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jueves, 29 de marzo de 2012

LA BÚSQUEDA DEL SECRETO



Louis Cattiaux

Es una gran ventaja no estar obligado a correr miserablemente tras nuestra propia vida cuando se busca la pura vida celeste, y puedes sentirte agradecido por tener una buena posición en este sentido.

Si todo lo demás te parece vano y te aburre es porque estás listo para ir a donde hay que ir, es decir, al Reino de Dios, pues todo lo demás te será dado por añadidura. Mientras se espera encontrar el Reino, uno puede realmente reventar de miseria aquí abajo en medio de la indiferencia de los inteligentes que sólo alientan las búsquedas vanas, vale decir, razonables como la bomba atómica, por ejemplo, o la literatura pornográfica, o la que está castrada. O sea, ¡toda clase de cortezas muertas! ¿Cómo puede el mundo esperar beneficiarse del conocimiento de los hijos de Dios, mientras se oriente hacia los hijos del diablo y sus obras sorprendentes pero muertas y que sólo engendran la muerte…?

A ratos me pregunto cómo no me volví loco de angustia y pena en esta búsqueda enloquecedora; he necesitado un aguante físico y una templanza moral realmente únicas para resistir y no ser volatilizado de un lado u otro. Y no menciono... las inauditas dificultades respecto a la vida material en este mundo oscurecido y feroz que, ellas solas, hubiesen bastado para derribar a hombres fuertes. ¡Además, vino a ser como trece huevos en una docena, como un cariñoso regalo del Altísimo para alguien a quien quiere!

¿Cómo podrías apreciar algo que te es dado sin pena ni búsqueda?... Dios pone a prueba mucho tiempo a sus elegidos... hasta el límite de sus fuerzas y de su paciencia, hasta los límites de la desesperación. ¿Sabes que sólo algunos preferidos entre los mayores santos de todos los tiempos han obtenido el conocimiento último y posesivo? ¿Sabes que los que sólo se han beneficiado de dicho conocimiento sin poseerlo, también han esperado mucho tiempo y sufrido mil repulsas? Basta con que reces. Dios no es sordo ni tonto pero es exigente, prudente y lento. Lo que está en juego es tan fantástico e insensato que si tuviésemos plena conciencia de él posiblemente no nos atreveríamos a pedirlo, como ocurre con los que no pueden creérselo por su enormidad e inverosimilitud. Debes necesariamente empaparte de las palabras de los maestros, antes de que este jeroglífico empiece a desenredarse en tu cerebro.

La Iglesia actúa sabiamente al prohibir a sus feligreses la búsqueda del secreto del Universo. Es demasiado peligroso, demasiado agotador, demasiado terrible y si Dios en persona no te empuja hacia ello de una manera irresistible y no te inspira directamente, es inútil arriesgarse en el laberinto donde la locura nos acecha y devora 99 veces de cada 100.

El secreto está en ti y los auténticos libros santos no son sino espejos muy imperfectos en los que puedes reconocerlo orando como un loco. Y, por favor, créeme, ni la erudición, ni la ciencia, ni siquiera la inteligencia consiguen algo si el Señor no te murmura la cosa al oído.

Es demasiado fácil y es lo que repele a los buscadores acostumbrados a las grandes dificultades, a las grandes sutilezas, a los enormes trabajos, pues no pueden creer, por su locura orgullosa, que Dios lo da gratuitamente a sus hijos reposados y atentos.

¿Comprendes lo que significa sin malicia? ¡Sin corteza!

En nuestra búsqueda del Señor no debemos dejarnos escandalizar por nada ni por nadie, pues podríamos pasar al lado de la revelación tantas veces como nos velaríamos los ojos y nos taparíamos los oídos.

Felices los que creen sin haber visto, pues verán y saborearán más que nadie.

miércoles, 28 de marzo de 2012

EL MAESTRE TEMPLARIO Y LA VERA CRUZ



En un libro del siglo XVII, Alarcón encontró esta leyenda que revela la existencia de un fragmento de la Santa Cruz (Lignum Crucis), que fue custodiado durante muchos años por los templarios en esta ermita.

Los hechos se narran del siguiente modo:
"Pues, señor, érase una vez un Maestre del Temple que cayó prisionero del rey de Alejandría. Por el respeto que tenían los sarracenos a los guerreros templarios, así como por ver de atraerlo a la fe del Profeta, el rey invitó al Maestre a una cena o banquete en la que celebraba su victoria sobre los cruzados.

Comenzando el banquete, notó el rey la tristeza del templario y, por congraciarse con él, le ofreció que escogiera una de las ricas joyas del botín que había sido puesto como trofeo en el centro del salón. Alegando que él se la daría como prenda de amistad y podría conservarla como tal, ya fuese que acabara reconociendo la fe de Mahoma - La paz de Alah sobre él - como era su deseo, o que resultase libre si los suyos pagaban rescate.

El Maestre reparó en un lignum crucis, que refulgía destacando sobre el resto de los objetos, diciendo que eso era lo que más le gustaba. El rey en persona fue a tomarlo, para ofrecerlo al huésped, reparando entonces en una hermosa copa que tomó para si y que, vuelto a la mesa, pidió le llenaran de bebida pues le pareció digna de un rey. Advirtió el templario al rey que aquel era un vaso sagrado de la religión cristiana, por tanto no quedaría impune quien lo profanase. Pero esto no hizo si no excitar el deseo del moro de usar el cáliz como copa profana.

Súbitamente inspirado, el cristiano le advirtió por segunda vez pidiéndole que, al menos, permitiese, cada vez que fuese a beber, que él tocase con la cruz el vaso sagrado para protegerle del castigo divino. Consintió el rey, que era sumamente supersticioso, pero he aquí que cada vez que iba a beber y la cruz tocaba el cáliz, el refresco se convertía en vino, que el rey no podía beber pues la ley islámica lo prohibe.

Lo que al principio resultaba curioso y digno de admiración, al séptimo intento acabó por convertirse en algo ofensivo para el musulmán, quien terminó pensando que aquello era un desprecio y una ofensa hacia sus creencias. Por lo cual, como era presto de la ira, olvidó todas sus gentilezas anteriores con el prisionero, y como también era cruel, ordenó que tomando el lignum crucis lo fundieran y vertiendo el oro en el cáliz, se lo dieran a beber al templario, a ver si la copa mágica era capaz de obrar milagro esta vez y transformar el oro fundido en vino.

Pero no quiso Dios consentir tamaña afrenta a sus reliquias, por que, cuando los soldados tomaron en sus manos los objetos sagrados agarraron al prisionero, éste y aquellos se disiparon como humo desapareciendo a la vista de todos, apareciendo de repente a los pies de Nuestra Señora del Temple, en Maderuelo, ante los asombrados templarios que allí se encontraban en oración, quienes contemplaron, sin dar crédito a sus ojos, al Maestre de rodillas con el lignum crucis en una mano y el cáliz en la otra, acompañado por tres asustados guerreros musulmanes.

Los moros se quedaron allí, al servicio del Maestre, convirtiéndose a la fe algunos años después. La iglesia cambió su nombre por el de la Vera Cruz. Y la santa reliquia se veneró allí muchos años, obrando grandes y numerosos milagros, entre los que se cuenta el del artesano descreído, el del hombre de poca fe que o pudo hacer una copia del lignum crucis porque éste, para castigar sus dudas, cambiaba de tamaño constantemente, desbaratando su trabajo y su paciencia..."

En esta iglesia, apartada de las principales vías de comunicación, pero vigilada por el castillo templario de Castillejo de Robledo y circundada por los importantes enclaves de la Orden en Sepúlveda y Campisábalos, se veneró durante mucho tiempo un Lignum Crucis templario del que se cuenta esta leyenda del más completo contenido simbólico.

Una leyenda que acabó convertida en romance popular y que en el siglo pasado, aún se relataba en unas coplas de ciego hoy desgraciadamente olvidadas, salvo las estrofas iniciales:

"Cautiva en lejano Oriente
de sarracena morisma,
por fe, un soldado templero,
conquistó la cruz bendita."

Mientras permaneció en la iglesia templaria, las imágenes más famosas de los contornos iban una vez al año a visitarla, encontrándose entre éstas la cabeza de San Frutos, reliquia bafomética procedente de la encomienda templaria de Sepúlveda, donde se utilizó hasta hace poco en curiosos ritos lustrales propiciatorios de la lluvia mediante el expeditivo método de meterla en una fuente y no sacarla hasta que comenzaba a llover.

Con ocasión de dicha visita a la Vera Cruz de Maderuelo, se celebraba una representación sacra conocida como la "Cena del Moro", en que se'rememoraba el suceso que propició la venida del lignum crucis, al final del cual se sumergía la cruz en un cántaro de vino o de agua, según hubiesen sido las cosechas de ese año, buenas o malas.

martes, 27 de marzo de 2012

EL SENTIDO DE LO SAGRADO



Padre Henri Stéphane

La dificultad de hablar de un tema así estriba esencialmente en que, hoy en día, el sentido de lo Sagrado se ha perdido, lo mismo que la religión o la fe de las que es inseparable(1). Se puede hablar de ello a título arqueológico, como algo que existió en la Edad Media o, de forma más general, en toda civilización tradicional, pero es imposible hacerlo revivir; los pocos que han entendido que la Edad Media fue todo lo contrario al oscurantismo –término que, por el contrario, conviene perfectamente al mundo moderno sumido en el materialismo más denso– no pueden ser a los ojos de los demás más que nostálgicos del pasado. Los estudios sobre arte sagrado que actualmente se publican ya no sintonizan, lamentablemente, con la mentalidad moderna y corren el riesgo de ser inoperantes.

Aunque no podemos entrar a detallar los procesos de desacralización progresiva del mundo moderno desde final de la Edad Media, señalaremos sin embargo que la última etapa de esta decadencia se ha realizado en el curso de los diez últimos años(2), decadencia espectacular que constituye lo que se ha llamado «la crisis de la Iglesia». En particular la «desclerización» o secularización del clero ha destruido el carácter sagrado del mismo, ante la negativa a hacer del sacerdote un personaje separado, «puesto aparte», como indica precisamente el significado de la palabra «sagrado». Paralelamente, la propia religión ha sido reducida a un humanismo o un cierto socialismo que, con toda evidencia, no merece ya el nombre de religión.(3)

Algunos objetarán, sin duda, que lo sagrado no es esencial a la religión y que, conforme al Evangelio, el cristianismo se caracteriza por el amor a Dios y al prójimo y que debe desembarazarse de lo «sagrado» de origen judío o pagano. Desgraciadamente, esta opinión procede de un «libre examen» evidente, característico del protestantismo y el modernismo, y que hace tabla rasa de veinte siglos de Tradición. A pesar de una decadencia y una incomprensión crecientes, lo «sagrado» existía todavía, pero más bien como elemento residual, antes del hundimiento de los diez últimos años: el seminarista más limitado, al prepararse para recibir el subdiaconado conservaba aún el sentido de lo sagrado, y se podrían multiplicar los ejemplos.

Hoy todo eso está muerto, salvo quizás en los últimos «bastiones de la resistencia», done algunos tradicionalistas retardados llevan un combate de retaguardia perdido de antemano. No queda pues a los «nostálgicos del pasado» más posibilidad que escribir obras sobe el simbolismo románico o la iconografía bizantina.

Esta oración fúnebre parecerá evidentemente demasiado pesimista a quienes van todavía a Solesmes o a quienes asisten a una liturgia ortodoxa. Pero los católicos que están condenados al «Novus Ordo» de la misa romana no podrán sino experimentar la pérdida de lo sagrado de que son víctimas y rechazar más todavía la pseudorreligión humanitaria que se les propone en su lugar.

Algunos discernirán en la desaparición de lo sagrado, o en «la muerte de Dios», una especie de purificación o de «noche oscura» de la fe que precede a la aurora de la Resurrección. Otros verán ahí la «abominación de la desolación», predicha por las Escrituras y que precede a la Parusía o final de los tiempos. Se observará igualmente que lo sagrado se manifiesta actualmente fuera de las Iglesias establecidas, en ciertos movimientos marginales. Pero eso es tanto como decir que la religión se ha refugiado en las innumerables sectas que no ofrecen a sus adeptos más que una parodia y una falsa imitación de la verdadera religión.

Como resultado de todo lo que llevamos dicho, podemos afirmar que tener actualmente el sentido de lo sagrado equivale a tomar conciencia de su desaparición: Dios ha muerto, el hombre ha muerto, lo sagrado a fortiori ha muerto, los ángeles también han muerto, la escala de Jacob se ha roto.

Todo lo que acabamos de decir no extrañará de ningún modo a aquellos que saben a qué atenerse sobre la «edad sombría» (Kali-yuga)(4) predicha por las Escrituras y caracterizada por un número considerable de «signos», entre los cuales figura la pérdida del sentido de lo sagrado. En el final de los tiempos, es ciertamente abusivo decir que «Dios ha muerto» o que «el hombre ha muerto», pero es preciso saber reconocer que lo que está muerto –o en estado agónico– son las mediaciones entre Dios y el hombre: lo sagrado, la religión, la fe. Es más exacto decir que en el mundo moderno, desacralizado y ateo, Dios parece estar ausente: las relaciones entre Dios y el hombre se han cortado, lo que en última instancia permite dar un sentido a las expresiones abusivas que hemos citado. También podríamos decir que en razón del «endurecimiento» del cosmos, del «caparazón» que cubre el mundo actual, las influencias espirituales ya no lo traspasan(5). El hombre privado de la gracia puede ser considerado como muerto; Dios, cuya gracia ya no desciende o es interceptada, puede igualmente ser considerado como «muerto».

Sin embargo, lo que acabamos de decir corresponde más bien a un límite hacia el que se tiende, pero que nunca se ha alcanzado en el proceso de desarrollo del mundo manifestado. Dicho de otro modo, el empañamiento completo de la gracia, el carácter completamente estanco del caparazón evocado anteriormente, la «muerte de Dios» y la «muerte del hombre» nunca se han realizado, o no pueden ser alcanzadas más que en el límite, es decir «al final de los tiempos», lo que se sitúa fuera del tiempo, como el límite se sitúa fuera de la serie de términos a los que sirve precisamente de límite(6). Si el empañamiento de la gracia fuera completo, el mundo actual dejaría instantáneamente de existir y eso sería el fin. Este mundo no subsiste, pues, más que por la presencia de «espirituales», evidentemente muy raros y que constituyen el pequeño número de los elegidos; y la frase evangélica «yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20) confirma lo que acabamos de decir. Sin embargo, está igualmente escrito: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la Tierra?» (Lc 18,8). Además, se ha dicho también: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Mt 9,12-13), lo que restablezca la esperanza, y por último: «Se le pedirá a cada uno según lo que ha recibido(7), y hay que recordar también al «obrero de la hora undécima» (Mt 20,1-16)(8).

Feliz el hombre de la edad de Kali, dicen también los hindúes. En efecto, las obras de arte sagrado están en los museos o en los libros. Las torres de la catedral de Chartres se elevan en medio de un desierto espiritual; los turistas afluyen a ella, pero ya no hay seminaristas. Una ciencia puramente empírica y conjetural inventa teorías que no tienen nada que ver con la Verdad; la inteligencia de los filósofos, privada de la gracia, fabrica sistemas extravagantes y las ciencias humanas proponen explicaciones aberrantes, psicológicas y sociológicas, de la religión o del «hecho religioso». Por último, el hombre es aplastado por montañas de máquinas que le embrutecen completamente en su trabajo y en sus ocios, por no hablar de las atrocidades de la guerra, reforzadas por las mismas máquinas. Pero, como dijo el Maestro Eckhart, «no hay nada más noble que el sufrimiento». Feliz, pues el hombre de la edad de Kali: nada ha recibido, nada le será pedido.

Si el intelecto hundido en el corazón del hombre, purificado e iluminado por la gracia, se hace capaz de comprender inmediatamente el lenguaje de la Revelación y de la metafísica tradicional, concebirá la Divinidad (la Deidad o el Hyperthéos) como el Principio supremo, eterno e inmutable, que contiene a todos los seres en modo principial, arquetípico e indestructible. A este nivel, la «muerte de Dios» o la «muerte del hombre» no tienen ningún sentido. Pero cuando los seres «salen» –ilusoriamente por otra parte– del Principio supremo, del que no habían salido más que en modo ilusorio, es entonces cuando se puede decir, con el Maestro Eckhart, que «Dios desaparece», y que el hombre, tal como lo conocemos en su modalidad existencial, corporal o psíquica, desaparece igualmente(9).

Lo que muere es lo que no ha existido nunca más que en modo ilusorio. La reintegración de todas las cosas in divinis es pues una necesidad y una evidencia metafísica. Pero no puede haber un retorno más que si hay correlativamente una salida: uno y otra no se sitúan evidentemente en el tiempo que no es más que una condición particular de la existencia. Son, por decirlo así, coetáneos con la divinidad: «Hay así multiplicación incesante del Uno inagotable y unificación incesante de la indefinida Multiplicidad(10)». «Yo era un tesoro oculto y he querido ser conocido; por eso he creado el mundo» (Corán).

Esta última proposición –«yo era un tesoro oculto y he querido ser conocido; por eso he creado el mundo»– proporciona la clave y el fundamento ontológico de lo sagrado: el mundo. no se trata del «mundo» en el sentido neotestamentario, donde esta palabra designa el reino de Satán, «príncipe de este mundo». se trata del mundo (mundus=puro) saliendo de las manos del creador o también o también del Cosmos, del «caos organizado» por el Fiat Lux(11). Este mundo es esencialmente sagrado, pero no en el sentido de «puesto aparte» que esta palabra tomará después en razón de la Caída y la desacralización progresiva del Cosmos(12).

El misterio comienza o persiste cuando se afirma, por una parte, que la «Caída» era inevitable por el simple hecho de que el mundo no es Dios y, por otra, que es imputable al hombre (véase Rom I,18-32). Se puede decir también que el mundo es sagrado, pero que no es divino, lo que le confiere solamente su función de mediador entre Dios y el hombre.

Si en el origen todo es sagrado y si la naturaleza virgen sirve de templo a la divinidad y al hombre, al final de los tiempos, como hemos suficientemente desarrollado, todo está desacralizado. Entre ambos extremos, el hombre tiene necesidad de templos, siendo precisamente el templo una imagen o símbolo del Cosmos. Así a lo largo de toda la historia, lo sagrado aparece en su significado y en su papel más propio: elementos de este mundo «puestos aparte», «consagrados» para la mediación entre Dios y el hombre. La Iglesia y el orden sacramental, el sacerdocio, el sacrificio (sacrum facere), el arte sagrado, pertenecen con toda evidencia al dominio de lo sagrado.

Esta cuestión implica todavía otro aspecto que es el problema delicado de «hechos sagrados» como la virginidad de María, la resurrección de Cristo, su ascensión gloriosa, etc. Los racionalistas, que, por definición, no creen en lo sobrenatural, se ven reducidos a dar explicaciones lamentables de los Evangelios. Si se mantiene que la resurrección de Cristo es un «hecho histórico» para evitar contemplarla como una ficción, conviene sin embargo no ponerla en el mismo plano que un accidente de coche o la batalla de Austerlitz.

Se trata esencialmente de un «hecho sagrado», es decir, aplicando lo que hemos dicho anteriormente, de un hecho «puesto aparte», fuera de serie, si cabe expresarse así, y que no se sitúa en el tiempo ordinario, en una fecha precisa. La mejor prueba de ello es que los Evangelios callan sobre lo que pasó entre la Crucifixión y el descubrimiento de la tumba vacía. Es así imposible situar el «descenso a los infiernos», pero la iconografía representa al Cristo glorioso descendiendo a los infiernos; lo mismo, en la cruz, Cristo dice al buen ladrón: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

Todo esto indica una cierta contemporaneidad de estos acontecimientos, pero su naturaleza de algún modo «transhistórica» les confiere una realidad muy superior a un simple hecho histórico. Está excluido que el cadáver de Jesús haya sido «reanimado» y haya salido de la tumba, lo que muestra la diferencia entre la resurrección de Cristo y la «resurrección de Lázaro» volviendo a la vida ordinaria. Se trata esencialmente del «cuerpo glorioso», que no difiere esencialmente del corpus natum, el cuerpo nacido de la Virgen, que no podía ser más que «glorioso» en razón de la unión hipostática de la naturaleza humana y la naturaleza divina, pero que disimulaba su gloria en la aniquilación de la kénosis.(13). Es, evidentemente, el mismo cuerpo glorioso el que se manifiesta en las apariciones, y finalmente en la Ascensión –¡que no es de ningún modo comparable al vuelo de un cohete!–. Estamos en otro eón, de naturaleza superior al «eón de este mundo», y que incluye la posibilidad de manifestarse en él sin ser afectado por sus condiciones: Cristo resucitado comía con sus discípulos, pero no tenía necesidad de comer(14).
Es interesante, por último, señalar que los «hechos sagrados» de los que hemos hablado están atestiguados por la presencia de los ángeles, cuya función mediadora los emparenta con lo sagrado, y a los que se vuelve a encontrar en la Parusía (Mat 24,31; 25,31). A este respecto, nunca se insistirá demasiado en el papel de los ángeles, intermediarios entre Dios y el hombre. El episodio de la escala de Jacob lo afirma netamente y la historia de Natanael (Jn I, 45-51) nos parece particularmente iluminadora; Jesús minimiza el acontecimiento de la higuera y declara: «De cierto, de cierto os digo: de aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre». Todo esto ilustra y confirma la teoría de los «tres mundos», sirviendo el mundo informal (o angélico) de intermediario entre la manifestación formal y lo no-manifestado.

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NOTAS
1.- Si se nos objeta que hay todavía países, en Oriente, por ejemplo, donde el sentido de lo sagrado y de la religión no se ha perdido, precisaremos que nuestras palabras se refieren fundamentalmente a Occidente y que las «tinieblas occidentales» han invadido ya una gran parte del resto de la humanidad.
2.- El texto está publicado en 1979, pero no sabemos la fecha en la que fue escrito (ndr).
3.- En las Actes du Colloque international de Cerisy-la-Salle (13 al 20-7-1973), Arché, Milán, 1980, dedicado a «René Guénon et l´actualité de la pensée traditionnelle», véase más particularmente la conferencia de J. Tourniac, «Reflexions sur l´oeuvre de René Guénon».
4.- Kali-yuga significa «edad mala» o «edad de conflictos». Es el cuarto y último período de la historia romana, y la traducción de kali-yuga por «edad sombría», aunque no sea etimológicamente exacto, traduce bastante bien la realidad actual.
5.- Véase R. Guénon, «El reino de la cantidad y los signos de los tiempos» cap. XVII.
6.- R. Guénon, Les Principes du calcul infinitesimal, París, 1946, cap.XII.
7.- Alusión a la parábola de los talentos (Mt 25,14-30)
8.- Se dice también en el Islam que el que al principio haya omitido una décima parte de la Ley se condenará, pero al final de los tiempos el que practique una décima parte de la Ley se salvará.
9.- Véase nuestro trabajo «Le Mystére de la deité chez Maître Eckhart et saint Denys l´Areopagite» (Traité I.5) en «Introduction à l´ésotérisme chreétien, París, Dervy, 1979.
10.- A. K. Coomaraswamy, Hinduismo y Budismo (Paidos 1997). Pero, dice también Eckhart, «mi entrada es más noble que mi salida».
11.- «Sea la luz», primera palabra de Dios al comienzo del Génesis.
12.- A menos de considerar el «caos organizado», el Cosmos, como una sacralización (primordial) del caos de las posibilidades, una «puesta aparte» de las posibilidades de manifestación por relación a la nada. En este sentido, la existencia es sagrada.
13.- Véase Fil 2,7. Téngase en cuenta también que esta gloria se manifestó en la Transfiguración.
14.- R. Guénon. El Hombre y su Devenir según el Vedanta. Véase igualmente el comentario del Maestro Eckhart reproducido en F. Chenique, Le Yoga Spirituel de St. François de´Assise, nota pag. 109.

lunes, 26 de marzo de 2012

La Orden del Temple en la Región de Murcia (1266-1310)



La condición de monjes-guerreros de los caballeros del Temple, como los de otras muchas Ordenes (Hospitalarios, Calatrava, Santiaguistas, etc) no fue un fenómeno en exclusiva del mundo cristiano, sino general de la época pues también en el lado musulmán e incluso antes que del lado cristiano, existían los cuerpos de elite de guerreros-religiosos. Sin embargo, la leyenda que envuelve el trágico final del Temple añade un velo de misterio y profundidad sin parangón que ha perdurado hasta nuestros días. La capital murciana y la frontera del Noroeste se rindieron a sus pies y quedaron durante un tiempo bajo su sabia tutela. Los templarios ejercieron de consejeros de Jaime I y Alfonso X en la toma de grandes decisiones que afectarían al desarrollo histórico de la Región.

La Orden del Temple, de origen francés, llegó a la Península en torno al 1129, ya en plena Reconquista, para colaborar activamente en ella. Sus actuaciones les granjearon muy pronto un merecido prestigio de buenos guerreros, interviniendo en Murcia a partir de 1266. En la capital la capitulación se llevó a cabo ante Jaime I, pero sus condiciones apenas se mantuvieron unos meses ya que pronto se hizo cargo de la responsabilidad Alfonso X. Pues bien, durante ese corto espacio temporal que fue de febrero a junio de 1266 de influencia del aragonés, los Templarios recibieron en propiedad el Alcázar Nasir. Posiblemente cuando se hallaba al frente de ellos Pedro de Queralt, lugarteniente del Maestre de Aragón (es probable que también la fundación del Hospital de Santa Catalina sea de este momento).

Además del magnífico Alcázar, Jaime I donó al Temple otras muchas posesiones, según reza la real carta fechada el 7 de marzo de 1266 y escrita en la misma Murcia: ¿... Damos y concedemos a Dios y a la Orden del Temple Militar para siempre por herencia propia, franca y libre, casas que son de Abu Kalach, Aben Mahomat y Algonfan, de las mismas casas, la que está edificada delante de aquél, que ciertamente están en Murcia, en la parte de los cristianos y se enfrentan de una parte ( a unas casas que) se dice de Rebot Alahuet y a las casas de Abenabdalacid. Damos y concedemos a Dios y a la Ordenantedicha, para siempre, todo lo que fue de Alfofaxer, y se enfrentan desde dos partes al (muro) y de otra parte a la vía pública y de otra a las casas Alfacham. Predichas asi las casas y huertos...¿ Estas casas son de extramuros y podrían situarse hoy aproximadamente, desde Las Claras hasta la calle de Jaime I el Conquistador.

Aquel mismo año, pero ya desde Barcelona, Jaime I dispone lo siguiente: ¿...Por la gracia de Dios, el Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, los compañeros de Barcelona y de Urgel y el Señor de Montispessulani, por nosotros y por el ilustre rey de Castilla y los suyos, damos y concedemos a Dios y a la Orden Militar del Temple, para siempre, por herencia propia, franca y libre, casas que fueron de Abdelhac Alimahomet Abnibiniambra y el granero de las mismas casas que están ante la puerta de éste. Ciertamente las casas que están en Murcia, en la parte de los cristianos que se enfrentan de una parte a la vía pública que se dice de Rabac Alahubet y a las casas de delante, y de otra a la vía que se dice de Navat, de otra a las vías que se dicen de Zarhan y de otra a las casas de Aben Abdelaziz. Damos después que las asignaramos y dimos a la Ordenantedicha para siempre el huerto que fue de Dalfossayex y se enfrenta desde las dos partes al muro de la ciudad¿...

Como puede verse, en esta segunda carta de donación el Rey confirma las propiedades otorgadas meses antes y añade algunos datos destacando los referidos a las vías de Zarhan y de Navat, que se suman a la ya citada en Marzo y denominada Rabac Alhubet.
Reinstaurado el poder y la influencia castellana, se rectificaron las capitulaciones aragonesas con la hábil diplomacia del Maestre del Temple Lope Sánchez. Concede entonces Alfonso X grandes señoríos a las Ordenes Militares en zonas fronterizas de escasa población, con lo que se ganaba seguridad para el reino y el desarrollo de ciertas actividades económicas.

A los Templarios se les había donado la bailía de Caravaca que abarcaba Cehegín y Bullas. Desde el primer momento se les respetó la posesión de la Alcazaba con Dar-ax-Xarife (Ayuntamiento actual) y el alcázar Nasir, la Torre de Caramajul, jardines, huertos, baños y una mezquita.

En 1282 el Ayuntamiento de Valladolid depuso a Alfonso X y nombró regente a su hijo Sancho, pero los Templarios continuaron fieles a don Alfonso, tanto en la ciudad de Murcia como en la bailía, lo que no resultó del agrado del futuro Sancho IV quien poco después intentaría quitarse esta espina clavada en su orgullo. En 1283 falleció Alfonso dejando claro en su testamento el deseo de ser enterrado y custodiado por los Templarios de Murcia. Fue albacea y encargado de llevar a buen término los deseos testamentarios del monarca el templario Fray Juan.

Tres años después, concretamente en 1285 cuando era alcaide de la fortaleza templaria Bermudo Méndez, Bullas cayó en manos de tropas musulmanas. Pudiera ser que se tratara de un tal Zaen (Abenbucar Abuzayen), capitán de unos cientos de jinetes que tuvo en jaque en toda la frontera a las tropas cristianas hasta fines de siglo. El caso es que al pobre Bermudo se le acusó de tener la fortaleza mal defendida y aunque en última instancia sus tropas lograron reconquistarla, al final el mal estado en el que quedó aconsejó fuese derruida. El resultado final fue que Sancho IV acabó castigando a los Templarios mediante la anexión de sus tierras a la Corona, temporalmente.

En 1296 el reino de Aragón se hizo con el territorio murciano en detrimento de Castilla y así lo mantuvo en su poder durante nueve años. De este período existe noticia de la mediación de Jaime II entre los Templarios y el caballero Guillén de Anglesola, así como dos interesantes cartas que afectan directamente al Temple en Murcia. Ambas misivas están firmadas por el rey y en ellas se pretender dar solución a un contencioso pecuniario con influyentes prestamistas en el que tiene parte indirecta la Orden. La primera de las cartas está fechada el 3 de agosto del año de gracia de 1296 y va dirigida al Comendador Templario de Caravaca, fray López Pays, a quien el monarca conmina para que la Orden restituya sus bienes a dos personajes del colectivo judío: Moisés Yuzett y su hermano Albolazat, vecinos de Mula.

Dos años después, un 26 de mayo, Jaime II vuelve a enviar otra misiva; esta vez dirigida al Procurador General del Reino de Murcia, Jaime Xericá, en la que se menciona a los Templarios en relación con otro contencioso de parecido corte en contra del hidalgo Guillén de Anglesola.

En 1304 tuvo lugar un interesante acontecimiento cuando unos cuatrocientos caballeros templarios, en unión con Ibn Rahhu de Lorquí llevan a cabo una expedición a tierras granadinas que resulta todo un éxito, recorriendo todo el valle de Almanzora. Poco después, en 1307, el Temple fue perseguido por la corona de Francia en la persona de Felipe el Hermoso, persecución que rápidamente se fue extendiendo geográficamente hasta alcanzar a todo el ámbito templario, incluida Jerusalén. En la bailía templaria murciana destacaba entonces como cabeza visible el Maestro Rodrigo Yánez.
A partir de 1309 y hasta 1313, poco a poco, la Orden de Santiago fue apropiándose del territorio templario, desplazando al Temple y consiguiendo sus propiedades de manera definitiva y de forma oficial en 1344, con Alfonso XI.

domingo, 25 de marzo de 2012

CÓMO SER TEMPLARIO HOY: EL CAMINO DE UNA BÚSQUEDA ESPIRITUAL EN EL MUNDO OCCIDENTAL



Patrick Emile Bracco


En nuestros días, a través de toda Europa o América, se constata un florecimiento de movimientos templarios, como si el hecho de añadir la palabra Temple o Templario a cualquier grupo bastara para darle título.

Es cierto que en el seno de algunos de estos grupos se encuentra un verdadero espíritu caballeresco cristiano. Pero al lado de esto, ¿de cuántas manifestaciones patológicas podemos ser testigos?

No hablaré de estos bravos "Templarios" que no presentan más que el aspecto de guardianes de cementerios encargados de realizar el plan de las sepulturas, o todavía de estos hiper-especialistas históricos, más ratas de biblioteca que auténticos hombres de terreno. En todos estos casos, el espíritu templario está bien lejos. Pero ¿en qué términos podemos definir hoy el espíritu templario?

Cuando era aceptado como templario, este último debía conformarse con ciertas obligaciones de la Regla del Temple, que eran: la obediencia, la castidad, la pobreza, la fraternidad, la hospitalidad y el servicio a los ejércitos. No olvidemos que el Temple era una orden monástica y que sus miembros debían seguir sus reglas de una manera estricta.
 
El espíritu templario reposaba sobre ellas y su respeto representaba una apuesta sublime donde el honor y la fe tenían partes iguales.

Este espíritu animaba a los hombres que debían ser, a la vez, santos héroes, especulativos y hombres de acción, administradores y jefes de guerra. Debían aceptar, además, que la acción personal servía a la comunidad y no a la reputación de un hombre, por alto que estuviese en la jerarquía. Y todavía más que la gloria del Temple, servir a la gloria de Dios. Se trataba de ser digno del blanco manto y digno de sí mismo, saber conducirse en este mundo de ilusiones como un verdadero servidor de Cristo.

Pero hoy día, ¿cómo se puede, por una parte, conciliar estas obligaciones con la vida profana y, por otra parte, defender el ideal cristiano en un mundo donde reina la indiferencia?

Nuestra Orden actual no tiene una vocación monástica, así como también las obligaciones del Templario deben ser interpretadas con detenimiento. El mundo y las cosas han evolucionado desde el siglo XII, también es preciso saber adaptar estas reglas.

La castidad no debe ser una ausencia de relación carnal con el ser amado, sino más bien una huida de toda impureza y de todo desahogo malsano.

Tratar de reencontrar el verdadero sentido del amor físico, dándole su lugar como en el amor afable, una fusión de dos seres humanos no sólo por unos instantes, sino por toda una vida.

La pobreza: tampoco es cuestión aquí de comprometer a los Caballeros en la pobreza absoluta, sino hacerles comprender que en un momento se puede perder todo en la vida, pero la verdadera riqueza no está en los bienes exteriores, sino en lo que hay en el corazón.
Es preciso saber también, y esto concierne a otras dos obligaciones que son la fraternidad y la hospitalidad, que el templario debe saber compartir con su hermano menos afortunado que él (recordemos el simbolismo de dos templarios sobre el mismo caballo) y que él debe saber abrir su puerta y su corazón a los desgraciados que pueda encontrar en su camino.
 
La obediencia: cuando se entra en una orden, cualquiera que sea, el primero de los mandamientos es la obediencia. La obediencia y el respeto por las reglas son los únicos medios de mantener las estructuras de un organismo en función, sin no la anarquía se instala y nosotros tenemos demasiados ejemplos alrededor de nosotros para querer seguirlos.

El servicio a los ejércitos: la Orden del Temple no está aquí para batirse de una manera física; no llevamos espada, ni armadura; no es cuestión de restituir cualquier compromiso militar. Pero recordemos que, en caso de conflicto, hemos elegido un ideal espiritual, y que este ideal haría falta saberlo defender con las armas en la mano si fuera necesario.

Temo que muchos Hermanos, presentes o ausentes, no hayan ponderado de una manera suficientemente seria el peso de su compromiso en nuestra Orden. ¿Cuántos no han sido seducidos más que por la apariencia, el porte del manto blanco, el título de Caballero, pero los actos, los hechos, dónde están? ¿Qué han hecho ellos por la Orden en general y por su evolución en particular?

Si no se nace Caballero, se puede, sin embargo, llegar a serlo y para ello se debe tomar y seguir un cierto camino que comienza por una iniciación. Esta iniciación va a permitir al hombre profano que quiera entrar en el Temple, separarse de las coacciones exteriores y de su historia personal. Va a alejarse de su medio inmediato, limitado y obtuso por confiar al Universo y a la Humanidad todo, dándole una dimensión sagrada.

El sentido de esta ceremonia invariable es ayudar al nuevo Hermano a afrontar la angustia provocada por un compromiso profundo y permanente. Esta ceremonia vivida por los que obtienen el título y por los Hermanos crea un lazo entre los adeptos y, si es vivida intensamente, puede provocar una auténtica comunión.

Comprendemos que estas ceremonias iniciales son muy importantes en el sentido de que pregonan un deseo de despertar el hombre dormido y de hacerle tomar conciencia de un posible estado superior, lo que era una de las misiones del verdadero Temple.

Nosotros, que hemos elegido la vía de la Caballería Templaria, sabemos que la meta que nos hemos fijado no es la Jerusalén Terrestre, sino la Jerusalén Celeste.

Para hacer actos de beneficencia o tener una conducta moral irreprochable, no es necesario entrar en el Temple. En nuestro caso, esto debe ser la consecuencia directa de una búsqueda situada mucho más alto. Hace falta, pues, comprender que el Temple es también el vehículo de una búsqueda esotérica para cada Caballero, y la síntesis de esta búsqueda es la formación de una encrucijada de civilizaciones y de corrientes espirituales primordiales, cuyos participantes se harían Guardianes de la Tradición, transmitida por vía esotérica desde el cristianismo primitivo (comprendemos mejor así las relaciones entre los Templarios y los musulmanes durante las Cruzadas, mucho más hechas de comprensión mutua que de traición del cristianismo por parte de los primeros).

Guardemos el espíritu abierto a la diferencia y practiquemos la tolerancia, así podremos tener ya un estado de espíritu apto para una comprensión más sutil de las cosas.
 
Cuando comienza a existir, el hombre se interroga sobre el sentido de su vida; desgraciadamente las respuestas que aporta a estas interrogantes son vagas e insatisfactorias, y se ve obligado a contentarse con opiniones, de creencia o de fe. El sentido de esta verdadera búsqueda existencial no será dado más que por un camino interior, guiado a la vez por la Fe, la voluntad de alcanzar el logro marcado y la intuición; tres cualidades indispensables para cualquier éxito temporal o espiritual.

La corriente templaria es una de las grandes vías occidentales que ha llevado en su seno los medios de desarrollar esta búsqueda espiritual y, más allá de esta simple búsqueda, ha propuesto a los templarios realmente dignos una realización mucho más importante... Quien tenga orejas que oiga...

Hemos dicho que nuestra meta era la conquista de la Jerusalén Celeste, la que cada uno lleva en lo más profundo de sí y que le permitirá, si llega a conquistarla, trascender el simple estado mortal que tenía hasta ese momento. Para confirmar esto, miremos el símbolo que llevamos en el hombro izquierdo: es una cruz, sin el hombre crucificado, y no por ella directa y únicamente ligada al cristianismo, pero sí a una tradición muy anterior que creía que el hombre caído estaba estrechamente atado a los cuatro elementos de la manifestación y que sólo por el centro de esta cruz podía extraerse el hombre elegido y digno de figurar con los justos a la derecha del Padre Eterno.

Comprender, mis Hermanos, que el Temple ofrece esta posibilidad a los que tienen bastante coraje, voluntad y perseverancia para emprender y mantener tal camino, pero el resultado al final es digno de la gracia que nos ha hecho Dios permitiéndonos estar aquí, pues no olvidemos que este trabajo no se hace únicamente en un sentido egoísta, sino también, y sobre todo, por la Más Grande Gloria de Dios: "Non nobis, domine, non nobis sed nomini tuo da gloriam".