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viernes, 4 de mayo de 2012

BARRO

Barro
Louis Cattiaux


01/12' . El barro nutricio queda abandonado en el camino.
02/9'. Un montón de barro sólo encierra un grano de oro puro.
05/18'. El oro se separa del barro por su propio peso y, algunas veces, por su gran ligereza.
03/102'. La tierra volverá a ser como el barro , como la vida y como el oro bajo el soplo del Altísimo.
05/11'. Entre el agua y el vino hay lugar para la sangre de la tierra, y entre el barro y el trigo hay lugar para el cuerpo del sol.
06/21'. Ofrecieron al Sabio conocedor montones de monedas de oro, sacos de piedras preciosas, luego campos, ciudades y ejércitos, por último, los continentes y los océanos de la tierra, pero él reclamó un poco de barro para preparar su cosecha.
18/06'. Las almas divinas tienden por su naturaleza a separarse de la costra del pecado y a reunirse con su centro eterno, puro y viviente. "Los profetas han venido a recolectar el polvo de oro dispersado en el barro de este mundo."
09/ 38'. La gracia de Dios nos embeberá de nuevo y nos volveremos como barro antes de ser rehechos como oro.
28/45. ¡Oh, santo barro del abismo despre­ciado por los inteligentes del mundo!, en ti se esconde el oro precioso que ennoblece a los simples hijos de Dios.
21/33'. Estemos atentos a los despreciados, a los débiles y a los sencillos, ya que, a menudo, el Señor se mueve y germina misteriosamente en ellos. ¡Oh, santa humildad!, ¡oh, santo barro del abismo!, ¡oh, santo caos del comien­zo!"
23/57. Si habéis encontrado la unidad del Único, romped las páginas del Libro y dejadlas volar al viento tarareando una alegre canción. Si no, no os separéis de ellas ni de día ni de noche hasta que penetren vuestro entendimiento y hasta que os conduzcan al barro que no moja ni mancha nada.
01/65. Lo que el mundo desprecia, lo ­que todos rechazan, lo que parece vil y sin valor: he aquí lo que el Sabio exami­na con cuidado. El barro del abismo, la humildad de la tierra y el velo de la muerte."La piedra fundamental y el agua de la resurrección."

martes, 1 de mayo de 2012

MEDUSA Y EL INTELECTO

MEDUSA Y EL INTELECTO

  Emmanuel d'Hooghvorst


(Fragmento del HILO DE PENÉLOPE de Emmanuel d’Hooghvorst, titulado MEDUSA Y EL INTELECTO, a propósito del Infierno de Dante, (Arola Editors, Tarragona 2000, página 137).

El Infierno y la Muerte dijeron: Hemos oído hablar de ella (de la Sabiduría, pero no sabemos dónde está). Dios es quien tiene la inteligencia de su sendero y conoce su morada.[1]
Job

Cuando Dante descendió al Infierno, acompañado por Virgilio, llegó a la entrada del sexto ante la sombría muralla de la ciudad de Dite y fue recibido por este grito de las feroces Erinias:

¡Que venga Medusa, lo convertiremos en esmalte (smalto)[2], IX, 52.

Efectivamente, en la antigüedad se atribuía a Medusa la propiedad de petrificar a los que la veían: los volvía insensibles como la piedra. Aquí, como el esmalte, “smalto”.

Antes de desarrollar más ampliamente el tema, refirámonos al del poema y a la verdadera naturaleza del infierno de Dante. ¿Por qué era necesario que el poeta descendiera a esta siniestra caracola para alcanzar el paraíso? Todos recordaremos los primeros versos del Infierno:

En la mitad del camino de nuestra vida, me encontré en una selva oscura, donde se había perdido la vía recta. (I, 1-3)

Queriendo salir de este valle que le había “de miedo traspaso el corazón” (I, 15), nuestro gran poeta se esforzó en escalar la montaña que lo encerraba. Varios obstáculos: na pantera, un león, una loba hambrienta de alzaron ante él y le hicieron perder toda esperanza de alcanzar las alturas. (I, 54)

Se le apareció Virgilio y le puso en guardia con respecto a la loba: nunca permite el paso a nadie, pues se lo pide con tanto ahínco que acaba matándole. (I, 96)

Se la define como un hambre nunca saciada.

El sentido de este pasaje podría ser el siguiente: “en la mitad de nuestra vida”, Dante se sentía como desviado. Así, pues, todavía no estaba iniciado en el “bello estilo” (I, 87), cuyo maestro fue Virgilio. Estaba dominado por el impulso natural de alcanzar la cima donde luce el sol naciente (I, 16-18); como el espíritu que quiere alcanzar el gran Pan sabido antes, intenta levantar el vuelo hacia las alturas donde brilla la pureza original, objeto de su nostalgia mística.

Era preciso que Virgilio le revelara el verdadero camino de inmortalidad: “deberás”, le dijo, “hacer otro viaje si quieres huir de este lugar salvaje” (I, 91-93), si quieres escapar de esta ogresa que lo devora todo, de este sueño ávido y destructor. Entonces, Virgilio le enseñó el sendero tenebroso que conduce al centro del Universo, “donde los pesos convergen de todas partes” (XXXIV, 111), lugar de las riquezas congeladas, sobre cuya consistencia se levanta el purgatorio, también llamado “la puerta de san Pedro” (I, 134).

Éste es el sendero de los héroes. También lo denominamos sendero de Hermes, donde Dante reconoció “la vía recta” o vía de la derecha, deseo de su corazón. En la enseñanza de Virgilio reencontró su “primer propósito”: Con tus palabras, me has tan bien dispuesto el corazón para seguirte, que he vuelto a mi primer propósito. (II, 136-138)

El infierno es “una cosa secreta” (III, 21). Es el secreto del mundo, el lugar del amor condenado: Me hicieron la divina potestad, la suma sabiduría y el amor primero. (II, 5-6). Esto es lo que estaba trazado con un color oscuro sobre la puerta de la ciudad doliente. Cuando el amor se volvió avaro, fue el infierno, cuyo fondo es un lago de hielo donde reside Dite, atrapado en aquel hielo hasta el vientre.

El Infierno se divide en dos. Del canto IV al canto VII, encontramos a los que han pecado por haberse dejado arrastrar. Primero, el vestíbulo: allí se amontonan los innumerables mediocres que nadie quiere y que no encuentran sitio en ningún lugar. Luego, los pecadores de la carne, los glotones, avaros, pródigos, coléricos, rencorosos y melancólicos. Son los pecadores por haberse dejado arrastrar.

A partir del sexto círculo (canto IX),l los dos poetas visitan el infierno propiamente dicho. Allí están los pecadores por malicia. Están encerrados en la ciudad de Dite, cuyas “cúpulas son rojas por el fuego que interiormente las abrasa” (VIII, 73-74). “Aquella ciudad está rodeada por una infranqueable muralla de hierro”. (VIII, 77-78). Allí, sucesivamente, se encuentra a los heréticos, los violentos, los engañadores y los traidores.

En las inmediaciones de esta ciudad es donde Dante oyó ese grito siniestro: ¡Que venga Medusa, lo convertiremos en esmalte! (IX, 52)

En la mitología, Medusa (o Gorgona) era hija de dioses marinos. Su atroz destino la volvió célebre: era una bella joven, pero sus cabellos fueron transformados en serpientes por Atenea (Minerva) por haber dado a luz a Crisaor y Pegaso, frutos de su unión con Poseidón (Neptuno) en uno de los templos de la diosa. Su cabeza se convirtió en algo tan terrible que los que la miraban quedaban petrificados. ¿Acaso no significa el verbo “méduser”[3] ‘dejar estupefacto’?

En el transcurso de su famoso descenso a los infiernos, Ulises se expresa en la Odisea del siguiente modo: Sentí volverme verde de miedo con sólo pensar que desde el fondo del Hades la noble Perséfone pudiera mandarnos la cabeza de Gorgo, aquel terrible monstruo.[4]

El neoplatónico Porfirio, del siglo III d. C.,[5] ha comentado este pasaje: Aristóteles define a Gorgo o Medusa como terror, pánico para los que la ven.[6] Ulises temía que le fuera enviado un demonio de este tipo…” Pero Porfirio añade: “Temer no es ver”, al parecer haciendo alusión al carácter imaginario de esta aparición.

La observación de Porfirio define bien la naturaleza de esta Medusa petrificante. Es un fantasma para el que el testimonio de los sentidos no interviene en nada. Si bien se manifiesta a los condenados como terror pánico que se apodera de los espíritus pasmados, puede, sin embargo, en el transcurso de la vida del hombre tomar otros aspectos. Es el peligro de cualquier actividad psíquica separada de los sentidos y, por consiguiente, insensata. He aquí el dolo de las falsas revelaciones. Este monstruo sin huesos ni carne es como Proteo, que toma todas las formas pero no permanece en ninguna. Medusa es una pega para los que se deleitan en ella.

Pensamos que es inútil insistir sobre este cielo de mentira. El lector comprenderá lo que referimos.

La ciudad de Dite es, según hemos visto, la de los astutos, defraudadores y traidores. Recordemos que estaba rodeada por una muralla infranqueable: el delirio del espíritu se une la astucia de la razón. Éste es el momento de recordar las excelentes páginas de El Reino de la Cantidad,[7] donde el autor denuncia el racionalismo “que niega al ser humano la posesión y el uso de cualquier facultad de orden trascendente…”. Ésta es la muralla que envuelve la ciudad infernal: el olvido heló como hierro. Hemos visto anteriormente que el Infierno era el secreto de este mundo.[8]

¡Qué bien combinada está la trampa! Nunca un cazador con trampas cedió ante las súplicas o las lágrimas. El sendero de Hermes está olvidado.

Así dijo el Maestro: vuélvete hacia el interior y cierra los ojos, pues si la Gorgona se muestra y tú la ves, nunca podrás volver arriba.

Así dijo el maestro” despierta nuestra atención. Este interior hacia el que el discípulo ha de volverse es el del sentido, y la invitación a tener los ojos cerrados se comprende fácilmente.

Un hermetista contemporáneo, Louis Cattiaux, escribirá, por ejemplo, con un significado análogo: “El maestro, al visitar la morada del discípulo […] abrió todas las ventanas excepto la que miraba al Norte […]”.[9] Asimismo, antes de la reforma llamada de Pablo VI, al final de la misa católica, el sacerdote, volviéndose hacia el norte, recitaba el prólogo del evangelio según san Juan para conjurar las potencias infernales: En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo. (Juan, I, 4-9)

En el poema de Virgilio,[10] cuando el piadoso Eneas fue a buscar a la Sibila para pedirle que lo guiara en los infiernos, aquélla le advirtió de los peligros que le esperaban en los siguientes términos:

[…] El descenso al Averno es cosa fácil. La puerta del negro Dite está de par en par abierta noche y día; pero volver atrás y salir a las luces de arriba, ahí está la obra, ahí está el trabajo. Unos pocos, nacidos de los dioses, a quienes Júpiter hizo objeto de su amor y llevados hacia el éter por una ardiente virtud, lo lograron […].

Uno dice lo que el otro calla.

Lo que mejor nos parece que define la condena está expresado en estos versos del Infierno:

Hemos llegado al lugar donde te dije que verías a la gente doliente que ha perdido el bien del intelecto. (III, 16-18)

Y posteriormente, leemos en el canto IX:

¡Oh, vosotros, los que tenéis el intelecto sano, ved la doctrina que se oculta bajo el velo de los versos extraños! (IX, 61-63)

Como si dijera: vosotros, que habéis reencontrado el intelecto original y no degenerado en astucia de la razón, penetrad, sólo vosotros, el misterio de mis versos.

Dante habla aquí como un discípulo de Hermes, según el lenguaje propio de la escuela, en el que el intelecto traduce exactamente el griego nous (νοϋς), considerado en los libros de Hermes Trismegisto como el fruto de una iniciación, un don divino. Volvamos a leer, por ejemplo, el tratado IV, denominado la “Crátera” o la “Mónada”.[11] El intelecto, en griego nous, es presentado allí a los espíritus de los hombres como un premio que ganar.

El señor Guignebert[12] escribe que en la época helenística, a la que se hacen remontar los textos de Hermes Trismegisto así como los escritos neotestamentarios, se utilizaba el término nous “[…] para designar a un dios nous, que les proporcionaba en el acto un conocimiento absoluto del Todo y, además, les otorga la inmortalidad”. Asimismo, en ciertos textos herméticos, nous también designa ‘el sentido de las palabras y de las cosas’.[13] San Pablo proclamaba: “Tenemos el nous de Cristo”, pasaje que san Jerónimo tradujo excelentemente por “nos autem sensum Christi habemus”, ‘tenemos el sentido de Cristo’.[14]

A partir de aquí se ve en qué difiere la revelación y, digamos la palabra, la gnosis, palabra condenada por los fariseos del cristianismo, en qué difiere ese conocimiento de todo lo que representa la manifestación de la Medusa. Hemos aludido anteriormente a que el Infierno era el secreto de este mundo. Pero es un secreto negado y es en eso que resulta verdaderamente una trampa diabólica.

Si la condena es la privación del intelecto, el infierno es vivir en un aire sin estrellas: Allí suspiros, llantos y profundos ayes resonaban en aquel aire sin estrellas […]. (III, 22-23)

Precisamente, Dante relaciona el bien del intelecto con el cielo (estrellado). Leemos en El Convite:[15]

Así también las ciencias son en nosotros la causa inductora de la perfección segunda, pues por medio de ellas podemos contemplar la verdad, que es nuestra última perfección, como dice el filósofo en el libro sexto de la Ética, cuando dice que la verdad es el bien del intelecto. Por estas y por otras muchas semejanzas, la ciencia puede ser llamada cielo […].

A la salida de este infierno, Dante exclama:

Entonces, salimos para ver de nuevo las estrellas. (XXXIV, 139)

Es el último verso del Infierno. Se pensará naturalmente en ese astro terrestre que condujo por etapas a los magos venidos de Oriente hasta el alumbramiento del hijo de Dios.

Es imposible hablar de Dante sin evocar a Beatriz, la dama de sus pensamientos. En La Vida Nueva,[16] evocando su primer encuentro exclama:

He aquí que viene un dios más fuerte que yo, que me dominará. (II, 5)

Este dios, lo habremos comprendido, es el amor que hace a los poetas.

Colocando al final lo que fue al principio, nuestro poeta celebra en el último canto del Paraíso lo que fue su salvaguardia desde el comienzo de su viaje.

Creo, por la agudeza del vivo rayo que soporté, que me habría perdido si hubiera apartado los ojos de él. (XXXIII, 76-78)

Deberíamos citar por entero este admirable canto XXXIII del Paraíso, que resume toda la obra:
Lo sé, mi decir no es más que una simple luz. (XXXIII, 90)

Esta luz está callada en el infierno que la niega; se clarifica en el purgatorio; se contempla en el paraíso.
 
 

[1] . Job XXVIII, 22-23.[2] . Henri Longnon, ed. Garnier, París, 1938, traduce smalto por ‘piedra’, y André Pézard, ed. Gallimard, París 1965, por ‘mármol’.[3] . Este verbo francés no tiene equivalente en castellano (N. del T.)[4] . Homero, Odisea, XI, 634.[5] . Porphyrii Quaestionum Homericarum, ed. Schrader-Teubner, Leipzig, 1880.[6] . La atribución de esta definición a Aristóteles es dudosa. Tal vez se trate de un error de copista.[7] . R. Guénon, El Reino de la Cantidad y el signo de los Tiempos, ed. Paidós, Barcelona, 1997.[8] . Según la glosa de H. Longnon, op. cit., (en p. 137, n. 2).[9] . Louis Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, XXIV, 33’.[10] . Virgilio, Enéida VI, 126-131.[11] . Hermes Trismegisto, “Poimandrés” IV, 4, en Corpus Herméticum. (Existe una traducción al español: Textos Herméticos, ed. Gredos, Madrid, 1999.)[12] . Ch. Guignebert, Le Christ, ed. Albin Michel, Paris, 1969, p. 339.[13] . Véase Scout, Hermética, ed. Clarendon Press, Oxford, 1924, vol. I, p. 262.[14] . I Corintios II, 16.[15] . En Obras completas, ed. Bac, Madrid, 1980, p. 604.[16] . En Obras completas, ibidem, p. 537.

DISCURSO DE HERMES A SU HIJO TAT

DISCURSO DE HERMES A SU HIJO TAT
Que Dios es a la vez inaparente y lo más aparente
1 He aquí todavía una doctrina, Tat, que quiero exponerte completamente, para que no continúes sin ser iniciado en los misterios de Aquél que es demasiado grande para ser llamado Dios. Tú pues, comprende cómo el ser que a la mayoría parece inaparente va a volverse para ti en el más aparente. En efecto, no podría existir siempre si no fuese inaparente; porque todo lo que aparece ha sido engendrado, ya que ha aparecido un día. Al contrario lo inaparente existe siempre, porque no tiene necesidad de aparecer: es eterno en efecto, y es él quien hace aparecer todas las demás cosas, siendo él mismo inaparente ya que existe siempre. Hace aparecer todas las cosas, pero él mismo no aparece jamás, engendra, pero él mismo no es engendrado; nunca se nos ofrece como imagen sensible, pero él es quien da una imagen sensible a todas las cosas. Pues manifestación en imagen sensible sólo la hay de los seres engendrados: en efecto venir al ser no es otra cosa que aparecer a los sentidos.

 2 Por eso es evidente que el Único no engendrado es a la vez inaparente y no susceptible de ofrecerse en imagen sensible, pero, como él da imagen sensible a todas las cosas, aparece a través de todas, y en todas, y aparece sobre todo a aquellos a quienes él mismo ha querido manifestarse. Tú pues, Tat, hijo mío, ruega en primer lugar al Señor y Padre y Solo, que no es el Uno sino fuente del Uno, que se muestre propicio, a fin de que puedas alcanzar por el entendimiento ese Dios tan grande y para que haga resplandecer uno de sus rayos, aunque sea uno sólo, sobre tu inteligencia. En efecto, sólo el Conocimiento ve lo inaparente, ya que él mismo es inaparente. Si puedes, aparecerá entonces a los ojos de tu intelecto, Tat: pues el Señor se manifiesta con plena liberalidad a través de todo el Universo. ¿Puedes ver tu pensamiento y asirlo con tus propias manos y contemplar la imagen de Dios? Pues, si incluso lo que está en ti es para ti inaparente, ¿cómo se te manifestará Dios mismo, a tí, por medio de los ojos del cuerpo?

 3 Así pues si quieres ver a Dios, considera el sol, considera el curso de la luna, considera el orden de los astros. ¿Quién es el que lo mantiene así? Todo orden en efecto supone una delimitación en cuanto al número y al lugar. El sol, dios supremo entre los dioses del cielo, a quien todos los dioses celestes ceden el paso como a su rey y soberano, sí, el sol con su inmenso tamaño, él que es más grande que la tierra y el mar, soporta tener por encima de sí, cumpliendo su revolución, astros más pequeños que él mismo. ¿A quién reverencia o a quién teme, hijo mío? ¿Todos esos astros que están en el cielo no cumplen, cada uno por su lado, un curso semejante o equivalente? ¿Quién ha determinado para cada uno de ellos el modo y la amplitud de su carrera?

4 He aquí la Osa, que gira alrededor de sí misma, arrastrando en su revolución al cielo entero: ¿quién es el que posee ese instrumento? ¿Quién es el que ha encerrado el mar en sus límites? ¿Quién el que ha asentado la tierra sobre su fundamento? Pues existe alguien, Tat, que es el creador y señor de todas esas cosas. No podría ser, en efecto, que ni el lugar ni el número ni la medida fueran cumplidos con regularidad si no existiese alguien que los ha creado. Todo buen orden supone en efecto un creador, sólo la ausencia de lugar y medida no lo supone. Pero aun esta ausencia no carece de señor, hijo mío. En efecto, si lo desordenado es deficiente, no por ello obedece menos al señor que todavía no ha impuesto el orden en la ausencia de lugar y armonía.  
5 ¡Quiera el cielo que te fuera dado tener alas y elevarte al aire, y allí, situado en el medio de la tierra y del cielo, ver la masa sólida de la tierra, las olas extensas del mar, el correr de los ríos, los movimientos libres del aire, la penetración del fuego, la carrera de los astros, la rapidez del cielo, su rotación alrededor de los mismos puntos! ¡Qué visión tan bienaventurada, hijo, cuando se contemplan en un solo momento todas estas maravillas, lo inmóvil puesto en movimiento, lo inaparente volviéndose aparente a través de las obras que genera! Tal es el orden del universo y tal la hermosa armonía de ese orden.  
6 Si quieres contemplar a Dios también a través de los seres mortales, de los que viven sobre la tierra y de los que viven en el abismo, considera, hijo mío, cómo es formado el hombre en el vientre materno, examina con atención la técnica de esta producción y aprende a conocer quién es aquel que moldea esta bella, esta divina imagen que es el hombre. ¿Quién ha trazado los círculos de los ojos? ¿Quién ha horadado los agujeros de la nariz y los oídos? ¿Quién ha hecho la abertura de la boca? ¿Quién ha tensado los músculos y los ha ligado? ¿Quién ha conducido los canales de las venas? ¿Quién ha solidificado los huesos? ¿Quién ha recubierto toda la carne de piel? ¿Quién ha separado los dedos? ¿Quién ha agrandado la planta de los pies? ¿Quién ha abierto los conductos? ¿Quién ha extendido el bazo? ¿Quién ha modelado el corazón en forma de pirámide? ¿Quién ha cosido juntos los nervios? ¿Quién ha ensanchado el hígado? ¿Quién ha ahuecado las cavidades del pulmón? ¿Quién ha construido el amplio receptáculo del bajo vientre? ¿Quién ha hecho las partes nobles para que sean bien evidentes y ha cubierto las vergonzosas?
7 Ve, ¡cuántas técnicas diferentes aplicadas a la misma materia, cuántas obras de arte reunidas en una sola figura, y todas admirablemente bellas, todas exactamente medidas, todas diversas unas de otras! ¿Quién ha creado pues todas esas cosas? ¿Qué madre, qué padre, sino el Dios invisible que, por su propia voluntad, todo lo ha fabricado?
8 Nadie presume que una estatua o una pintura pueda haber sido hecha sin escultor o sin pintor, ¿y esta creación habría venido a ser sin Creador? ¡qué colmo de ceguera! ¡qué colmo de impiedad! ¡qué colmo de irreflexión! Nunca vayas a separar, Tat, hijo mío, las obras creadas de su Creador. O más bien, él es aún más grande que lo que implica el nombre Dios: tal es la grandeza del Padre de todas las cosas; porque, en verdad, él es el único en ser padre y es esto mismo lo que constituye su función propia, el ser padre.  
9 E incluso, si me fuerzas a decir algo aún más osado, su esencia propia es alumbrar y producir todas las cosas; y, del mismo modo que sin productor nada puede venir a ser, así Dios no puede existir siempre, si no crea constantemente todas las cosas, en el cielo, en el aire, sobre la tierra, en el abismo, en toda región del universo, en el todo del Todo, en el ser y en la nada. Porque, en el universo entero, nada existe que no sea él mismo. Él es a la vez las cosas que son y las que no son. Porque las cosas que son, él las ha hecho aparecer, y las que no son, las contiene en sí mismo. 
10 Él es el Dios demasiado grande para tener un nombre, él es lo inaparente y él es lo muy aparente; el que contempla el Intelecto es también aquél que ven los ojos; él es el incorpóreo, el multiforme, o mejor aún, el omniforme. Nada existe que él no sea también: porque todo lo que es, todo es Él. Y de allí viene que posea todos los nombres puesto que todas las cosas han nacido de este único padre; y de allí viene que no tenga ningún nombre, porque es el padre de todas las cosas.  
¿Quién, pues, podría ensalzarte, hablando de ti o dirigiéndose a ti? ¿A dónde volver mi mirada cuando quiero alabarte? ¿A lo alto? ¿Abajo? ¿Hacia dentro? ¿Afuera? Ninguna vía, ningún lugar en tu entorno, ni absolutamente ningún ser: todo es en ti, todo viene de ti. Tú das todo y no recibes nada: pues tu tienes todas las cosas, y no hay nada que tú no poseas.  
11 ¿Cuándo te cantaría? Porque no puede concebirse estación ni tiempo que te conciernan. ¿Y por qué te cantaría? ¿Por las cosas que has creado o por aquéllas que no has creado? ¿Por las que has hecho aparecer o por las que has ocultado? ¿Y en razón de qué te cantaría? ¿Como perteneciéndome a mí mismo? ¿Como teniendo algo propio? ¿Como siendo otro que tú? Porque tú eres todo lo que soy, tú eres todo lo que hago, tú eres todo lo que digo. Porque tú eres todo, y no existe nada más que tú: incluso aquello que no existe, tú también lo eres. Tú eres todo lo que ha venido al ser y todo lo que no ha venido al ser, eres pensamiento, en tanto que pensante, Padre, porque modelas el universo, Dios, en tanto que energía en acto, bueno, porque creas todas las cosas.