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martes, 24 de diciembre de 2013

LA NAVIDAD EN LA TRADICIÓN INICIÁTICA


 

 

"Cristo puede nacer mil veces en Belén;
pero si no nace dentro de tu corazón, de nada servirá"

                                                    (ANGELUS SILESIUS)
 

LA FIESTA DE NAVIDAD

Omraam Mikhael

Si existen cuatro fiestas cardinales: Navidad, Pascua, la fiesta de san Juan y la de san Miguel, no es por casualidad o porque algunos religiosos hayan considerado conveniente instituirlas, sino porque corresponden a fenómenos cósmicos. En el transcurso del año, el sol pasa por cuatro puntos cardinales (equinoccio de primavera, solsticio de verano, equinoccio de otoño y solsticio de invierno), y durante estos cuatro períodos se produce en la naturaleza gran afluencia y circulación de energías que ejercen influencia sobre la tierra y sobre todos los seres que la pueblan: las plantas, los animales, los humanos...

 Los Iniciados, que han estudiado estos fenómenos, han observado que si el hombre está atento, si se prepara y se pone en armonía para recibir estos efluvios, pueden producirse en él grandes transformaciones.

 La tradición Cristiana relata que Jesús nació el 25 de Diciembre, a medianoche. En dicho día, el sol acaba de entrar en la constelación de Capricornio. Simbólicamente, Capricornio está relacionado con las montañas, con las grutas, y es precisamente en la oscuridad de una gruta donde puede nacer el Niño Jesús. Durante el resto del año la naturaleza y el hombre han desarrollado una gran actividad, pero cuando se acerca el invierno muchos trabajos se paralizan, los días menguan, las noches se alargan; es el momento de la meditación, del recogimiento, lo cual le permite al hombre penetrar en las profundidades de su ser y elaborar las condiciones requeridas para el nacimiento del Niño.

 Cuando sale de Capricornio, el sol entra en Acuario, y Acuario es el agua, el bautismo, la vida que brota produciendo nuevas corrientes. Al salir de Acuario el sol entra en Piscis, y allí tiene lugar esta pesca de la que hablaba Jesús cuando les decía a sus discípulos que serían pescadores de hombres. Pero volvamos al nacimiento de Jesús. Cada año, el 25 de Diciembre, a medianoche, la constelación de Virgo asciende en el horizonte; por eso se dice que Jesús nació de la Virgen. En el punto opuesto aparece Piscis, y en medio del Cielo se puede ver la magnífica constelación de Orión en cuyo centro se alinean las tres estrellas que, según la tradición popular, representan a los tres Reyes Magos.

 Dejemos a un lado la cuestión de saber si Jesús nació verdaderamente el 25 de Diciembre, a medianoche. Lo que nos interesa es que en esta fecha tiene lugar en la naturaleza el nacimiento del principio crístico, de esta luz y de este calor que van a transformarlo todo. Durante este período, en el Cielo también se celebra esta fiesta: los Angeles cantan y todos los Santos, los grandes Maestros y los Iniciados se reúnen para orar, para dar gloria al Eterno y festejar el nacimiento de Cristo, que nace realmente en el universo.

Y durante este tiempo, en la tierra, ¿ dónde está la gente? En los cabarets, los dancings y los clubs nocturnos, en donde comen, beben y están de juerga para festejar el nacimiento de Jesús... ¡Qué mentalidad! Y lo más extraordinario es que hasta las personas más inteligentes encuentran que es normal celebrar la Navidad de esta forma. En vez de ser consciente de la importancia de un acontecimiento que no se produce más que una vez cada año, cuando toda la naturaleza está atenta para preparar la nueva vida, el hombre tiene la cabeza en otra parte. Por eso no recibe nada: al contrario, pierde la gracia y el amor del Cielo. Porque, ¿qué creéis que puede dar el Cielo a un ser que permanece insensible a estas corrientes divinas? El discípulo, en cambio, se prepara: sabe que en la noche de Navidad, Cristo nace en el mundo en forma de luz, de calor y de vida, y prepara las condiciones convenientes para que este Niño divino nazca también en él.

 Hace dos mil años Jesús nació en Palestina, pero eso no es más que el aspecto histórico de la Navidad, y el aspecto histórico, ¿ sabéis?, es secundario para los Iniciados. Porque, además de ser un acontecimiento histórico, el nacimiento de Cristo es un acontecimiento cósmico: es la primera manifestación de vida en la naturaleza, el principio de todas las manifestaciones. Luego, este nacimiento es un acontecimiento místico, es decir, que Cristo debe nacer en cada alma humana como principio de luz y de amor divino. Eso es el nacimiento de Jesús, y en tanto el hombre no posea la luz y el amor, el Niño Jesús no puede nacer en él. Puede celebrarlo, puede esperarlo..., pero nada va a ocurrir.

 Jesús nació hace dos mil años, así que, para conmemorarlo, vamos a la iglesia, cantamos que Jesús vino para salvarnos, y, puesto que estamos salvados, ¿verdad?, podemos seguir pecando, bebiendo y comiendo: estamos tranquilos para toda la eternidad. Así es como los humanos comprenden el nacimiento de Jesús. Pero pocos piensan en trabajar, en estudiar, en hacer esfuerzos para que Jesús nazca interiormente en cada alma, en cada espíritu. Si basta con que Jesús haya venido a la tierra hace dos mil años, ¿ por qué el Reino de Dios todavía no ha llegado? Las guerras, las miserias, las enfermedades, todo eso debería haber desaparecido...

No niego que el nacimiento de Jesús haya sido un acontecimiento histórico de una gran importancia, pero lo esencial son los aspectos cósmico y místico de la fiesta de Navidad. Porque no solamente el nacimiento de Cristo es un acontecimiento que se produce cada año en el universo, sino que, en cada instante, Cristo puede nacer también en nosotros. Podéis releer la historia del nacimiento de Jesús tan a menudo como queráis, y cantar: «Ha nacido el divino Niño»; de nada os servirá si Cristo no nace en vosotros. Lo que ahora hace falta es que cada uno tenga el deseo de hacerlo nacer en su alma para llegar a ser como él, a fin de que la tierra esté poblada de Cristos. Esto es, además, lo que pedía Jesús cuando decía: «En verdad, en verdad os digo que aquél que crea en mí hará, también él, las obras que yo hago. Y aún más grandes».
 

sábado, 7 de diciembre de 2013

EL TEMPLE Y LA TRADICIÓN INICIÁTICA BIZANTINA


 

 
 
El Temple y la tradición iniciática bizantina
Los “Hermanos de Oriente” era una fraternidad iniciática fundada hacia el año 1054 por el monje ortodoxo Miguel Psellos y que tenía su sede en Constantinopla. En el año 1090, el Emperador Alexis I Commeno le otorga estatutos definitivos y le concede privilegios reales.
Los Hermanos de Oriente reunían a sabios y doctos orientales dedicados principalmente a la Alquimia espiritual y metálica. Este cenáculo poseía la filiación de los antiguos gremios orientales de constructores, ya existentes en el siglo IV A.C., los cuales, a su vez, eran los continuadores de los Colegios Sacerdotales y de las cofradías de metalúrgicos y alquimistas asentadas en las laderas del monte Sinaí desde el siglo X A.C. por cuenta de los faraones de Egipto. (Esta tradición oral se vio confirmada modernamente por los descubrimientos que refiere Robert Eisler en su obra Die KJenitischen Weirenschriften).
Desde el año 1184 los dignatarios de los Hermanos de Oriente comenzaron a mantener relaciones regulares con los Caballeros Templarios instalados en Palestina a causa de las Cruzadas. Los iniciados del Cristianismo oriental transmitieron sus secretos y filiaciones a los caballeros francos, hecho éste que dio origen a la leyenda y a la dignidad de “Caballero de Oriente y Occidente”.
Después de la caída del Imperio de Oriente por los ataques de los turcos selqyúsidas en 1453, numerosos iniciados de los Hermanos de Oriente huyeron de Constantinopla y se refugiaron en Europa central (especialmente en Alemania y Bohemia), y en Italia. En su gran mayoría pertenecían a la aristocracia intelectual bizantina: hermetistas, geómetras, teúrgos, médicos, músicos, alquimistas, poetas, etc.. Junto con el platonismo que haría frente a la omnímoda presencia intelectual de Aristóteles, los sabios de Constantinopla llevaron a Occidente ciertas doctrinas esotéricas y conocimientos ocultos que arraigarían y luego fructificarían bajo múltiples apariencias.
Por más de un siglo las actividades de los Hermanos de Oriente exiliados se mantuvieron ocultas. Durante tal período fueron muy frecuentes sus contactos con capítulos secretos derivados de los disueltos Caballeros del Temple y con alguna de sus herederas directas, las primeras corrientes rosacrucianas, brindándose mutua protección y ayuda.
De esta antigua Hermandad hermético-cristiana provienen ciertos símbolos tradicionales que fueron transmitidos a la Fraternidad de los Filósofos Desconocidos y por medio de esta a la Sociedad de los Sabios Incognitos que, bajo la cobertura de la “Societé des Intimes”, fundara Louis Claude de Saint-Martín para perpetuar la teúrgia de la Vía Interior.
Durante el siglo XVIII la actividad de la Fraternidad de los Filósofos Desconocidos en toda Europa fue intensa y semipública. Grandes personalidades decoraron sus filas: el príncipe Christian von Hesse, el príncipe Alexis Borisowitz Galitzin, los hermetistas Duchanteau y su discípulo el conde Saxonius Comneno, testimonio vivo de la alianza multisecular existente entre la F.F.D. y la Casa de los Comneno.
En Francia, la F.F.D. se manifestó como tal hacia 1646 y habría despertado las resistencias de ciertos sectores católicos impregnados del naciente espíritu moderno y racionalista para quienes las doctrinas tradicionales y esotéricas eran ya incomprendidas y por ende sospechosas.
En tierras germánicas, la actividad esotérica de F.F.D. dedicada especialmente a la Alquimia cristiana, produjo una gran floración de espíritus selectos entre los siglos XVI y XVIII. Entre otros grandes iniciados se destacaron especialmente: Heinrich Khunrath (1560-1605), Jacob Böhme (1575-1624), Georg Gichtel (1638-1710), y Rudolf von Salzmann (1774-1871), quien iniciara personalmente a Johan W. von Goethe (1749-1832) y al marqués Louis Claude de Saint-Martín (1743-1803).
Según la tradición, el marqués de Saint-Martín recibió su primera iniciación en la Fraternidad de los Filósofos Desconocidos durante su viaje a Londres en 1787. Al año siguiente recibió un nuevo grado en Estrasburgo de manos del Hno. Rudolf von Sazmann (S * I *) “sous la Masque, le Manteau e la Cordelière …”.
 
Después de la muerte de Saint-Martín en 1803, la Iniciación S.I. continuó siendo transmitida de persona a persona dentro del marco de la Libre Iniciación.
(Extracto de la Introducción “Louis Claude de Saint-Martín y los Superiores Incógnitos”, de la obra ECCE HOMO, Louis-Claude de Saint Martín.)
G.E.I.M.M.E./ EDITORIAL MANAKEL