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martes, 24 de abril de 2012

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - Marie Madeleine Davy


La meditación puede definirse como un estado. De todas maneras, la adquisición de ese estado exige un entrenamiento. De ahí la necesidad, antes que nada, de meditar de una manera cotidiana y a horas fijas. De la misma manera, un músico hará infatigablemente sus ejercicios y escalas de piano, con el fin de obtener la ligereza de dedos y de muñecas.

En otro nivel, la Iglesia pide a sus adeptos que asistan el domingo a un oficio litúrgico. Es importante monopolizar la atención en momentos precisos. Si no la atención corre el riesgo de vagabundear. Cada uno sabe lo difícil que es concentrarse y recogerse. Siendo esencialmente móvil, el hombre se encuentra continuamente invadido por pensamientos, deseos que no cesan de distraerle y de acapararle. Puede rechazarlos pasajeramente a la manera de los mosquitos que un gesto de la mano aleja para volver enseguida a revolotear ante el rostro.

Al cabo de semanas, de meses, de años, un cambio se produce con respecto a la meditación. Esta, hasta entonces, aparecía como algo apremiante, hela aquí, ahora, deleitable. La media hora o la hora de meditación se instala, se despliega. Los límites del tiempo se borran. La meditación colorea la existencia, la impregna; llega a ser una atmósfera, un ambiente. Ante este cambio operado con lentitud, el meditante corre el riesgo de inquietarse. Tomando consciencia de una novedad que se manifiesta en él a su pesar, y no de una manera voluntaria, puede tener momentos de angustia. En esos momentos experimenta su propia singularidad y como consecuencia su diferencia. Helo aquí aislado, zambulléndose en una especie de vertiginosa soledad, emergiendo de la omnitud. Lo que interesa a la mayoría de los individuos parece no concernirle ya. Los juegos de los demás le dejan indiferente. Constatación dolorosa. No está todavía perfectamente unificado, pero la unidad comienza a manifestarse en él. Un nuevo conocimiento de si mismo se esboza. La visión de sus yoes corre el riesgo de hacerse intolerable. El meditante querría volver hacia atrás, reencontrar la agitación que le procuraba la sensación de existir. Ninguna vía de vuelta se comprueba como posible. Su caminar parece suspendido. Los deseos que, anteriormente, le impulsaban hacia el futuro se borran poco a poco. Está de alguna manera suspendido entre dos vacíos. Si opta por el instante presente, podrá progresar. Si rechaza esta opción, se sumergirá en la desesperación. La sabiduría consistiría en hacer frente, en aceptar la mutación que le zambulle en una novedad de vida que es importante que él asuma.

El peligro sería tomar consejos de aquí y de allá, o también evadirse de su singularidad y de su soledad buscando mezclarse con la multitud.

domingo, 15 de abril de 2012

El monje alquimista George Ripley y la Orden de Malta



George Ripley (?1415-1490) no permitió que su condición de monje agustino en Yorkshire le impidiera mejorar su educación en alquimia viajando por toda Europa. Tras pasar algún tiempo en Francia y Alemania, Ripley se estableció en Roma durante unos 20 años con apoyo papal.

A su regreso a Inglaterra en 1477, supuestamente Ripley ya estaba en posesión del secreto de la transmutación. Algunos creen que las considerables donaciones dadas por Ripley para ayudar a los Caballeros de la Orden de Malta en su guerra contra los turcos procedían de su producción de oro a base de metales. Esto sólo mejorado su reputación y naciente fama.

Ripley fue uno de los primeros en publicar trabajos del renombrado alquimista del siglo XIII, Raymond Lull. En sus propios escritos, en doscientos o más manuscritos, "Ripley adoptó una aproximación alegórica a la alquimia, y sus escritos más importantes son su Compound of Alchemy, en verso, que describe el proceso alquímico como la experimentación de las doce etapas o "Puertas", y su emblemático 'Ripley Scrowle' (Rollo o Manuscrito Ripley)".

El destacado Manuscrito Ripley es, en pocas palabras, un manuscrito alquímico que muestra la producción de la Piedra Filosofal (el escurridizo ingrediente que produce oro incorruptible mediante metales menores; y/o el Elixir de la vida) en criptogramas pictóricos.

En realidad hay veintiún "manuscritos Ripley", conservados en destacadas instituciones del Reino Unido (en su mayoría) y los Estados Unidos. La mayoría de ellos –incluyendo la versión de Yale que acompaña estas líneas– comparten características gráficas similares y son consideradas como un único tipo. Cuatro de estos rollos son tan diferentes al resto que son agrupados juntos como un segundo tipo. Todos ellos fueron copiados de un trabajo original anterior que podría datar de finales del siglo XV. Aunque de tamaños variables, la mayoría de estos rollos tienen una longitud de unos 25 pies [unos siete metros y medio] y aproximadamente un pie y medio [cincuenta centímetros] de anchura.

El nombre de Ripley está asociado con los rollos porque su poesía alegórica está incluida en muchas de las versiones tardías. (Se ha sugerido que la pezuña de caballo que tiene el bastón sostenido por la figura del final de la imagen constituye su 'firma'). Los veintiún rollos fueron creados tras la muerte de Ripley, en los siglos XVI y XVII. La versión que acompaña estas líneas data de una fecha cercana a 1570. Algunos de los manuscritos están descoloridos o gravemente dañados, por lo que el 'rollo' conservado en Yale es definitivamente el de mejor calidad entre los que se conservan.