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lunes, 25 de junio de 2012

MORIR CUERDO Y VIVIR LOCO




MORIR CUERDO Y VIVIR LOCO
(una visión cabalística)
(Extracto de la obra EL HILO DE PENÉLOPE (I) de Emmanuel d´Hooghvorset. Arola Editor)

No es bueno que el hombre esté solo” (1) , dijo el Señor Dios considerando al ser que había creado. Éste es el origen cabalístico de una caballería andante, la cual no logra su reposo sin el dichoso encuentro de una dama bienhechora. Pero se trata de un misterio que vuelve locos a los ignorantes y sólo contenta a los sabios.
Tal fue el destino de Don Quijote:
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco. (II, 74)
Muy a menudo leemos el Quijote ignorando la cábala, como el mismo Quijote leía sus novelas de caballerías.
San Jerónimo, comentando para el papa Dámaso un pasaje del Cantar de los Cantares, dice  lo siguiente:
[…] “¡ Que me bese con los besos de su boca!” No quiero que me hable a través de Moisés, no quiero que se dirija a mí a través de los profetas. Que Él mismo asuma mi cuerpo, que Él mismo bese mi carne. De manera que podamos adaptar esta frase al pasaje de Isaías: Si quieres buscar, busca y ven a vivir a mi lado en el bosque […].
También en la antigüedad, el famoso Lucio, héroe de la novela de Apuleyo El asno de oro, acaba así la súplica a su dama, la diosa Isis:
Tu rastro divino, tu poder sagrado, establécelos para siempre en los secretos de mi corazón, yo los contemplaré.
El texto latino es más preciso:
Divinos tuos vultus sumenque sanctissimum intra pectoris mei secreta conditum perpetuo custodiens imaginabor […].
Pero todo tiene su fin. Incluso la locura de don Quijote:
(…) durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas (…). Despertó al cabo del tiempo dicho, y dando una gran voz dijo: ¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho (…). Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia (…) ya, por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino. (III,74)

Cuando murió, se volvió sabio; es la gracia que deseo, amigo lector, para ti y para mí…. Por misericordia de Dios, escarmentados en cabeza propia.

  1. Génesis II, 18