener noticias suyas.


Fuente: Extremadura Misteriosa
“El Chino”


domingo, 27 de abril de 2014

UNA NOCHE DENTRO DE LA GRAN PIRAMIDE



Paul Brunton


Paul Brunton (1898-1981). Born in London, his mystical and occult sensitivity soon led him East, first to India and Egypt, and then around the world. Nacido en Londres, su sensibilidad hacía la mística y lo oculto pronto lo llevó Oriente, primero a la India y después a Egipto, y luego a todo el mundo. Abandonó la carrera periodística para vivir entre yoguis, místicos y hombres santos, dedicándose al estudió de las enseñanzas esotéricas de Oriente y Occidente.

Viajero incansable, experto en técnicas de yoga y misticismo oriental, fue uno de los pocos occidentales en ser autorizado a pasar una noche en el interior de la Gran Pirámide. Pronto se arrepentiría de ello. Aunque ya había sido advertido por los lugareños de que aquel monumento estaba plagado de espectros y genios, una vez dentro, decidió, “sintonizar” con la energía de aquel lugar. El resultado no se hizo esperar. Totalmente a oscuras, percibió cómo un grupo de formas grises y vaporosas comenzaban a rodearle:




“Rodeóme un tropel de monstruosos entes elementales -cuenta-, de malignos espantos del averno, de figuras de aspecto grotesco, insano, extraño y diabólico, que me provocaron una repulsión inconcebible. Viví unos instantes que no olvidaré jamás. Aquella escena increíble ha quedado vivamente fotografiada en mi memoria. Ese experimento no lo repetiré jamás; nunca volveré a alojarme de noche en la gran pirámide.” 

Pero la experiencia no había hecho sino empezar. Tan fácilmente como habían aparecido, aquellos seres desaparecieron en la oscuridad. Transcurrió un cierto tiempo, y dos altas figuras de mirada amistosa aparecieron en la sala. Vestían sendas túnicas blancas. Y les rodeaba un halo luminoso. Por sus insignias, el escritor los identificó rápidamente como sacerdotes de un antiguo culto egipcio. Permanecieron inmóviles, como estatuas, con las manos cruzadas sobre el pecho, contemplándole en silencio. Finalmente, uno de los dos acercó su rostro al de Paul y le preguntó:

-¿Por qué viniste a este sitio, a tratar de evocar las potencias secretas? ¿No te bastan las sendas de los mortales?

 -No, no me bastan!  - Respondió el escritor-

-La agitación de las muchedumbres en las ciudades reconforta el corazón tembloroso del hombre -dijo él-. Vete; vuelve a reunirte con tus semejantes y pronto olvidarás el frívolo antojo que te trajo hasta aquí.

Pero Paul volvió a responder:

-¡No, no puede ser!

El espíritu hizo un nuevo esfuerzo.

-La senda del ensueño te alejará de los lindes de la razón. Algunos lo siguieron, y regresaron locos. Vuélvete ahora, que aun estás a tiempo, y sigue el camino asignado a los pies de los mortales.

-Debo seguir esta senda. Ahora ya no hay ninguna otra para mi.  

El sacerdote dió entonces un paso adelante v volvió a inclinarse sobre él. Vi su anciano rostro destacado en las tinieblas.

-Aquel que entra en contacto con nosotros -murmuró en su oído-, pierde su vínculo con el mundo. ¿Puedes andar solo?

-No sé  -Respondió Paul-

Ante tal respuesta, el sacerdote desapareció. El otro ser, de rostro viejísimo, se aproximó al cofre de mármol y le explicó serenamente:

Hijo mio, los poderosos amos de las potencias secretas te han tomado en sus manos. Esta noche serás conducido a la sala del saber. Tiéndete sobre esa piedra! Antiguamente habrías tenido que hacerlo allí, sobre un lecho de cañas de papiro.

Paul se acostó de espaldas sobre la losa.

“Lo que sucedió inmediatamente después –escribe Paul-, todavía no lo veo muy claro. Fué como si inesperadamente me hubiesen dado una dosis de algún anestésico especial, de acción lenta, porque todos mis músculos se pusieron tensos, y en seguida comenzó a invadirme los miembros un letargo paralizante. Todo el cuerpo quedó rígido entumecido. Comencé primeramente a sentir los pies fríos, cada vez más fríos; luego la frialdad fué subiendo, gradualmente, imperceptiblemente; llegó hasta las rodillas y prosiguió su avance. Era como si, al escalar una montaña, me hubiese hundido hasta la cintura en un montón de nieve. Mis miembros inferiores quedaron completamente baldados.

Pasé luego a un estado de semisomnolencia, y en mi mente se insinuó el misterioso presentimiento de que mi muerte estaba próxima. No me perturbó, sin embargo; hacía mucho tiempo que yo me había librado del viejo miedo a la muerte, y aceptaba filosóficamente su inevitabilidad. 

Mientras la extraña sensación de frigidez seguía apoderándose de mí, subiéndome por la temblorosa columna vertebral y dominándome todo el cuerpo, yo sentí que mi conciencia se iba hundiendo hacia adentro, hacia un punto central de mi cerebro; mi respiración, entretanto, se debilitaba cada vez más.

Cuando el frío me llegó al pecho y me paralizó completamente el resto del cuerpo, sobrevino algo parecido a un ataque cardíaco; pero pasó pronto, y comprendí que la crisis suprema no tardaría mucho en llegar. 

Si hubiese podido mover mis rígidas mandíbulas, habría celebrado con una carcajada el pensamiento que me asaltó en ese instante. Mañana, pensé, hallarán mi cadáver dentro de la gran pirámide, y todo habrá terminado para mi.

Yo estaba seguro de que mis sensaciones se debían al tránsito de mi espíritu de la vida física a las regiones de ultratumba.

Aunque yo sabía perfectamente que estaba pasando por las sensaciones del fallecimiento, ya no oponía ni la más mínima resistencia. 

Por último, mi conciencia reconcentrada quedó confinada en la cabeza, y en mi cerebro hubo un furioso remolino final. Tuve la sensación de que un tifón tropical me lanzaba hacia arriba por un estrecho agujero; experimenté luego el temor momentáneo de ser arrojado al espacio infinito; di un salto hacia lo desconocido, y... ¡quedé libre!

Al principio me encontré tendido de espaldas, en la misma posición horizontal que el cuerpo que acababa de desocupar, flotando por encima de la losa de piedra. Tuve luego la sensación de que una mano invisible, después de empujarme un poco hacia adelante, me hacía girar longitudinalmente hasta dejarme en pie sobre mis talones. Al final experimenté la curiosa sensación de estar al mismo tiempo de pie y flotando. 

Miré el abandonado cuerpo de carne y huesos que yacía postrado e inmóvil sobre la laja. El rostro inexpresivo estaba vuelto hacía arriba, con los ojos apenas entreabiertos; pero el brillo de las pupilas era suficiente para indicar que los párpados no estaban realmente cerrados. Los brazos estaban cruzados sobre el pecho, postura que yo no recordaba haber adoptado. ¿Alguien los había cruzado sin que yo me diera cuenta del movimiento? Las piernas y los pies, estirados y juntos, se tocaban. Aquél era mi cuerpo, aparentemente muerto, del cual yo me había retirado.

Advertí entonces que yo, el nuevo yo, despedía un hilo de suave luz plateada, que se proyectaba sobre el cataléptico ser de la laja. Me sorprendió descubrirlo, pero mayor fué mi sorpresa cuando noté que el misterioso cordón umbilical psíquico contribuía a iluminar el rincón donde yo me hallaba; sobre las paredes de piedra había una suave claridad semejante a la luz de la luna.

Yo no era más que un fantasma, un ente sin cuerpo alojado en el espacio. Comprendí, por fin, por qué los sabios egipcios de la antigüedad representaban en los jeroglíficos el alma humana con la figura simbólica de un pájaro. Yo había experimentado la sensación de que aumentaban mi estatura y mi volumen, de que me desplegaba, como si tuviese un par de alas. ¿Y no me había elevado en el aire, donde quedé flotando sobre mi cuerpo desechado, lo mismo que un pájaro que alza el vuelo y se queda planeando en círculo alrededor de un punto? ¿No tuve la impresión de que me había envuelto un gran vacío? Sí, el símbolo del pájaro era acertado.

Sí; yo me había elevado en el espacio, desprendiendo mi alma de su envoltura mortal, dividiéndome en dos partes gemelas, abandonando el mundo que conocí tanto tiempo. En el cuerpo duplicado que ahora habitaba, tenía la impresión de ser etéreo, de una liviandad extrema. Mirando la fría losa donde yacía mi cuerpo, surgió en mi mente una idea singular; fué una comprensión singular que me dominó y tomó forma en las siguientes palabras silenciosas:

"Éste es el estado de la muerte. Ahora sé que soy un alma, que puedo existir separado de mi cuerpo. Siempre lo creeré, porque lo he comprobado." 

Esta noción se aferró a mí tenazmente, mientras yo permanecía suspendido en el aire por encima de mi desocupada residencia carnal. Yo había comprobado la supervivencia en una forma que me pareció más satisfactoria: ¡mediante la experiencia de morir y sobrevivir! Continué observando los yacentes restos que había abandonado. En cierto modo, me fascinaban. ¿Era aquello, ese cuerpo desechado, lo que yo había considerado durante tantos años que era yo? En ese momento veía con toda claridad que era solamente una masa de substancia carnosa, desprovista de inteligencia y de conciencia. Contemplando los ojos sin vista, insensibles, percibí en toda su fuerza la ironía de la situación. Mi cuerpo terrenal me había aprisionado, había retenido mi verdadero yo pero ahora estaba libre. Yo había sido llevado de un lado para otro sobre la superficie del planeta por un organismo al que había confundido con mi verdadero ser central. 

La fuerza de gravedad había desaparecido; yo flotaba literalmente en el aire, con la extraña sensación de estar medio suspendido y medio de pie. 

De pronto apareció a mi lado el anciano sacerdote, grave e imperturbable. Alzó los ojos al cielo, mostrando su rostro noble, y con gesto reverente elevó esta oración:

- ¡Oh, Amón! ¡Oh, Amón que estás en el cielo, vuelve tu rostro hacia el cuerpo muerto de tu hijo, y favorécelo en el mundo espiritual! –terminó-. 

Luego se volvió a mí y me dijo:

-Ahora aprendiste la gran lección. El hombre, cuya alma nació de lo imperecedero, no puede morir. Redacta esta verdad con las palabras que los hombres entienden. ¡Mira!

Saliendo del espacio, vi llegar primero el rostro semiolvidado de una mujer a cuyo sepelio asistí más de veinte años atrás; luego el semblante familiar de un hombre que había sido para mí más que un amigo y a quien vi por última vez, hacía doce años, reposando en su ataúd; y finalmente la dulce figura sonriente de una criatura conocida que había muerto de una caída accidental. 

Los tres me miraron con expresión serena, y sus voces amigas volvieron a resonar una vez más junto a mí. Mantuve la más breve de las conversaciones con los llamados muertos, que no tardaron en desvanecerse y desaparecer.

-También ellos viven, como vives tú, como vive esta pirámide, que vió morir medio mundo y sigue viviendo -dijo el sumo sacerdote. Has de saber, hijo mío, que en este antiguo santuario se encuentra la perdida historia de las primeras razas de la humanidad y de la alianza que hicieron con el creador por medio del primero de sus grandes profetas. Te diré también que antiguamente eran traídos a este lugar hombres escogidos para mostrarles la alianza mediante la cual podían tornar al seno de sus semejantes manteniendo vivo el gran secreto. Llévate contigo esta advertencia: cuando los hombres reniegan de su creador y miran con odio a sus semejantes, como los príncipes de Atlántida, en cuya época fué construida esta pirámide, son destruidos por el peso de su propia iniquidad, como fué destruido el pueblo de Atlántida.

"No fué el creador el que hundió a Atlántida, sino el egoísmo, la crueldad, la ceguera espiritual del pueblo que habitaba en esas islas condenadas. El creador ama a todos; pero la vida de los hombres está gobernada por leyes invisibles que él les impuso. Llévate, pues, esta advertencia contigo." 

Agitóse en mi interior un gran deseo de ver esa misteriosa alianza; el espíritu debió de leer mi pensamiento, porque se apresuró a decir: 

-Todas las cosas a su debido tiempo. Todavía, no, hijo mío, todavía no. 

Me sentí desilusionado.

El sacerdote me miró durante unos instantes.

-A ningún hombre de tu pueblo se le ha permitido hasta ahora que lo viera. Pero como tú eres un hombre versado en estas cosas, y has venido aquí trayendo comprensión y buena voluntad en tu corazón, es justo que recibas alguna satisfacción. ¡Ven conmigo!
Sucedió entonces algo extraño. Caí, al parecer, en una especie de semicoma, mi conciencia se borró momentáneamente, y cuando la recuperé advertí que había sido transportado a otro lugar. Estaba en un largo pasaje suavemente iluminado, aunque no se veían ni lámparas ni ventanas; supuse que la fuente luminosa debía de ser el halo que emanaba de mi compañero, combinado con la irradiación del cordón luminoso de éter vibrante que se extendía detrás de mí. Pero comprendí que esos focos no explicaban suficientemente la luz. Las paredes estaban construidas con piedras refulgentes, de color terracota rosada, unidas con las junturas más delicadas. El piso, en cuesta descendente, tenía exactamente la misma inclinación que el pasaje de entrada a la pirámide. La mampostería estaba bien terminada. El pasaje era rectangular y bastante bajo, pero sin llegar a ser incómodo. No pude descubrir el origen de la misteriosa iluminación, aunque todo el interior relucía como si recibiera la luz de una lámpara.  

El gran sacerdote me indicó que lo siguiera.

-No mires hacia atrás -me dijo-, ni vuelvas la cabeza.

Caminamos un breve trecho cuesta abajo, hasta que llegamos al final del pasaje, donde se abría la entrada de una gran cámara que tenía el aspecto de un templo. Yo sabía perfectamente que estaba dentro o debajo de la pirámide, pero nunca había visto ni aquel pasaje ni aquella cámara. Eran, evidentemente, secretos, y no habían podido ser descubiertos hasta entonces.

No pude menos de sentirme enormemente excitado por aquel impresionante hallazgo; se apoderó de mí la tremenda curiosidad de averiguar dónde estaba la entrada. Finalmente se me hizo imperioso volver la cabeza y echar un rápido vistazo hacia atrás con la esperanza de ver la puerta secreta. Yo no había visto por dónde había entrado en aquel sitio, pero en el extremo opuesto del pasaje, donde debía haber una abertura, no vi más que bloques rectangulares aparentemente cementados entre sí. Estaba mirando una pared. Y entonces me arrebató velozmente una fuerza irresistible, toda la escena se borró y me encontré flotando de nuevo en el espacio. Oí las palabras: "Todavía no, todavía no", como repetidas por un eco, y pocos minutos más tarde divisé mi cuerpo inconsciente tendido sobre la piedra. La voz del gran sacerdote me llegó en un murmullo. 

-Hijo mío -decía-; no tiene importancia que descubras o no la puerta.

Dedícate a buscar en tu mente el pasaje secreto que te conducirá a la cámara escondida dentro de tu propia alma, y habrás encontrado algo realmente valioso. El misterio de la gran pirámide es el misterio de tu propia alma. Las cámaras secretas y los antiguos archivos de la historia están todos contenidos en tu propia naturaleza. Lo que enseña la pirámide es que el hombre debe volverse hacia su propio interior, debe aventurarse a penetrar en el centro desconocido de su ser para buscar su alma, como debe aventurarse a penetrar en las simas desconocidas de este templo a buscar su más profundo secreto. ¡Adiós!

Apoderóse de mi mente un torbellino en el que giré con rapidez; arrebatado por una fuerza que me atraía, me fui deslizando irremediablemente hacia abajo, siempre hacia abajo. Presa de un pesado letargo, me pareció que volvía a fundirme dentro de mi cuerpo físico. Con un esfuerzo de voluntad, traté de mover los rígidos músculos, pero no pude y finalmente me desmayé...

Abrí los ojos sobresaltado; espesas tinieblas me rodeaban. Cuando pasó el entumecimiento, me apoderé de la linterna y encendí la luz. Estaba de nuevo en la cámara del rey; todavía me duraba la excitación, y era tanta y tan intensa que salté de la piedra gritando. El eco devolvió mi voz con acentos apagados; pero yo, en lugar de sentir el piso debajo de mis pies, me encontré cayendo en el espacio. Me pude salvar únicamente porque lancé ambas manos sobre la laja, y me quedé colgando de su borde. Comprendí entonces lo que había pasado. Al levantarme me había corrido involuntariamente hacia el otro extremo de la losa; mis piernas se columpiaban dentro del agujero excavado en el rincón noroeste del piso. 

Me alcé hasta pisar de nuevo terreno firme, cogí la linterna y alumbré la esfera de mi reloj. El cristal se había quebrado en dos sitios al golpear mi mano contra la pared, cuando salí de un salto del agujero; pero la maquinaria seguía con su alegre tictac. Y entonces, cuando vi la hora que era, estuve a punto de lanzar una carcajada, pese a la solemnidad del lugar. 

Porque era exactamente la melodramática hora de la medianoche.”
 
Fuente: Paul Brunton,"El Egipto Secreto" .Editorial Kier, Buenos Aires