La
senda espiritual
SOGYAL RIMPOCHÉ
En el libro Charla de mesa, del maestro sufí
Rumi, se encuentra este fuerte y atinado párrafo:
El maestro dijo que en este mundo hay
una sola cosa que nunca debe olvidarse. Si fueras a olvidar todo lo demás, pero
no esto, no habría motivo de preocupación, mientras que si recordaras,
realizaras y atendieras a todo lo demás pero olvidaras esa única cosa, en
realidad no habrías hecho nada en absoluto. Es como si un rey te hubiera
enviado a un país para cumplir una tarea específica y concreta. Vas a ese país
y realizas otras cien tareas, pero si no realizas aquélla para la que te
enviaron, es como si no hubieras realizado nada en absoluto. Del mismo modo, el
hombre ha venido al mundo para cumplir una tarea específica, y ese es su
objetivo. Si no la realiza, no habrá hecho nada.
Todos los maestros espirituales de la humanidad nos
han dicho lo mismo, que el objetivo de la vida en la tierra es lograr la unión
con nuestra naturaleza fundamental iluminada. La «tarea » por la que el «rey»
nos ha enviado a este país extraño y oscuro es la de conocer de modo profundo y
encarnar nuestro verdadero ser. Y sólo hay una manera de hacerlo, que consiste
en emprender el viaje espiritual con todo el fervor y la inteligencia, la
valentía y la determinación posibles de transformarnos.
Como les dice la Muerte a los Nachiketas en el Katha
Upanishad:
Existe la senda de la sabiduría y la
senda de la ignorancia. Las dos están muy separadas y conducen a distintos
finales. [...] Morando
en la ignorancia, creyéndose sabios y eruditos, los necios vagan de un lado a
otro sin rumbo, como ciegos conducidos por otros ciegos. Lo que yace más allá
de la vida no resplandece para quienes son infantiles, descuidados o engañados
por la riqueza.
ENCONTRAR EL CAMINO
En otras épocas y en otras civilizaciones, esta
senda de transformación espiritual quedaba limitada a un número relativamente
reducido de personas; hoy en día, en cambio, una gran proporción de la raza
humana debe emprender la senda de la sabiduría si queremos salvar al mundo de
los peligros internos y externos que lo amenazan. En estos tiempos de violencia
y desintegración, la visión espiritual no es un lujo elitista, sino algo
esencial para nuestra supervivencia.
Nunca ha sido más difícil ni más urgente seguir el
camino de la sabiduría. Nuestra sociedad está casi enteramente dedicada a la
celebración del ego, con sus deplorables fantasías sobre el éxito y el poder, y
celebra precisamente esas mismas fuerzas de codicia e ignorancia que están destruyendo
el planeta. Nunca ha sido más difícil oír la voz no halagadora de la verdad, y
una vez oída, nunca ha sido más difícil seguirla; porque en el mundo que nos
rodea no hay nada que aliente nuestra elección, y toda la sociedad en la que
vivimos parece negar cualquier idea de sacralidad o de eternidad. Así pues, en
nuestro momento de mayor peligro, cuando se halla en duda nuestro futuro mismo,
nos encontramos en la mayor confusión como seres humanos, prisioneros de una
pesadilla creada por nosotros mismos.
No obstante, en esta situación trágica hay también
una significativa fuente de esperanza, y es que las enseñanzas espirituales de
las grandes tradiciones místicas aún se hallan a nuestro alcance. Pero, por
desgracia, hay muy pocos maestros que las encarnen, y una casi completa
ausencia de discernimiento en quienes buscan la verdad. Occidente se ha
convertido en un paraíso para los embaucadores espirituales. En el caso de un
científico, existe la posibilidad de comprobar quién es auténtico y quién no,
porque otros científicos pueden examinar su historial y verificar sus
descubrimientos. Sin embargo, en Occidente, sin los criterios y orientaciones
de toda una cultura orientada hacia la sabiduría, es casi imposible establecer
la autenticidad de quienes se autodenominan «maestros». Por lo visto,
cualquiera puede presentarse como maestro y atraer seguidores.
No ocurría así en Tíbet, donde elegir un determinado
maestro o camino a seguir resultaba mucho más seguro. La gente que llega por
primera vez al budismo tibetano suele preguntarse por qué se concede tanta
importancia al linaje, a la cadena de transmisión ininterrumpida de maestro a
maestro. El linaje proporciona una salvaguarda esencial, pues mantiene la
autenticidad y la pureza de la enseñanza. La gente sabe quién es un maestro por
quién ha sido su maestro. No se trata de conservar un conocimiento
ritual fosilizado, sino de transmitir de corazón a corazón, de mente a mente,
una sabiduría viva y esencial y sus métodos hábiles y poderosos.
Reconocer quién es y quién no es un verdadero
maestro constituye un asunto sutil y delicado, y en una era como la nuestra,
adicta al entretenimiento, a las respuestas fáciles y a las soluciones rápidas,
los atributos más sobrios y menos espectaculares de la maestría espiritual muy
bien pueden pasar inadvertidos.
Nuestras ideas acerca de la santidad, de que es algo
pío, insípido y manso, pueden volvernos ciegos a las manifestaciones dinámicas
y a veces exuberantemente juguetonas de la mente iluminada.
Patrul Rimpoché escribió: «Las extraordinarias
cualidades de los grandes seres que ocultan su naturaleza escapan a las personas
corrientes como nosotros, pese a todos nuestros esfuerzos por examinarlas. Por
otra parte, hasta los embaucadores más corrientes son expertos en engañar a la
gente comportándose como si fueran santos». Si Patrul Rimpoché pudo escribir
tal cosa el siglo pasado en Tíbet, ¿cuánto más cierto no ha de ser en el caos
de nuestro supermercado espiritual contemporáneo?
Así pues, en esta era extraordinariamente
desconfiada, ¿cómo podemos encontrar la confianza que tan necesaria nos es para
seguir la senda espiritual? ¿Qué criterios podemos utilizar para determinar si
un maestro es auténtico o no?
Estas respuestas nos muestran que los verdaderos
maestros son amables, compasivos, incansables en su deseo de compartir la
sabiduría que puedan haber adquirido de sus maestros, nunca maltratan ni
manipulan a sus alumnos en ninguna circunstancia, no los abandonan jamás en
ninguna circunstancia, no sirven a sus propios fines sino a la grandeza de las
enseñanzas, y permanecen siempre humildes. La auténtica confianza puede y
debería desarrollarse sólo hacia alguien de quien, con el tiempo, se llega a
saber que encarna todas estas cualidades. Entonces descubrirá usted que esta
confianza llega a ser la base de su vida, siempre presente para sostenerlo en
todas las dificultades de la vida y la muerte.
En el budismo determinamos si un maestro es
auténtico o no en la medida en que la orientación que ofrece está de acuerdo con
la enseñanza de Buda. No se puede insistir demasiado en que lo importante es la
verdad de la enseñanza, nunca la personalidad del que la expone.
Por eso Buda nos recordó en las «Cuatro Confianzas»:
Confía en el mensaje del maestro, no en
su personalidad;
confía en el sentido, no sólo en las
palabras;
confía en el sentido real, no en el
provisional;
confía en tu mente de sabiduría, no en
tu mente ordinaria
y crítica.
Por consiguiente, es importante recordar que el
auténtico maestro, como veremos, es el portavoz de la verdad, su compasiva «manifestación
de sabiduría». De hecho, todos los budas, maestros y profetas son emanaciones
de esta verdad, que se presentan bajo innumerables apariencias hábiles y
compasivas con el fin de guiarnos, por medio de su enseñanza, hacia nuestra verdadera
naturaleza. Así pues, al principio es más importante encontrar y seguir la
verdad de la enseñanza que encontrar al maestro, puesto que estableciendo una
conexión con la verdad de la enseñanza es como descubrirá usted su conexión
viva con un maestro.
COMO SEGUIR EL CAMINO
Todos tenemos el karma para encontrar una senda
espiritual u otra, y yo le aconsejaría, desde el fondo de mi corazón, que siguiera
con completa sinceridad la senda que más le inspire.
Lea los grandes libros espirituales de todas las
tradiciones, hágase una idea de lo que pueden querer decir los maestros cuando
hablan de liberación e Iluminación, y descubra qué enfoque de la realidad
absoluta lo atrae y le conviene más.
Aplique a su búsqueda todo el discernimiento de que
sea capaz; la senda espiritual exige más inteligencia, más sobria comprensión y
más sutiles poderes de discernimiento que ninguna otra disciplina, puesto que
aquí se trata de la verdad más elevada.
Utilice su sentido común en todo momento. Acuda al
camino jovialmente consciente del equipaje que lleva: sus deficiencias, fantasías,
fracasos y proyecciones. Con aguda conciencia de cuál podría ser su verdadera
naturaleza, combine una humildad sensata y realista y una clara apreciación de
dónde se encuentra en la senda espiritual y qué le queda aún por entender y
lograr.
Lo más importante es no dejarse atrapar por lo que
en Occidente veo por todas partes, la «mentalidad de ir de compras »: ir de
compras de maestro en maestro, de enseñanza en enseñanza, sin la menor
continuidad ni una auténtica dedicación sostenida a ninguna disciplina. Casi
todos los grandes maestros de todas las tradiciones están de acuerdo en que lo
esencial es dominar un camino, una senda hacia la verdad, siguiendo una tradición
con toda la mente y todo el corazón hasta el final del viaje espiritual, y
mostrándose al mismo tiempo abierto y respetuoso con todas las demás. En Tíbet
decíamos: «Conociendo una, las cumples todas». La idea, hoy en boga, de que
podemos mantener todas las opciones abiertas y que, por consiguiente, no hemos
de comprometernos con nada en concreto es uno de los mayores y más peligrosos
engaños de nuestra cultura, y una de las maneras más eficaces como el ego
sabotea nuestra búsqueda espiritual.
Cuando se continúa buscando siempre, la propia
búsqueda se convierte en una obsesión que se adueña de uno. Uno se convierte en
un turista espiritual, siempre ajetreado de un lado a otro sin llegar nunca a
ninguna parte. Dice Patrul Rimpoché: «Dejas tu elefante en casa y buscas sus
huellas en el bosque».
Seguir una enseñanza no es un modo de limitarse o
monopolizarse celosamente; es un modo hábil y compasivo de mantenerse centrado
y siempre en el camino, a pesar de todos los obstáculos que uno mismo y el
mundo presentarán inevitablemente.
Así pues, cuando haya explorado las tradiciones
místicas, elija un maestro o maestra y sígalo. Emprender el viaje espiritual es
una cosa, y otra muy distinta encontrar la paciencia y la constancia, la
sabiduría, el coraje y la humildad que hacen falta para seguirlo hasta el fin.
Puede que tenga usted el karma para encontrar un maestro, pero entonces tiene
que crear el karma para seguir a su maestro. Muy pocos de nosotros saben seguir
verdaderamente a un maestro, lo cual es un arte en sí mismo.
Por lo tanto, no importa lo grande que sea la
enseñanza o el maestro, lo esencial es que encuentre en usted mismo la
intuición y la habilidad de aprender a amar y seguir al maestro y la enseñanza.
Eso no es fácil. Las cosas nunca serán perfectas.
¿Cómo podrían serlo? Todavía estamos en el samsara. Aunque haya elegido usted a
un maestro y siga las enseñanzas con la mayor sinceridad posible, a menudo se
encontrará con dificultades y frustraciones, contradicciones e imperfecciones.
No sucumba a los obstáculos ni a minúsculas dificultades; con frecuencia no son
más que las emociones infantiles del ego. No permita que le impidan ver el
valor esencial y perdurable de lo que ha elegido. No permita que la impaciencia
lo haga renunciar a su compromiso con la verdad. Una y otra vez me ha
entristecido comprobar que mucha gente adopta con entusiasmo una enseñanza o un
maestro y tan pronto surgen los menores e inevitables obstáculos se
desalientan, con lo que vuelven a caer en el samsara y en sus viejas costumbres
y desperdician años o quizá toda una vida.
Como dijo Buda en su primera enseñanza, la raíz de
todo nuestro sufrimiento en el samsara es la ignorancia. Mientras no nos
liberamos de ella, la ignorancia puede parecer interminable, y aun después de
emprender el camino espiritual sigue obscureciendo nuestra búsqueda. No
obstante, si tenemos esto en cuenta y llevamos las enseñanzas en el corazón,
poco a poco iremos cultivando el discernimiento necesario para reconocer las
innumerables confusiones de la ignorancia como lo que realmente son, y así
nunca pondremos en peligro nuestro compromiso ni perderemos la perspectiva.
La vida, como nos dijo Buda, es breve como un
relámpago; pero, como señaló Wordsworth: «El mundo está demasiado con nosotros:
obteniendo y gastando, dilapidamos nuestros poderes».
Esta dilapidación de nuestros poderes, esta traición
a nuestra esencia, esta renuncia a la milagrosa oportunidad que nos ofrece esta
vida, el bardo natural, para conocer y encarnar nuestra naturaleza iluminada,
es quizá lo más descorazonador de la vida humana. Lo que en esencia nos dicen
los maestros es que dejemos de engañarnos: ¿qué habremos aprendido si en el
momento de la muerte no sabemos quiénes somos en realidad ?.
(Extracto
del libro El libro tibetano de la vida y de la muerte, SOGYAL RIMPOCHÉ)
COMENTARIO de José Saltarus:
Debemos aclarar que aunque en Oriente
sea muy importante la relación Maestro-Discípulo, no olvidemos que en Occidente
también han existido y existen maestros espirituales, la diferencia está en que
el maestro occidental vive dentro de su mundo familiar, profesional y social, y
no se dedica exclusivamente a la enseñanza espiritual rodeado de discípulos dentro
de un templo, suele ser discreto y procura pasar desapercibido dentro de su
entorno, lo que no le impide hacer su labor espiritual sea cual sea esta, o
bien trabaja dentro de una tradición espiritual concreta como puede ser la tradición
rosacruz, la masonería, el martinismo, el temple iniciático, el hermetismo o en
vías más particulares como la cábala, la teúrgia o la alquimia. En definitiva
todas estas artes y vías engloban lo que llamamos Tradición Esotérica
Occidental.
A lo largo de la historia podemos reconocer
algunos de estos maestros occidentales sin ir muy lejos en la historia; remontándonos a los siglos XV-XX encontramos
personajes como Basilio Valentín, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Heinrich
Khunrath, Michael Maier, Francis Bacon, Dom Pernety, Jacob Böhme,
Saint-Germain, Cagliostro, Karl von Eckartshausen, Eliphas Leví, Martinez
de Pascually. Louis-Claude de Saint-Martin, Fulcanelli, Kremmerz, Louix Cattiaux,
…etc. Estos serían algunos de los maestros que conocemos por sus obras
literarias o por el trabajo realizado
dentro de alguna orden iniciática de la tradición occidental europea o bien en alguna
orden monástica, entre ellos incluso encontramos miembros o sacerdotes de la
Iglesia Católica, sabemos que algunos jesuitas (Compañía de Jesús) tuvieron
especial interés por la tradición Hermética. Sin embargo están también aquellos
otros que se mantuvieron y mantienen en el silencio y el anonimato. Como indicaban
los Manifiestos de los antiguos “Hermanos
de la Rosa-Cruz” del siglo XVII (no confundir con las actuales organizaciones
rosacruces americanas):
“Si
a alguien le viene el deseo de vernos sólo por curiosidad, jamás entrará en
contacto con nosotros. Pero si su voluntad lo lleva realmente y de hecho a
inscribirse en el registro de nuestra cofradía, nosotros, que juzgamos por los
pensamientos, le mostraremos la verdad de nuestras promesas; de modo que no
daremos el lugar de nuestra residencia, porque los pensamientos, unidos a la voluntad
real del lector, son capaces de darnos a conocer a él, y él a nosotros”.
La importancia de formar parte de una
tradición espiritual concreta o linaje iniciático la podemos también encontrar
en la obra del metafísico francés René Guénon (1886-1951).
“La iniciación
propiamente dicha consiste esencialmente en la transmisión de una influencia
espiritual, transmisión que no puede efectuarse sino por medio de una
organización tradicional regular, de tal manera que no podría hablarse de iniciación
fuera de la adhesión a una tal organización. Hemos precisado que la
“regularidad” debía ser entendida como excluyendo a todas las organizaciones
seudoiniciáticas, es decir, a todas aquellas que, sean cuales sean sus
pretensiones y por cualquier apariencia que adopten, no son efectivamente
depositarias de ninguna influencia espiritual, y no pueden en consecuencia
transmitir en realidad nada. Desde este momento es fácil de comprender la
importancia capital que todas las tradiciones atribuyen a lo que se designa
como la “cadena” iniciática, es decir, una sucesión que garantiza de manera
ininterrumpida la transmisión de que se trata; fuera de esta sucesión, en
efecto, la observación misma de las formas rituales sería en vano, pues
faltaría el elemento vital esencial para su eficacia “.
(René Guénon. Apreciaciones sobre la
Iniciación .VIII De la Transmisión
Iniciática.)