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domingo, 15 de julio de 2012

ESOTERISMO CRISTIANO EN EL PRIMER SIGLO

C. del Tilo

El problema de los orígenes del cristianismo ha hecho gastar mucha tinta en el curso de su historia, sobre todo desde el siglo pasado, en particular con los estudios de E. Renan y su escuela racionalista.
Desde un punto de vista exotérico, los renanianos han examinado minuciosamente la evolución de la primitiva iglesia cristiana con un espíritu científico que en general contrasta por su rigor con las investigaciones anteriores, pero también, en la mayoría de los casos, por una mentalidad partidista en sentido opuesto, y de polémica exagerada.
De todas maneras, no puede negarse que estos eruditos hayan contribuido a una mejor comprensión de la historia del cristianismo primitivo. Sin embargo, no lograron levantar el velo que cubre su nacimiento, ya que, para muchos, Jesucristo es un personaje mítico, lo mismo, dicen, que Adonis, Orfeo o Dioniso en la tradición griega, o Mitra en la persa.
Este planteamiento no resuelve de ningún modo el problema de saber cómo se originó este mito ya que ignora su fundamento tradicional. El mito no nace por generación espontánea en la mente del hombre como piensan los racionalistas; es necesario que al comienzo, haya un personaje que lo fundamente. La tesis del mito es una manera fácil de resolver el problema de la tradición sin tomarse la molestia de penetrar en ella, puesto que la identidad de su enseñanza en todos los lugares y épocas no significa que los hombres siempre hayan imaginado lo mismo respecto a la divinidad, sino que, sencillamente, existe una única experimentación repetida del mismo misterio divino de la regeneración del hombre.
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Al observar con atención la evolución del cristianismo primitivo, o sea en el curso de los cuatro primeros siglos, podemos distinguir tres períodos principales:
El primero cubre aproximadamente un siglo y medio. La escasa documentación de que disponemos respecto a esta etapa primitiva nos da pocos informes sobre la actividad real de las primeras comunidades cristianas. Esta etapa es la que presenta más interés, al esconder el origen y la fuente de nuestra tradición occidental. 
El segundo período iría desde la mitad del segundo siglo hasta el principio del cuarto (150-300). Está caracterizado por una primera difusión del cristianismo en el mundo grecorromano cuya resistencia se manifiesta por las grandes persecuciones contra los cristianos.
En el cuarto siglo se observa el triunfo del nuevo culto sobre el paganismo. El Emperador de Constantinopla, Constantino, proclama al cristianismo religión de estado. De perseguidos, los cristianos se convierten poco a poco en perseguidores. Se prohíbe la práctica de los cultos paganos que progresivamente, son cristianizados. La afluencia masiva de nuevos convertidos va a sumergir y transformar los misterios primitivos en enseñanza exotéricas al alcance de todos. La Iglesia se organiza jerárquicamente en el mundo según el modelo del Imperio, se vuelve dogmática y se constituye una legislación.
Intentemos examinar en qué consistió el cristianismo del primer siglo. Importa observar de entrada que nuestra tendencia natural es considerarlo, desde el principio, tal y como lo conocemos en el momento en que se estableció oficialmente en el Imperio romano en el siglo IV, con su jerarquía, sus ritos y su legislación. Nada nos permite razonar de esta manera, ya que el cristianismo del siglo IV está tan distante de su origen como nuestra época de la del reinado de Felipe IV. Tres siglos son muchos años de evolución.
Los documentos primitivos de que disponemos hacen pensar que el cristianismo, al origen, s presentaba de forma muy diferente a la que manifestó después.
Parece muy probable, como lo expone R. Guénon que el cristianismo se manifestó muy pronto como un culto a la manera de las religiones de misterios, donde la enseñanza se comunicaba en secreto y progresivamente por iniciación.
No puede negarse que nació en Palestina en un medio ambiente judío donde aparentemente no tuvo mucho éxito, pero pronto se implantó y se propagó en el mundo grecorromano o sea de los gentiles, gracias sobre todo a la predicación de San Pablo; además,  la fuerte helenización de toda la región facilitó su difusión.
Y es así como el culto cristiano se expresó en la misma forma que la de los cultos que practicaban los griegos y los romanos, por ejemplo, los misterios de Eleusis, de Sabazios, de Adonis, de Atis, de Cibeles, los Orficos, los Dionisíacos, los Pitagóricos, Herméticos y Mitraicos de Persia. Parece ser que algunos de ellos sólo subsistían en un estadio puramente ritual y bastante degenerado y sobre los cuales el culto cristiano naciente y muy dinámico se impuso rápidamente.
Las religones de misterios, así como las sectas gnósticas, poseen en común enseñanzas o creencias más o menos idénticas, que pueden resumirse de la siguiente manera:
  La naturaleza divina, la Divinidad es un ser incognoscible, innominado.
  El mundo está gobernado por unas potencia que rigen al hombre.
  Este lleva encerrado en sí mismo una simiente divina, una partícula de lo divino, de lo superior.
  Esta partícula debe ser liberada para que el hombre vuelva a su morada celeste. Hay que morir para renacer.
  Por sí mismo el hombre no puede lograr esta finalidad; necesita un Redentor, un Salvador que haya realizado esta resurrección reanudando la cadena de la Tradición primordial. Está representado por el Hierofante o Iniciador que transmite al neófito el secreto de su liberación. Es el Bautismo de renacimiento.
  Los ritos practicados en secreto son la imagen de ese proceso interior, es decir, que constituyen una enseñanza progresiva de este misterio.
A fin de ilustrar la relación entre los misterios del paganismo y los de los cristianos, y la existencia entre ellos de una enseñanza esotérica, citemos algunos ejemplos escogidos en la literatura cristiana.
1.        San Gregrio Nazianceno compuso un panegírico en honor a San Cipriano, obispo de Cartago, muerto en el año 258: “ En su infancia Cipriano fue consagrado a Apolo, a los siete años iniciado a Mitra, a los diez años a Deméter y Core así como a la Serpiente de Palas sobre la Acrópolis; a los quince años pasó cuarenta días sobre el Olimpo en compañía de siete hierofantes. Luego participó en los misterios de Hera de Argos y se inició en la unidad formada por los cuatro elementos. También fue iniciado en los misterios de Artemisa y residió diez años en Egipto; a los treinta años viajó a Caldea para aprender los secretos de la astrología. Finalmente se instaló en Antioquía”. Se puede pensar que si se convirtió al cristianismo es porque penetraba en un mundo religioso que no le parecía ajeno. (1)
2.        En el siglo cuarto San Basilio escribía: “Creencias y prácticas generalmente aceptadas o públicamente prescritas están conservadas en la Iglesia, y algunas de ellas proceden de una enseñanza escrita, otras nos han sido transmitidas en un misterio por la tradición de los apóstoles; pero unas y otras pertenecen a la verdadera religión y poseen las misa fuerza”. (1)
  1. Fotius (2) dejó un fragmento interesante donde dice así: “Eulogio (patriarca de Alejandría, 579-607) afirma que de las doctrinas transmitidas en la Iglesia por los ministros de la palabra, algunas son dogmata, otra kerigmata; las primeras son concedidas en secreto y con prudencia, a menudo incluso envueltas de oscuridad, de modo que las cosas santas no sean expuestas al profano como perlas tiradas a los puercos; en cambio las segundas son enseñadas abiertamente. Ya que bien se sabe que no nos contentamos con lo que nos recuerda el apóstol (o sea San Pablo) o el Evangelio, sino que, tanto en el prefacio como en la conclusión, añadimos otras palabras de gran importancia para la validez del misterio, palabras que sacamos de una enseñanza no escrita… ¿Acaso esto no procede de esa enseñanza no publicada y secreta que nuestros padres han conservado en silencio fuera del alcance de los intrusos y de las investigaciones indiscretas? Comprendieron perfectamente que la respetable dignidad de los misterios está mejor preservada por el silencio. Lo que a los no iniciados no les está permitido mirar, no podía ser mostrado públicamente en documentos escritos…
  2. Cirilo de Jerusalén (315-386) escribía: “no está permitido explicar a los paganos esos misterios que ahora te explica la Iglesia, a ti que sales de la clase de los catecúmenos. Ya que no elucidamos para los paganos los misterios referidos al Padre, Hijo y Espíritu Santo e incluso, ante los catecúmenos, no hablamos claramente de los misterios; pero a menudo hablamos de muchas cosas en forma velada, de modo que los creyentes que saben puedan comprender y que los que ignoran no se sientan escandalizados” (3)
  3. En la misma época, escribía San Ambrosio: “La estación nos advierte de cuándo tenemos que hablar de los misterios y mostrar el sentido de los sacramentos; si hubiéramos considerado que sería útil enseñarlos antes del bautismo a los que todavía no estaban iniciados, no se consideraría que hemos descrito los misterios, sino que los hemos traicionado. Otra razón es que la misma luz de los misterios se derramará con más eficacia sobre los que esperan lo que no saben, que si hubieran sido informados previamente” .(3)
  4. En el tercer siglo, Orígenes escribía en su Contra Celso: “ La crucifixión, la resurrección y la encarnación son bien conocidas, pero lo que no es una particularidad del cristianismo es que existen algunas doctrinas ocultas para la multitud, que se revelan después de que son concedidas las enseñanzas exotéricas”. (3)
  5. Por último, citemos a Clemente de Alejandría (4) (150-215): “El Señor no reveló a muchos lo que no estaba al alcance de muchos, sino simplemente a una minoría que él sabía adaptada, capaz de recibir las Palabra y ser formada según ella. Los misterios, al igual que Dios, no se entregan a la escritura sino a la palabra”. Y si alguien nos dice que está escrito:”No existe nada escondido que deba ser publicado, nada secreto que no deba ser desvelado”, nosotros le enseñaremos lo siguiente: Dios anunció por esta palabra que los secretos serán revelados a quienquiera que los escuche en secreto, y que las cosas ocultas serán desveladas, como la verdad, a quienquiera que capaz de recibir las tradiciones bajo un velo y que lo que es secreto para la muchedumbre será manifestado aun pequeño numero. Ya que, ¿por qué no ha sido amada la justicia, si ella está entre todo el mundo? No, los misterios se transmiten de forma misteriosa, a fin de que tan sólo se encuentren en los labios del iniciador y del iniciado, o mejor dicho, no en su boca sino en su inteligencia” (Estromates I,13).
Sin duda, estos texto confirman la tesis de R. Guénon. Todo ello nos incita a reflexionar sobre el misterio que originó nuestra tradición.
Toda tradición comienza cuando un profeta reactualiza y realiza el proceso de regeneración y lo vuelve a transmitir a otro, y así sucesivamente, hasta que esta transmisión viva se interrumpe; entonces el misterio se congela en los ritos que nos son sino las imágenes de una operación que nadie es capaz de vivificar de nuevo.
Mientras existe la posesión y el conocimiento del secreto, los ritos se conservan vivos.
Estos ritos representan el camino, las etapas que debe recorrer el neófito para experimentar el procedo de regeneración.
No olvidemos,  pues, que los ritos sólo enseñan, y no implican la experimentación real de este proceso regenerativo. Enseñan el camino que el hombre tendría que seguir hacia su regeneración integral.
Vemos que la Iglesia primitiva se mostraba muy exigente en lo que se refiere a la admisión de sus nuevos miembros.
Toda la enseñanza converge hacia la experiencia del Bautismo. Sin él, el hombre no puede ser cristiano. Por eso, el candidato, el neófito, el catecúmeno debía pasar por unas etapas de larga espera antes de poder recibir el bautismo. Esto significa que el proceso regenerativo empieza por la experiencia del Bautismo, del que, el bautismo ritual concedido al catecúmeno, es la representación.
Y precisamente, en el siglo IV es cuando con la oficialización del culto cristiano en el Impero romano, empezó a desaparecer el catecumenado y se generalizó el bautizar a los niños al nacer. Todas las etapas previas y necesarias de preparación del neófito para el acceso al bautismo fueron abolidas debido a las conversiones masivas a la nueva religión del Estado.
En la liturgia del rito ortodoxo griego, todavía se conserva la distinción entre la misa de los catecúmenos retirarse ya que todavía no son cristianos de verdad. Puesto que sólo los que han sido socorridos por el bautismo tienen acceso al misterio de la comunión que salva.
Se sabe que, en el segundo siglo, la celebración de la Cena tenía lugar en privado y de noche hasta que estas reuniones nocturnas fueron prohibidas por las autoridades romanas.
Aquí también encontramos una enseñanza muy instructiva: uno solo es capaz de operar la transubtanciación de las especies, es decir, elaborar el alimento físico que salva a los bautizados, a imagen de Jesucristo, “gran sacerdote para siempre según la orden de Melquisedec” (Ep. Heb.V).
Este conocedor está representado pro el sacerdote o el hierofante que opera y ofrece la comunión a los fieles bautizados.
En cambio, el diácono (5) no puede operar la transubstanciación, sino que sólo está habilitado para distribuir y conservar las santas especies consagradas.
Intentamos resumir lo dicho respecto a los misterios cristianos en el primer siglo:
En primer lugar encontramos a los fieles auditores a la espera de la iniciación bautismal. Estos no perciben sino una enseñanza exotérica.
Luego tenemos a los santos bautizados que pueden participar de la mesa de la comunión que salva.
En tercer lugar existen los Elegidos que sólo son depositarios y conservadores de este secreto palpable, lo mismo que los del Santo Grial en el “Romance de la Mesa Redonda”.(6)
Por último tenemos al Maestro que conoce y realiza en secreto (7) el misterioso alimento de vida.

Notas
  1. Citado en “Les cahiers du cercle Ernest-Renan” nº 44 y pág. 14.
  2. Patriarca de Constantinopla, nacido en 820.
  3. Op. Ct., págs. 15-16-17
  4. Probablmente iniciado a los misterios de Eleusis.
  5. En griego: servidor.
  6. Ver La Puerta, números 12 y 13.
  7. En el curso de la misa de rito ortodoxo, el momento de la consagración se produce en secreto, ya que se cierran las tres puertas de la Iconostasis que separa el santuario del resto de la Iglesia, y se vuelven a abrir después, para la comunión de los fieles.


(Artículo publicado en LA PUERTA, Sobre Esoterismo Cristiano. Ediciones Obelisco, 1990)