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sábado, 26 de octubre de 2013

INICIACIÓN Y CABALLERÍA


 
SOBRE LA CABALLERÍA MEDIEVAL

       Dr. Carlos Raitzin
 Esta exposición debería haberse titulado con mayor propiedad "La Metafísica de la Caballería y el Santo Grial". Esto  por cuanto nuestro deseo es centrarnos en aquellos aspectos relativos a la Tradición Primordial Esotérica que  explican a la Caballería en su esencia, modos, objetivos y razón de ser.
  Los aspectos  externos del fenómeno y sus  circunstancias  son relativamente  bien  conocidos.  Las justas y  torneos,  el  amor cortés  y los caballeros andantes permanecen en nuestro recuerdo como algo querido. El Caballero sigue siendo a través de los  siglos un  héroe folklórico, siempre dispuesto a defender las  causas del bien y de la justicia con valor indomable, siempre al  servicio  de los débiles y desprotegidos.  Sus ideales espirituales siempre prevalecían y orientaban su gesta, aún cuando el  objeto último de sus afanes no resultaba en absoluto  claro  para  la mayoría de la gente. Recuerdo a Mark Twain cuando en su libro "Un yanqui  en la corte del Rey Arturo" ironizaba diciendo que todos los Caballeros iban a la búsqueda del Santo Grial, sin que ninguno supiera decir con precisión de que se trataba esto.
  En definitiva que el Caballero llegó a ser y permanece como una figura arquetípica, única y a la que no se alcanza con solamente ética, valor, destreza y cortesía. Así como Rudolf Otto afirmaba que  la  bondad  por si sola no alcanza a lo santo  sino que  es necesario  además  lo  numinoso, así vemos que  en  el auténtico Caballero también lo numinoso está presente y que él no es figura del todo de este mundo.
 
  A esta altura no faltará el bien informado que denuncie que  la realidad  histórica  se apartó a menudo de estos  ideales.  Basta leer por ejemplo la historia de las Cruzadas para convencerse  de las atrocidades que cometieron muchos Caballeros. Pero acaso, no sucedió así siempre en este mundo? Que más alejado de los ideales religiosos que el fanatismo, las torturas de la Inquisición o los manejos del Banco Ambrosiano? Esas cosas están ahí, son hechos y si  queremos  la verdad no podemos ignorarlos. De cosas  aun más escandalosas para las mentes pusilánimes deberemos hablar hoy  si en realidad queremos conocer en alguna medida cual es la realidad del Grial. Mi único afán es acercarme a la verdad y no complacer a quienes están cegados por dogmas absurdos.
 
   Para  hacer muy claramente comprensible el sentido último del tema  que trataremos hoy es imprescindible tratar aquí un asunto de  importancia  capital (y al que el mundo desacralizado de  hoy contempla con desdén como si tan solo fuera una quimera propia de mentes  confundidas). Ese asunto es la naturaleza esencial  de  la caballería espiritual del medioevo (y de siempre) respecto de  la cual reina hoy tanto desconocimiento como incomprensión.
 Para poner en claro esto procedamos contrario sensu planteando algunas  preguntas cuya respuesta merece ser conocida por todos:
    Cual  es  la  razón para que el rey Francisco  I  exigiera  de Bayardo  que  lo armara caballero? Por cual motivo  Isabel I de Inglaterra se hizo armar caballera el día mismo de su coronación? Como  es que el Papa Inocencio III en una bula se jactaba  no de ser  Pontífice sino de ser Caballero Templario? Por que Philippe le  Bel, rey de Francia, se quejaba en una carta a su pariente  y protegido el Papa Clemente V, deplorando  que ni el ni su sobrino habían  sido recibidos como Caballeros Templarios?  Cual  es  la misteriosa razón tras el dicho tradicional "Más vale ser Caballero que príncipe hijo de rey o rey mismo"?
 
 Todas  estas preguntas tienen una sola y taxativa respuesta:  la Caballería  Tradicional  supone una Iniciación, entendiendo  por esto la transmisión de una influencia espiritual que permitirá a quien  es  digno y calificado para recibirla  la  realización  de grandes hechos en lo externo y en lo interior pero que nada cambiará en quien es indigno de ser Caballero!  Por ello será conveniente y deseable referirse a  la Caballería Espiritual o, mejor aún, Iniciática para distinguirla del que solo practica la guerra y el combate o bien con  quienes usurpan el título de Caballero sin derecho a ello.
 
  Lo  dicho  basta  para comprender dos puntos fundamentales. El primero es el abismo de diferencia que existe entre el esoterismo iniciático y el simple exoterismo religioso pues hasta un Papa se ufanaba  no  de ser pontífice sino de pertenecer al Temple como Caballero. El segundo punto es la tremenda importancia de lo que  impulsaba a muchos poderosos y espíritus ilustres a pertenecer  a la Caballería. Recordemos el caso de Dante Alighieri, Bocaccio y los  "Fedeli d'Amore" de quienes me he ocupado  en  otro trabajo. 
 
  Está claro que el mundo de hoy ha olvidado todo al respecto del sentido y misión Iniciáticos de la Caballería y prueba de ello es que aquí y allí surgen nuevas órdenes que pretenden ser honoríficas y no pasan de carnavalescas, dado que no poseen ni raíces  en el pasado ni filiación iniciática alguna. En algunos casos pretenden reducir lo iniciático a lo meramente religioso y exotérico (como es el caso en nuestro medio de los caballeros de San Martín de Tours y algún otro engendro de ese estilo). Desde luego  esto es una prueba de la formidable ignorancia respecto de la Tradición Iniciática en que vive ese tipo de personas. La parodia es su refugio pues  no pueden comprender ni alcanzar a lo verdaderamente  trascendente.
 
  Dejando  pues  estas tonterías para los tontos que  toman a la parte  por  el todo pretendemos hoy revisitar este  asunto y  el inseparablemente  conexo tema del Santo Grial, cosas ambas sobre las que se ha escrito mucho pero se ha silenciado más aún y que, en todo caso, se han comprendido muy poco.
 
  Naturalmente  no  se  trata de revisar aquí  las narraciones y leyendas  del ciclo arturiano y posteriores pues ello demandaría mucho  tiempo y daría poco fruto. En rigor no conviene basarse para el estudio del tema en las novelas de caballería, salvo de manera accesoria.  De  hecho estas son obras de fantasía y en su mayor parte escritos por autores que no eran caballeros. De concederles demasiado crédito terminaríamos como Don Quijote con  el  seso sorbido  por pasar las noches de claro en claro y  los días  de turbio en turbio...
 
  Lo verdaderamente importante a partir de lo dicho es citar en nuestro  apoyo  las opiniones de diversos tratadistas del  tema.  Históricamente es Victor Michelet quien primero destacó en forma explícita el carácter iniciático de la Caballería. Maurice Keen, profesor en Oxford que ha dedicado un documentado libro al  tema, parte de una óptica puramente místico-religiosa (es decir exotérica)  pero sus propias afirmaciones refuerzan nuestro  punto de vista. Helas aquí: "Estos relatos demuestran lo conciente que era la caballería a finales de la Edad Media, de poseer lo que yo he llamado su propia continuidad apostólica, e ilustran su confianza en su propia e independiente ética seglar (es decir laica)".
 
  Resulta muy importante citar este texto para dejar en claro que en realidad lo que Keen percibe sin comprender en la Caballería es la existencia del indispensable linaje iniciático y, en segundo lugar, la ya apuntada independencia de la Caballería de  toda característica del tipo religioso corriente. Esto puede sorprender a quienes hayan leído de como se velaban las armas y  se armaba caballeros  en las iglesias pero, en rigor, esto solo era  recurso conveniente para que el nuevo caballero recibiera su ordenamiento con adecuados recogimiento y paz de espíritu.
 
   Apuntemos  de paso que León Gautier, gran  historiador francés del tema, incurre en el mismo error de óptica pues consideraba  a la  Caballería como el octavo sacramento de la Iglesia  medieval. En  realidad una iniciación está y estará  por siempre muy por  arriba de cualquier sacramento habido y por haber, dado que lo sacramental es cosa propia de lo meramente religioso, perteneciendo así a un orden inferior de cosas. Si bien la Iglesia luchó por desempeñar el papel de otorgadora de la orden de caballería casi siempre era  un Caballero laico quien la otorgaba a un aspirante  y esto era naturalmente lo correcto para mantener el linaje o filiación iniciática. Un Caballero podía armar a un aspirante en  cualquier lugar y momento y de ninguna manera se requería iglesia o  fraile para la ordenación o recepción de armas del nuevo Caballero.
  Pero antes de dar más detalles sobre esto y el asociado concepto del "honor compartido" bueno será que, por una cuestión de orden, entremos en materia hablando del sentido y contenido de la Caballería,  más allá de los aspectos triviales de ética,  valor, destreza y cortesía que todos conocen.
 
  Ante todo dejemos que los textos hablen. Emocionan especialmente las  palabras  de Juan I de Portugal a sus caballeros viejos  y nuevos pues acababa de conceder la caballería a sesenta escuderos portugueses e ingleses. Esto fue en 1358 y estaban presentes los Caballeros Templarios bajo su nuevo nombre de Orden del Cristo de Portugal, concedido por el anterior rey Dionís. Recordemos que la Orden  del Temple había sido destruida y disuelta en 1312 por  la infamia del Papa Clemente V y del rey de Francia Philippe le Bel.       
 Así habló el rey Juan I en vísperas de las batalla en que batieron a los castellanos, según narra Froissart: "Mis buenos señores: esta orden de caballería es tan grande  y tan noble  que el que es caballero no debería ocuparse  de  cosa alguna  que sea baja , vil o cobarde, sino que deberéis  ser tan fuertes  y  orgullosos como el león cuando persigue a  su presa.  Y, por lo tanto, es mi deseo que en este día demostréis tanto valor como siempre acostumbráis. Esta es la razón de que os haya puesto a  la vanguardia en la batalla, para que podáis ganar honor;  de otro  modo vuestras espuelas no estarán bien puestas en  vuestros talones". Aclaremos que el colocar espuelas era antaño parte  del ritual  de  iniciación en la Caballería.  Volveremos luego sobre este punto importante.
 
   Sin  embargo y de lo anterior podría surgir la idea errónea de que bastaría el valor y destreza en combate para ser un perfecto caballero. No es así sin embargo pues los compromisos éticos del Caballero eran mucho más severos y exigentes. Ello surge  del ritual  mismo  de  iniciación del cual el célebre Ramón  Llull  (o Raimundo Lulio)  nos  ha legado admirable descripción en su "Libro  de  la Orden  de Caballería". Allí todo es símbolo. El baño previo  del nuevo Caballero es símbolo de purificación. El cinturón  blanco que se le ciñe representa la castidad. La espada que empuñará es bendecida generalmente antes con palabras que recuerdan al  ordenado  su deber de proteger a la justicia y a los débiles, a  las viudas  y  a  los huérfanos. Se le fijan  las espuelas, símbolo tradicional del dominio que debe ejercer sobre la bestia o sea su propia naturaleza inferior. Por último recibe la acolada o suave bofetón  símbolo de sufrimientos y pruebas y el ósculo fraternal que  lo liga a la Orden para siempre. Previamente ha recibido  el espaldarazo, toque con la espada en los hombros y la coronilla  y que  constituye  el momento culminante de su ordenación,  la  que constituye en sí la iniciación caballeresca llamada  a  menudo como hemos visto "recepción de armas".
     Es aquí donde deben plantearse varias cuestiones de alto interés que intentaremos contestar cumplidamente en lo que sigue.   Aclaremos en primer lugar, siguiendo de cerca a René Guénon, lo relativo  a las diferencias entre las iniciaciones caballeresca, sacerdotal  y  real.  En primer lugar ya hemos aclarado  que  la verdadera  ordenación como Caballero ni era sacramento ni bendición  sacerdotal.  Era y es, insisto, una iniciación y  el  único facultado  para transmitirla era un Caballero ya iniciado  antes, continuando así  el linaje como ya se ha  subrayado.  Que  esto fuera a veces practicado por un sacerdote era en sí incorrecto  y hacía que dicha iniciación se reduciera en tales casos a algo puramente  simbólico.
 Vale  la pena demostrar esto con apoyo de  documentos conocidos. San  Bernardo de Clairvaux fue en su momento la figura cumbre  de la  cristiandad y había recibido de los sacerdotes druidas en  su juventud  una  iniciación sacerdotal que transmitió a  los  nueve Caballeros que con Hughes de Payens a la cabeza fundaron la Orden del Temple. Es importante subrayar esto por cuanto esos Caballeros  ya lo eran cuando San Bernardo los inició. Sin embargo  San Bernardo  no poseía al parecer iniciación caballeresca  alguna. Esto  explica su conducta cuando se trató de hacer  Caballero  a Enrique,  hijo del conde de Champagne. San Bernardo  le  escribe entonces a Manuel Conmeno, emperador griego que sí era Caballero,  diciéndole que le enviará a Enrique para que lo ordene como tal. Si todo se hubiera reducido a una simple bendición sacerdotal o bien si hubiera correspondido una iniciación sacerdotal  San Bernardo mismo hubiera podido sobradamente otorgarla. Vemos además que  René Guénon se equivoca en "Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporel" cuando  sostiene  que necesariamente  los  sacerdotes iniciados debían conferir ambos tipos de iniciaciones lo que, según Guénon, aseguraría  la legitimidad efectiva de la transmisión espiritual que ello supone. Solo puede transmitirse en rigor lo que previamente se ha recibido.
    Al  llegar  a este punto es menester una  aclaración  obvia. Al hablar de iniciación sacerdotal no nos referimos al sacerdocio de  ningún  credo  exotérico.  Más propio sería hablar  en  términos hinduístas trazando un paralelo con el Brahmin y  el Kshatriya, donde si se presenta algo que  tiene carácter iniciático y un paralelo evidente con lo que aquí  nos ocupa. Hay una diferencia esencial entre ambas  castas, la de los Brahmines y la de los Kshatriyas. El Brahmin  pertenece a  la casta más alta cuya función y misión es puramente  espiritual.  El  combate cae fuera de sus deberes. El Kshatriya  es  el guerrero  por excelencia. Kshata significa dolor y  Kshatriya  es quien  libra combate para liberar a los seres del  dolor.  Vemos pues que la Iniciación Caballeresca viene de antiguo y de  lejos. Sería  muy interesante pero hasta hoy imposible  establecer  con precisión como surge históricamente en Europa tal cosa.
 
   Digamos  pues  que la iniciación caballeresca  está íntimamente emparentada  a  la denominada iniciación real pues  ambas están estrechamente  ligadas al poder temporal. En esto Guénon  señala con justeza que al estar este poder temporal sometido a todas las contingencias  de  lo transitorio requiere que  lo  sacralice  un principio de orden superior. De esto proviene el "derecho divino" tradicionalmente  asignado a los reyes. Sin embargo  todo indica que ese principio de orden superior debe actuar en fase y concordancia  con  el objetivo perseguido. Así la iniciación  real  se compone de la sacerdotal y de la caballeresca y solo puede transmitirlas  quien las posea. Maurice Keen viene aquí nuevamente  en nuestra  ayuda, aún con su perspectiva meramente  religiosa,  al decir textualmente en su obra ya citada: "La ceremonia de  hacer un caballero parece, por lo tanto, tener una relación muy próxima con el rito de la coronación".
    Pero,  bien entendido, sería un error grosero suponer que este rito  de  coronación constituyó siempre una  iniciación efectiva dado que, en la enorme mayoría de los casos, se redujo a algo de naturaleza meramente simbólica y religiosa, una mera "exteriorización" de la iniciación reservada a los reyes, como bien apunta Guénon.
 
    A  esta  altura podemos avanzar un paso más  para  efectuar  las necesarias aclaraciones sobre el concepto del "honor compartido", mencionado por Keen y otros autores. Entender esto desde el punto de  vista religioso es simplemente imposible pero el problema  se resuelve  por si solo desde una perspectiva iniciática. Keen  por supuesto  se contenta con mencionar el tema en  estos  términos: "recibir la  caballería de manos de un señor (y caballero)  de privilegiado rango une al destinatario al honor y dignidad del  señor".  Cesar Cantú, que dedicó muy bello y extenso estudio  al tema de la Caballería, recalca que " para armar un Caballero  era indispensable  serlo, y el iniciado quedaba ligado  respecto  del que  le había conferido la ordenación con un parentesco  espiritual,  de  tal manera que por nada y en ningún caso  podía  hacer armas en contra suya" . En un cantar de gesta Renaud de Mantauban exclama  "No defenderé tierra alguna de Carlomagno"  a  lo  cual replica Ogier "No, pero recuerda que él te armó caballero" recordando así a Renaud que jamás podría luchar en contra de Carlomagno o de sus huestes. Solo un felón podría hacer semejante cosa, jamás un Caballero!
   Esto era el "compartir el honor", lo que en lenguaje iniciático equivaldría  a elegir la filiación más honrosa y el Maestro  más elevado para recibir la propia iniciación. Así para dar un símil equivaldría  a preferir un Rimpoche a un simple Lama en el budismo tibetano o un Parama Gurú  a un Swami en el hinduismo.
 
   La mentalidad utilitaria y materialista del mundo moderno tiene enorme dificultad en comprender el rol justiciero y heroico de la Caballería Tradicional. El contemporáneo apenas puede comprender como  el Caballero se arriesga a ser herido o muerto  por  causas que no son la suya o simplemente para demostrar su valor y  mucho menos como puede ser el paladín de una dama y jugarse la vida por ella sin aspirar en lo más mínimo a sus favores carnales y,  más aún,  cuando  esta dama era generalmente la esposa  de otro.  El egoísmo  y degradación del ser humano de hoy constituyen  ciertamente  un  velo muy espeso que le impide toda comprensión  en  el orden  metafísico, el que pasa así completamente desapercibido  e ignorado. Desde el Renacimiento -como subraya Guénon- la desacralización de la existencia humana ha sido tan pavorosa que  únicamente un advenimiento de orden divino podría restituir nuestras vidas al punto justo.

   Para  comprender a la Caballería en profundidad con una óptica tradicional  y  metafísica es menester tomar conocimiento de  lo dicho al respecto por el tan citado René Guénon y, especialmente, por el esoterista italiano Barón Julius Evola.    Lamentablemente no se  puede aceptar en su totalidad lo que dicen  uno y otro pero constituyen sus escritos una  orientación para  buscar la verdad al respecto. Evola  parte del supuesto  de que la acción en general y la acción  guerrera  en particular pueden liberar al hombre de sus condicionamientos  al igual  que la vía espiritual e incluso conducirlo  a  estados superiores  del  ser. En su muy discutible folleto  "La  doctrina aria del combate y la victoria" retoma la doctrina de que el acto supremo  del  ser humano y su sacrificio más excelso  a  Dios  es morir con la espada en la mano en el campo de batalla". De aquí a la antigua creencia nórdica de que el héroe  así  muerto  será conducido  al galope al Walhalla por las Walkirias hay menos que un paso.  Pero Evola no se detiene ahí tampoco en su embestida por sacralizar la guerra y el combate. Todo en la vida debe centrarse en  la "pequeña guerra santa" y en la " gran guerra santa"  a  la manera del Islam. La primera es la guerra y el combate contra los enemigos exteriores,  la segunda es la  lucha  contra  nuestros enemigos interiores. "Más exactamente, esta última es  la  lucha del elemento sobrenatural que llevamos en nosotros contra todo lo que  es  instintivo, ligado a la pasión, caótico,  ligado  a  las fuerzas de la naturaleza"(sic). La vida terrestre es  sacrificada en  el combate a la vida futura dando paso a un impulso que  abre el camino hacia un estado espiritual realmente suprapersonal que hace a los hombres libres, inmortales, interiormente indestructibles logrando una síntesis de los opuestos en cuanto  unificación de los aspectos superiores e inferiores de la naturaleza humana.

 
    Hasta  el más audaz de los Kshatriyas tendrá que reconocer que Evola va demasiado lejos pues este autor desemboca en la conclusión  más  o menos explícita de que el guerrero  es superior al Maestro espiritual. En una carta célebre René Guénon lo coloca en su  sitio,  calificándolo de "Kshatriya en rebeldía". Es  lo  que corresponde  pues Evola invierte el orden natural de  las  cosas.   Pero  a  su vez Guénon si bien pretende lo justo en cuanto  a  la  superioridad  del Maestro sobre el guerrero no siempre tiene en claro  el sentido y lugar de cada cosa. Tanto el brahmin como  el kshatriya son indispensables tanto en el orden espiritual como en el  social  y, lo que nunca se ha subrayado, existe en  esto  una predestinación  para  cada ser en cuanto a ocupar  el  orden  que naturalmente  le  corresponde en el desarrollo de  la  existencia  temporal.
  Para aclarar lo anterior es menester antes precisar una noción fundamental  y  generalmente  muy mal comprendida que  es  la de Dharma.  A  esta palabra la podríamos traducir  brevemente como "deber"  o "ley moral" pero es mucho más que eso. En rigor es  el conjunto de " medios correctos y eficaces, necesarios y trascendentes  para alcanzar el bien y evitar el mal". Es obvio que el Dharma  del brahmin  es muy distinto del que corresponde  a un kshatriya. Y la vida enseña que si uno de ellos intenta seguir el Dharma  del  otro cae en el adharma, que es el error,  el desvío respecto de lo correcto tanto en lo espiritual como en lo ético.
 No  obstante Evola volvió a la carga en sus escritos, especialmente  en cinco breves ensayos reunidos con el título de uno  de ellos  "Metafísica de la Guerra". Allí insiste con el culto del héroe que "muerto gana el cielo y vencedor conquista la tierra".  Creo que Evola nunca comprendió el real valor de la Caballería  tradicional como abnegación y servicio con olvido de sí mismo y de  la propia  vida.  Esto unido a la búsqueda del Santo Grial  es  lo esencial  de  la genuina Caballería Espiritual. Es por ello que está reservada a hombres y mujeres dignos y elevados, dado que no debemos  olvidar que desde comienzos de la Edad Media existieron Caballeras, aún cuando hoy, al iniciarlas se les dá el título  de Damas  con  mayúscula. Incluso existieron Ordenes  de  Caballería para las Damas, como ser la Orden de las Caballeras del Hacha, en Tortosa,  quienes  llevaban como emblema un hacha roja  sobre  el pecho. Ellas impidieron heroicamente en 1149 que los moros  tomaran su ciudad. Otra Orden femenina fue la de las Caballeras de la Cordelière,  quienes usaban como distintivo un cordón  de siete nudos.
 

 

miércoles, 23 de octubre de 2013

ESPIRITUALIDAD LIGHT



 ESPIRITUALIDAD LIGHT
José Saltarus
 
Desde hace unos años lo “espiritual” se ha vuelto un producto de consumo atractivo y de fácil adquisición. El mercado del ocio y del entretenimiento siempre se adelanta a las necesidades del hombre y ofrece justamente lo que demanda. Nuestra sociedad actual gracias fundamentalmente a la labor meritoria del marketing de las grandes editoriales americanas y sus productos “Nueva Era” nos hemos abierto a lo light, lo fast, la autoayuda, lo oriental, los gurúes auto-iluminados o la comunicación extraterrestre. Podemos ver incluso anuncios publicitando comida con posturas de yoga, envueltas en imágenes de felicidad y salud con decoración zen.

 Así podemos observar en este amplio supermercado espiritual de hoy en día toda clase de variedades y opciones para todos los gustos y necesidades. Tenemos yogas de todos los sabores y colores, cursos de reiki que ni siquiera el propio creador de esta terapia reconocería, limpias afrocubanas, masajes energéticos, visión del aura, regresiones, canalizaciones, sanaciones de toda índole, libros y cursos de autoayuda que prometen resultados rapidísimos de “maestría” e “iluminación” en tan sólo un fin de semana o tres meses como mucho, usted podrá conseguir el título de “maestra” o “maestro” espiritual, sanador o canalizador en un corto espacio de tiempo. Pero los seguidores de este tipo de cursos sabrán por propia experiencia que la mayor utilidad espiritual y práctica de estos cursos es poder colgar el diploma en una pared y mostrarlo a las amistades, puesto que a la hora de la verdad todo estos cursos no tienen realmente ningún efectividad terapéutica o espiritual ya que salvo alguna rara excepción la mayoría de las personas que se adentran en estos asuntos no tienen el potencial o el “don” para llevar a cabo estas pretensiones de orden “espiritual”. Es significativo la cantidad de falsos gurús que pululan por todas partes con el único objetivo de sacar dinero a la gente aprovechándose de su ignorancia o ingenuidad.

 Para seguir una verdadera vía espiritual debemos acogernos a una tradición espiritual, a una filosofía y a un sistema práctico, y profundizarlo durante toda la vida. A qué puede conducirnos leer y conocer todo lo que cae en nuestras manos en Internet, pues bien, si no tenemos una estructura mental suficientemente sólida como para desenvolvernos en medio de este mar de información donde nunca sabremos diferencia la verdad de las medias verdades, la ficción de la realidad o la reflexión bienintencionada de la manipulación malintencionada, conseguiremos un auténtico coctel intelectual, tus conocimientos espirituales no serán otra cosa que una feria de eruditas ideas de otros en tu mente.

 La verdadera espiritualidad consiste en que podamos llegar a ser la expresión viviente de la Vía espiritual que seguimos y supuestamente practicamos. Y esto lleva toda una vida.

 Hay quién se afilia a ciertas organizaciones iniciáticas o asiste a cursos y conferencias sobre la sabiduría y los caminos espirituales o bien quiere aprender ciertas técnicas mentales o esotéricas, sin darse cuenta de que lo buscan es solo una distracción para su mediocre y aburrida vida, incapaces de someterse a una mínima disciplina de cuerpo, mente y corazón, y que por mucho que lo deseen nunca va a penetrar los secretos del alma. Al igual que no lo consiguió ese individuo que le está cobrando por enseñarle una serie de técnicas que aprendió también en un curso o de algún que otro libro.  Es ridículo, la espiritualidad no es eso.

También es decepcionante el estado actual de la mayoría de las vías y las organizaciones iniciáticas donde lo que importa a la mayoría de los miembros son los títulos, grados, cargos, medallas, mandiles o capas templarias, motivo por el que continuamente están luchando y disputando entre ellos por estas cuestiones, aunque repitan como un mantra las palabras “hermandad y fraternidad”. Pero lo más lamentable es que no dispongan realmente de una vía o sistema práctico de realización espiritual para los que ingresan en sus filas, y que solo se muevan en el terreno de lo social, la moral y la especulación.
 


jueves, 17 de octubre de 2013

ENCONTRAR A DIOS ES DIFÍCIL


 
 
ENCONTRAR A DIOS ES DIFÍCIL, EXPRESARLO ES IMPOSIBLE

 Proclo

 Descubrir al Demiurgo del universo es difícil”, dice Platón. En efecto, el descubrimiento se obtiene de dos maneras: una procede a partir de los Primeros por la vía de la ciencia y la otra a partir de los Segundos por vía de la reminiscencia. Cabe decir que la procedente de los Primeros es difícil toda vez que el descubrimiento de las propiedades intermediarias está ligado a la más alta doctrina; en cuanto al descubrimiento a partir de los Segundos, poco falta para que de ella diga que aún es más difícil pues si a partir de estos Segundos nos proponemos ver la esencia del Demiurgo, en todo el conjunto de sus propiedades deberemos considerar [previamente] y en su totalidad, la naturaleza de los seres que él ha producido, todas las regiones visibles del mundo y cuantas potencias naturales invisibles hay en él, sobre las que se fundamentan las simpatías y antipatías en el universo; y antes de esto [convendrá averiguar] las reglas fijas que presiden a la naturaleza y las naturalezas en si mismas, tanto universales como particulares, tanto inmateriales como materiales, las divinas, las demónicas y las propias de los vivientes mortales; y además, los géneros de seres que retornan a la categoría de la vida, unos inmortales, otros mortales, unos no contaminados de materia, los otros sumergidos en la materia, unos tienen valor de totalidades, otros de partes, unos dotados de razón, otros desprovistos de ella; y también los seres de complemento más perfectos que nosotros, gracias a los cuales toda la región intermediaria entre los dioses y la naturaleza mortal quedan bien ligadas entre si; y las almas de todo tipo, la multitud de dioses que se diversifican según las diferentes porciones del universo, las conexiones expresables e inexpresables que relacionan al mundo con el Padre.

 En efecto, si no se han considerado estas cosas todo aquel que se lance hacia el Demiurgo será demasiado imperfecto para concebir al Padre, pues no está permitido que nada imperfecto tenga contacto con el Todo Perfecto.

Además es preciso que el alma, tornada un mundo inteligente, haciéndose tan semejante como pueda a la totalidad del mundo inteligible, se aproxime al creador del universo, que en virtud de esta aproximación se familiarice un poco con él por aplicación continuada del espíritu, –pues la actividad de pensamiento ininterrumpido con relación a un objeto despierta y vivifica nuestras facultades racionales-, que gracias a esta familiaridad y estando dispuesto ante la puerta del Padre, [el alma] entre en unión con él.

 He aquí lo que es el descubrimiento de Dios: ir a su encuentro, ser uno solo con Él, gozar de su presencia cara a cara, obtener que el se muestre en persona, cuando el alma “queda encantada” en Él, lejos de cualquier ora actividad, que incluso entienda como fábulas los discursos científicos porque está unida al Padre, que se alimente del mismo festín de la verdad del ser que Él y que en la irradiación de una luz pura, ella sea iniciada con toda pureza a las visiones perfectas inmutables por siempre.

 Sí, he aquí lo que es encontrar a Dios. No consiste en descubrirlo por la vía de la opinión (pues esta es incierta y muy próxima a la vida irracional), ni por la vía de la ciencia (pues esta procede por inferencias y por cadenas de razones, sin tocar inmediatamente la esencia intelectual del Intelecto demiúrgico). Consiste en hallarlo por una intuición que nos lo muestra cara a cara, por el contacto con el inteligible, por la unión al intelecto del Demiurgo. Y ciertamente, este descubrimiento puede ser llamado con razón “trabajo duro”, en todo el sentido de la expresión, porque es penoso, difícil de obtener, pues el objeto únicamente se deja ver a las almas cuando estas han cruzado toda la jerarquía de los seres vivientes, o porque ahí es donde reside el verdadero combate de las almas, pues es después de las vanas carreras en lo creado, es después de la purificación, es después de las claridades de la ciencia que finalmente enciende la actividad intelectual y el intelecto que reposa en nosotros, que el alma arriba al puerto dentro del Padre, que lo ubica, lejos de toda mancha, en los pensamientos del Demiurgo, que junta luz con luz, no sólo la luz de la ciencia, también una luz más bella, más inteligente, más semejante a la unidad que aquella. Ahí reside el puerto del Padre, el descubrimiento del Padre, la inmaculada unión con el Padre.

 En cuanto a las palabras “cuando uno ha encontrado a Dios, es imposible comunicarlo”, podrían manifestar muy bien la costumbre de los pitagóricos, que guardaban en secreto la doctrina de las cosas divinas y rechazaban discutir de ellas con nadie, “pues los ojos del vulgo no tienen suficiente fuerza para sostener fija la mirada sobre lo verdadero”, como dice el Extranjero de Elea. También podría ser que estas palabras enseñen la más augusta doctrina, a saber: que es imposible, cuando se ha encontrado a Dios, decir las cosas tal como las ha visto. Pues el descubrimiento, a efectos del alma, no ha consistido en decir alguna cosa, sino en ser iniciado a un misterio y en quedar sometido a la influencia de la luz divina; para el alma tampoco había consistido en ser movida por un movimiento propio, sino en mantenerse en aquello que se podría llamar su silencio. De hecho, ella ya no está en la naturaleza de aprehender la esencia de las otras realidades por denominación, definición o demostración científica, sino que las aprehende únicamente por el pensamiento, como dice Platón en sus Cartas (VII 342 s), ¿cómo podría descubrir la esencia del demiurgo si no es de una forma puramente intelectual? ¿y cómo podría, habiéndola hallado, divulgar lo que ha visto por medio de nombres y verbos para darla a conocer a otros? Pues es imposible al razonamiento discursivo que proceda a describir, por composición, la naturaleza esencialmente uniforme y simple.

 Mas, ¿qué? dirá alguno, ¿no es igualmente cierto que nosotros discurrimos largamente sobre el Demiurgo, sobre los otros dioses y sobre el propio Uno? Sin duda. Pero si nosotros discurrimos sobre estas realidades, no definimos ninguna en su esencia misma. Podemos argumentar al respecto, pero no podemos expresar la intuición que tenemos de ellas toda vez que [en la intuición] reside ese encontrar, como se dijo antes. Por tanto, si el alma no encuentra más que cuando calla, ¿cómo un aluvión de palabras vocales podría bastar para expresar el objeto hallado tal como es?

                                                 Proclus, in Tim. (28 c 3), I, pp. 300. 28-303. 23 Diehl

domingo, 13 de octubre de 2013

13 DE OCTUBRE DE 1307


 
 
 
13 DE OCTUBRE DE 1307
 El día de la Traición

Un viernes 13 de octubre del año 1307, el Gran Maestre Templario Jacques de Molay y sus 138 compañeros eran detenidos y ajusticiados por orden del rey de Francia Felipe el Hermoso.
Los sucesivos procesos judiciales canónicos y civiles, como el llevado a cabo en Chinon por una comisión papal de tres cardenales, no sirvieron para exonerar a los caballeros.  Los interrogatorios papales a los templarios en este castillo dieron como resultado su absolución por Clemente V, según consta en un documento hallado en 2002 en los archivos secretos vaticanos.
 El pergamino papal, fechado en Chinon en 1308 y que se puede consultar en la biblioteca vaticana, http://asv.vatican.va/es/doc/1308.htm , acogía nuevamente a los templarios bajo el manto de la Iglesia.
Sin embargo, la absolución papal no convenció a Felipe el Hermoso, que consiguió en 1312 que el Concilio de Vienne decretara en la práctica la disolución de la orden.
 
 En todos esos años se sucedieron los interrogatorios, las confesiones bajo tortura, las retractaciones, los concilios y las bulas papales hasta que, finalmente, Molay y los suyos terminaron encerrados en la Casa del Temple, en París, dejados a la suerte de Felipe IV y de su valido Guillermo de Nogaret.
 
 Tras ser enjuiciados en Notre Dame por una nueva comisión papal fueron condenados a cadena perpetua, Molay y Godofredo de Charnay, Comendador de Normandía, pero como se retractaron de sus confesiones de culpabilidad, fueron conducidos a la hoguera el 18 de marzo de 1314.
En la pira instalada en la isla de los judíos, en el Sena, mientras las llamas abrasaban su piel, Molay lanzó su maldición a quienes les habían conducido al cadalso: no tardarían más de un año en someterse al Juicio Final de Dios.
 Y así fue: el Papa de Aviñón murió un mes y dos días después de las ejecuciones, Nogaret en mayo y Felipe IV cayó desplomado el 29 de noviembre cuando cazaba por los bosques de Fontainebleau, a sólo ocho meses de la muerte de Molay. Su dinastía, la de los Capeto, desaparecería catorce años después.
 
Decenas de templarios fueron ejecutados en Francia entre 1307 y 1314, pero la persecución, a pesar de los deseos del rey de Francia, fue menor en España, Inglaterra, Italia o Alemania debido a la oposición de sus monarcas y a que fueron rechazados los cargos.
 
Los innumerables bienes del Temple fueron confiscados en toda Europa y entregados a la Orden del Hospital de San Juan (hoy conocida como la Orden de Malta), por expresa orden del Papa, salvo en la península ibérica, donde surgieron nuevas órdenes militares que asumirían la herencia templaria, como las de Montesa y los Caballeros de Cristo.
 
 
GRAND PRIEURÉ DE FRANCE DES TEMPLIERS DE JERUSALEM
OSMTH FRANCE
COMMEMORATION DU CENTENAIRE DE LA MORT DU DERNIER GRAND MAITRE DE L'ORDRE DU TEMPLE
 
JACQUES DE MOLAY
700 ANS
Le 22 MARS 2014 A PARIS
 

SOFIA, LA HERMANDA DIVINA DEL LOGOS


 
 

 
El emperador Justiniano mandó construir una imponente catedral en Constantinopla, en el año 532, que fue finalizada cinco años más tarde. Cuando el Augusto la vio, dijo: “Salomón, te he superado”. La basílica más grande y hermosa de la Cristiandad estaba dedicada a Santa Sofía, Hagia Sophia. Para la Iglesia latina Sophia, la Sabiduría, no merece ningún templo, y menos la basílica más grande e importante, no así, para la Iglesia Oriental. ¿Cuál es la razón por la que el templo más grande e importante, en la capital del Imperio Bizantino, se levanta en honor y para rendir culto a la Sabiduría, un personaje totalmente ajeno a la Iglesia latina?.
 El Cristianismo oriental todavía rinde culto a Santa Sophia, y para ellos se trata de un personaje tan importante como el Logos, el Cristo, el Hijo de Dios Padre. El origen de esta tradición se encuentra en Filón de Alejandría, el sabio y filósofo judío, fundador de la teología alegórica, que más tarde incorporaron al Cristianismo, Orígenes y sus Escuelas, la de Alejandría y la de Cesarea.

Santa Sofía es el Espíritu Santo, la naturaleza femenina de la Santísima Trinidad. Dios Padre, el Noûs o Intelecto, eterno e insondable, se desdobla en dos: Sophia y el Logos. La primera, permanece como pura naturaleza divina, como la expresión inteligible y pensamiento de Dios, el Padre; el Logos, es su Hijo, el Demiurgo, el creador y ordenador del cosmos, pues Él es la Palabra, la manifestación y revelación del Pensamiento de Dios. En Sophia la Verdad divina permanece inmanifestada, y toma la forma de la Gracia directa del Padre, se trata de un pneuma divino, cuyo contacto directo, es contacto con el mismo fuego de Dios, tal como se expresan sus pensamientos. El hombre no puede recibir el fuego divino directamente, si no se ha purificado, si no se ha bautizado (sumergido) en el agua de la purificación, y después ha seguido el camino y las enseñanzas que son reveladas por el Logos. Solo entonces, después de haber sido purificado gracias al Hijo, el puro puede recibir el fuego del Espíritu. El Espíritu Santo, Sophia, unge y nos hace verdaderos cristianos, verdaderos ungidos.

Filón de Alejandría hereda toda la tradición veterotestamentaria sobre la Sabiduría, de los Libros Sapienciales tan importantes para el Judaísmo de la época helenística, en la que muchos de ellos fueron escritos. Sophia es considera, por tanto, una de las potencias de Dios, del primer principio, la mónada o el Noûs, que es anterior al Logos: “Moisés llama Edén a la Sabiduría del Ser. El Logos desciende, como de una fuente, de esta Sabiduría a la manera de un río…” (Sobre los sueños, II, 242). En Filón Sophia es preeminente al Logos, que desciende de ella.

Orígenes recoge la distinción entre Sabiduría y Logos, pero a diferencia de Filón, los identifica completamente, como dos aspectos de la naturaleza del Hijo, el Hijo es la Sabiduría misma de Dios, que estaba con Dios desde el principio, y también es el Logos, por el cual toda cosa fue creada. Sin embargo, en el “Tratado sobre los Principios”, no encontramos bien resuelta la tercera hipóstasis de la Trinidad divina, habla del Espíritu Santo siempre por referencias a los textos, que testimonian de su existencia, y de su importancia. Orígenes se decanta por el Hijo, a la hora de expresar la importancia de éste, del Hijo recibimos la Sabiduría, del Espíritu Santo, el hombre se hace santo y espiritual.
Del Antiguo Testamento y sus Libros Sapienciales procedía la Sophia, y del Evangelio de Juan, influido por la filosofía estoica, el Logos que se vuelve inmanente, y que gobierna el mundo. De la filosofía platónica y el gnosticismo estos principios encuentran su origen trascendente, como eones o ideas, habitantes del Pleroma (la plenitud), que es el universo trascendente de los gnósticos, donde se encuentra el primer principio, la mónada hermafrodita y del que surgen los eones. De la aplicación de la filosofía platónico-pitagórica a estos conceptos judeocristianos, resulta la teología gnóstica, que intenta resolver el problema del Uno y lo múltiple (la Díada platónica), pero en el propio cielo pleromático: Abismo, es el primer padre origen de todo, de él surgen otros dos principios: Pensamiento y Silencio, los tres grandes, que engendran, sin pasión, a Intelecto y Verdad, que engendran a su vez a una Tétrada: Logos y Vida, y Hombre y Ekklesia, de estos últimos proceden doce nuevos eones, seis masculinos y seis femeninos, de los cuales, el último, femenino, es Sophia. Por tanto, para el gnosticismo Sophia es posterior al Logos, y además es la causante del mal, pues ella quiso conocer al Padre antes de tiempo, y de su deseo surgió la materia, esta materia es expulsada del Pleroma, y delimitada. Allí es donde irá a caer Sophia, el Alma del Mundo, que vendrá a ser redimida y devuelta al Pleroma, gracias a nueve cantos de arrepentimiento. La Cruz simbolizará el límite entre el Pleroma, la plenitud divina, y el mundo formado a partir de la materia de deseo. Dos Sophias quedarán separadas por la Cruz-Límite: Sophia, la pareja celeste del Cristo, que se une a él en la Cámara Nupcial que se encuentra en el centro de la Cruz, y Sophia Prounico, madre de los vivos y la Jerusalén Celeste, también llamada Ogdóada (es decir el Cosmos de las Esferas Celestes) y Espíritu Santo, que tiene por pareja a Jesús.

El Maniqueísmo hereda la teología mítica de los gnósticos, pero con una versión propia, dualista en cuanto a principios, donde Sophia es la pareja del Hombre Primordial, emanaciones ambas de la Luz, cuya misión es la de entablar combate contra las Tinieblas, por medio del auto sacrificio, a fin de producir la mezcla, que debe terminar con la redención de éstas. El Hombre Primordial aparece acompañado de la Madre de la Vida, ambas hipóstasis del Dios Padre de la Grandeza, estos dos principios se despliegan en una tétrada, formando así la Péntada del Pleroma maniqueo: Noûs y la Madre de la Vida, que constituyen el elemento Luz, Paternidad y Ennoia, que constituyen el elemento Viento, Luz y Reflexión que son Agua, Fuerza e Intención Arie, y Sophia y Logos, que forman el elemento pneumático, el Aire. Así en la cosmovisión maniquea, el Espíritu tiene la forma de estas dos hipóstasis: Sophia y Logos.
La Sophia pagana estaba relacionada con Pronoia, la Providencia divina, que es la acción del Noûs, como motor de las esferas celestiales, en particular la octava esfera de las estrellas fijas, frente a la heimarméne o destino, que regían los siete planetas, y que decidían la suerte de todo lo corporal y las pasiones anímicas. En definitiva, todo ello está ligado al eje celeste, el “axis mundi”, que es el que permite el movimiento traslacional de las esferas, un eje que sustenta todo el engranaje, al igual que la columna vertebral del ser humano. Este es el aspecto femenino de la divinidad, que en las tradiciones orientales es denominado Kundalini. Y este carácter de eje central, une a Sophia con la Jerusalén Celeste, que desciende de los cielos por su eje, y se asienta en las antípodas del Purgatorio, y por tanto, es el Espíritu Santo misterioso, la morada que el Cristo ha preparado a sus fieles, y que es la Novia celestial.

El mito de Logos y Sophia, que tiene fuerza, sobre todo, en las Iglesias Gnósticas y Maniqueas, así como en la Iglesia Oriental ortodoxa, también se plasma, en las Iglesias más esotéricas, en la relación de Jesús con María Magdalena, que aparece como la discípula más próxima y receptora de la Sabiduría secreta del Logos, en el Evangelio de María. Aparece igualmente como amante de Jesús, en el Evangelio de Felipe, y como la discípula favorita junto a Juan, en la Pistis Sophia. En Lucas 8: 2 aparece María Magdalena: “y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios (daimónia)”, si se piensa que siete son las esferas planetarias y siete sus arcontes o rectores, y estos constituyen la Heimarméne, Magdalena puede ser perfectamente una mujer curada del Destino, del condicionamiento astral, de las pasiones del alma, es decir, una alma purificada, que luego es capaz de escuchar y comprender las doctrinas del Logos, tal como la presenta el Evangelio de María, o el mismo Evangelio de Lucas 10: 39. En cualquier caso, María aparece como una personificación de la Sophia espiritual, al igual que aquella Helena, compañera de Simón el Mago, que había sido rescatada de los prostíbulos, y regenerada en el Pensamiento divino, o la divina Sophia. Se trata del mito gnóstico de la caída del eón Sophia en la materia, y como los arcontes y seres malignos abusan de ella, y la mantienen prisionera en la materia o el caos. Sophia es también el Alma del Cosmos, igualmente, unida a la materia, pero conservando su divinidad, y en definitiva expresa la tragedia de todas las almas particulares, atadas por violencia a la materia. Justino en su Apología I, 64, habla del primer pensamiento divino, o el Espíritu divino que se movía sobre las aguas, al que los gentiles, dice Justino, llamaron Proserpina (es decir, la diosa infernal Perséfone), hija de Júpiter – Zeus, o como sabiduría es llamada Minerva, o Atenea, la diosa nacida de la cabeza de Zeus, sin coito. En cualquier forma, Atenea era representada por serpientes, como el modelo oriental de Kundalini, y Perséfone o Coré, que a veces aparece identificada como Atenea Coré, era la diosa iniciadora, la que permitía al alma escapar del mundo de las sombras y dirigirse a la morada de los bienaventurados. Por tanto, aquí Sophia o la divinidad femenina tiene un papel incuestionable como iniciadora en los Misterios soteriológicos.
En definitiva, estamos ante el misterio de la divinidad femenina, al que el primer Cristianismo, y todavía hoy, el Cristianismo oriental, no es del todo ajeno, pues honra a dicho principio como Sophia, en la forma hipostática del Espíritu Santo. No es extraño pues, que la Iglesia Ortodoxa considerase herética la doctrina de la Filioque, que adoptó la Iglesia Latina, y que consistía en que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Para la Iglesia Oriental, que ve a Sophia, el Espíritu divino, como el gran misterio no revelado, el aspecto femenino que otorga la curación y espiritualiza la forma, procede del Padre, únicamente, es algo así como la pareja del Logos, el que enseña el camino hacia el Padre. Es la Mónada divina andrógina, que se desdobla y revela por medio del Logos y Sophia, el Hijo y el Espíritu Santo, lo masculino y lo femenino, sin que haya una preeminencia de uno sobre la otra. Así el misterio de la Eucaristía tiene los dos elementos, la acción del Logos se produce por la palabra, la enseñanza, del “Prefacio”, y la acción del Espíritu Santo por la “Epíclesis” o consagración, que consiste en una invocación del Espíritu Santo. Es la acción de ambos lo que permite siempre la manifestación de lo divino, la acción del Logos y Sophia, que están igualmente valorados en las Iglesias Orientales, donde el misterio se conserva con toda su carga mágica y mística, en rituales arcanos, con el griego como lengua santa de transmisión, tanto de la enseñanza, como del Espíritu.



Juan Almirall



 

miércoles, 9 de octubre de 2013

PLEGARIA DE LOS TEMPLARIOS EN PRISION


 
 
PLEGARIA DE LOS TEMPLARIOS EN PRISIÓN



“Que la gracia del Espíritu Santo nos asista. Que María, la Estrella de la Mar, nos conduzca al puerto de la Salvación.
 Amén.

“Señor Jesús, Cristo Santo, Padre Eterno y Dios Todopoderoso, sabio Creador, dispensador, administrador, bienhechor y amigo muy amado, piadoso y humilde Redentor, Salvador clemente y misericordioso, yo Te ruego humildemente y Te pido que me ilumines, me sostengas y conserves, con todos los hermanos del Temple y con Tu pueblo cristiano trastornado por tanta agitación ahora y en el futuro. Concédenos, Señor, en Quien son y de Quien provienen todas las virtudes, bienes, dones y gracias del Espíritu Santo, concédenos conocer la verdad y la justicia, de tomar consciencia de la endeblez y debilidad de nuestras pobres carnes, de someternos a la verdadera humildad “.
Amén.”
 
(Extracto del libro de M. Raymond Oursel, "Proceso a los Templarios")