El emperador Justiniano mandó construir una imponente catedral en
Constantinopla, en el año 532, que fue finalizada cinco años más tarde. Cuando
el Augusto la vio, dijo: “Salomón, te he superado”. La basílica más grande y
hermosa de la Cristiandad estaba dedicada a Santa Sofía, Hagia Sophia.
Para la Iglesia latina Sophia, la Sabiduría, no merece ningún templo, y menos
la basílica más grande e importante, no así, para la Iglesia Oriental. ¿Cuál es
la razón por la que el templo más grande e importante, en la capital del
Imperio Bizantino, se levanta en honor y para rendir culto a la Sabiduría, un
personaje totalmente ajeno a la Iglesia latina?.
El Cristianismo oriental todavía
rinde culto a Santa Sophia, y para ellos se trata de un personaje tan
importante como el Logos, el Cristo, el Hijo de Dios Padre. El origen de esta
tradición se encuentra en Filón de Alejandría, el sabio y filósofo judío,
fundador de la teología alegórica, que más tarde incorporaron al Cristianismo,
Orígenes y sus Escuelas, la de Alejandría y la de Cesarea.
Santa Sofía es el Espíritu Santo, la naturaleza femenina de la Santísima Trinidad. Dios Padre, el Noûs o Intelecto, eterno e insondable, se desdobla en dos: Sophia y el Logos. La primera, permanece como pura naturaleza divina, como la expresión inteligible y pensamiento de Dios, el Padre; el Logos, es su Hijo, el Demiurgo, el creador y ordenador del cosmos, pues Él es la Palabra, la manifestación y revelación del Pensamiento de Dios. En Sophia la Verdad divina permanece inmanifestada, y toma la forma de la Gracia directa del Padre, se trata de un pneuma divino, cuyo contacto directo, es contacto con el mismo fuego de Dios, tal como se expresan sus pensamientos. El hombre no puede recibir el fuego divino directamente, si no se ha purificado, si no se ha bautizado (sumergido) en el agua de la purificación, y después ha seguido el camino y las enseñanzas que son reveladas por el Logos. Solo entonces, después de haber sido purificado gracias al Hijo, el puro puede recibir el fuego del Espíritu. El Espíritu Santo, Sophia, unge y nos hace verdaderos cristianos, verdaderos ungidos.
Santa Sofía es el Espíritu Santo, la naturaleza femenina de la Santísima Trinidad. Dios Padre, el Noûs o Intelecto, eterno e insondable, se desdobla en dos: Sophia y el Logos. La primera, permanece como pura naturaleza divina, como la expresión inteligible y pensamiento de Dios, el Padre; el Logos, es su Hijo, el Demiurgo, el creador y ordenador del cosmos, pues Él es la Palabra, la manifestación y revelación del Pensamiento de Dios. En Sophia la Verdad divina permanece inmanifestada, y toma la forma de la Gracia directa del Padre, se trata de un pneuma divino, cuyo contacto directo, es contacto con el mismo fuego de Dios, tal como se expresan sus pensamientos. El hombre no puede recibir el fuego divino directamente, si no se ha purificado, si no se ha bautizado (sumergido) en el agua de la purificación, y después ha seguido el camino y las enseñanzas que son reveladas por el Logos. Solo entonces, después de haber sido purificado gracias al Hijo, el puro puede recibir el fuego del Espíritu. El Espíritu Santo, Sophia, unge y nos hace verdaderos cristianos, verdaderos ungidos.
Filón de Alejandría hereda toda la tradición veterotestamentaria sobre la
Sabiduría, de los Libros Sapienciales tan importantes para el Judaísmo de la
época helenística, en la que muchos de ellos fueron escritos. Sophia es
considera, por tanto, una de las potencias de Dios, del primer principio, la
mónada o el Noûs, que es anterior al Logos: “Moisés llama Edén a la Sabiduría
del Ser. El Logos desciende, como de una fuente, de esta Sabiduría a la manera
de un río…” (Sobre los sueños, II, 242). En Filón Sophia es preeminente al
Logos, que desciende de ella.
Orígenes recoge la distinción entre Sabiduría y Logos, pero a diferencia de Filón, los identifica completamente, como dos aspectos de la naturaleza del Hijo, el Hijo es la Sabiduría misma de Dios, que estaba con Dios desde el principio, y también es el Logos, por el cual toda cosa fue creada. Sin embargo, en el “Tratado sobre los Principios”, no encontramos bien resuelta la tercera hipóstasis de la Trinidad divina, habla del Espíritu Santo siempre por referencias a los textos, que testimonian de su existencia, y de su importancia. Orígenes se decanta por el Hijo, a la hora de expresar la importancia de éste, del Hijo recibimos la Sabiduría, del Espíritu Santo, el hombre se hace santo y espiritual.
Orígenes recoge la distinción entre Sabiduría y Logos, pero a diferencia de Filón, los identifica completamente, como dos aspectos de la naturaleza del Hijo, el Hijo es la Sabiduría misma de Dios, que estaba con Dios desde el principio, y también es el Logos, por el cual toda cosa fue creada. Sin embargo, en el “Tratado sobre los Principios”, no encontramos bien resuelta la tercera hipóstasis de la Trinidad divina, habla del Espíritu Santo siempre por referencias a los textos, que testimonian de su existencia, y de su importancia. Orígenes se decanta por el Hijo, a la hora de expresar la importancia de éste, del Hijo recibimos la Sabiduría, del Espíritu Santo, el hombre se hace santo y espiritual.
Del Antiguo Testamento y sus Libros Sapienciales procedía la Sophia, y del
Evangelio de Juan, influido por la filosofía estoica, el Logos que se vuelve
inmanente, y que gobierna el mundo. De la filosofía platónica y el gnosticismo
estos principios encuentran su origen trascendente, como eones o ideas,
habitantes del Pleroma (la plenitud), que es el universo trascendente de los
gnósticos, donde se encuentra el primer principio, la mónada hermafrodita y del
que surgen los eones. De la aplicación de la filosofía platónico-pitagórica a
estos conceptos judeocristianos, resulta la teología gnóstica, que intenta
resolver el problema del Uno y lo múltiple (la Díada platónica), pero en el
propio cielo pleromático: Abismo, es el primer padre origen de todo, de él
surgen otros dos principios: Pensamiento y Silencio, los tres grandes, que
engendran, sin pasión, a Intelecto y Verdad, que engendran a su vez a una
Tétrada: Logos y Vida, y Hombre y Ekklesia, de estos últimos proceden doce
nuevos eones, seis masculinos y seis femeninos, de los cuales, el último,
femenino, es Sophia. Por tanto, para el gnosticismo Sophia es posterior al
Logos, y además es la causante del mal, pues ella quiso conocer al Padre antes
de tiempo, y de su deseo surgió la materia, esta materia es expulsada del
Pleroma, y delimitada. Allí es donde irá a caer Sophia, el Alma del Mundo, que
vendrá a ser redimida y devuelta al Pleroma, gracias a nueve cantos de
arrepentimiento. La Cruz simbolizará el límite entre el Pleroma, la plenitud
divina, y el mundo formado a partir de la materia de deseo. Dos Sophias
quedarán separadas por la Cruz-Límite: Sophia, la pareja celeste del Cristo,
que se une a él en la Cámara Nupcial que se encuentra en el centro de la Cruz,
y Sophia Prounico, madre de los vivos y la Jerusalén Celeste, también llamada
Ogdóada (es decir el Cosmos de las Esferas Celestes) y Espíritu Santo, que
tiene por pareja a Jesús.
El Maniqueísmo hereda la teología mítica de los gnósticos, pero con una
versión propia, dualista en cuanto a principios, donde Sophia es la pareja del
Hombre Primordial, emanaciones ambas de la Luz, cuya misión es la de entablar
combate contra las Tinieblas, por medio del auto sacrificio, a fin de producir
la mezcla, que debe terminar con la redención de éstas. El Hombre Primordial
aparece acompañado de la Madre de la Vida, ambas hipóstasis del Dios Padre de
la Grandeza, estos dos principios se despliegan en una tétrada, formando así la
Péntada del Pleroma maniqueo: Noûs y la Madre de la Vida, que constituyen el
elemento Luz, Paternidad y Ennoia, que constituyen el elemento Viento, Luz y
Reflexión que son Agua, Fuerza e Intención Arie, y Sophia y Logos, que forman
el elemento pneumático, el Aire. Así en la cosmovisión maniquea, el Espíritu
tiene la forma de estas dos hipóstasis: Sophia y Logos.
La Sophia pagana estaba relacionada con Pronoia, la Providencia divina, que
es la acción del Noûs, como motor de las esferas celestiales, en particular la
octava esfera de las estrellas fijas, frente a la heimarméne o destino, que
regían los siete planetas, y que decidían la suerte de todo lo corporal y las
pasiones anímicas. En definitiva, todo ello está ligado al eje celeste, el
“axis mundi”, que es el que permite el movimiento traslacional de las esferas,
un eje que sustenta todo el engranaje, al igual que la columna vertebral del
ser humano. Este es el aspecto femenino de la divinidad, que en las tradiciones
orientales es denominado Kundalini. Y este carácter de eje central, une a
Sophia con la Jerusalén Celeste, que desciende de los cielos por su eje, y se
asienta en las antípodas del Purgatorio, y por tanto, es el Espíritu Santo
misterioso, la morada que el Cristo ha preparado a sus fieles, y que es la Novia
celestial.
El mito de Logos y Sophia, que tiene fuerza, sobre todo, en las Iglesias
Gnósticas y Maniqueas, así como en la Iglesia Oriental ortodoxa, también se
plasma, en las Iglesias más esotéricas, en la relación de Jesús con María
Magdalena, que aparece como la discípula más próxima y receptora de la
Sabiduría secreta del Logos, en el Evangelio de María. Aparece igualmente como
amante de Jesús, en el Evangelio de Felipe, y como la discípula favorita junto
a Juan, en la Pistis Sophia. En Lucas 8: 2 aparece María Magdalena: “y algunas
mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, la
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios (daimónia)”, si se
piensa que siete son las esferas planetarias y siete sus arcontes o rectores, y
estos constituyen la Heimarméne, Magdalena puede ser perfectamente una mujer
curada del Destino, del condicionamiento astral, de las pasiones del alma, es
decir, una alma purificada, que luego es capaz de escuchar y comprender las
doctrinas del Logos, tal como la presenta el Evangelio de María, o el mismo
Evangelio de Lucas 10: 39. En cualquier caso, María aparece como una
personificación de la Sophia espiritual, al igual que aquella Helena, compañera
de Simón el Mago, que había sido rescatada de los prostíbulos, y regenerada en
el Pensamiento divino, o la divina Sophia. Se trata del mito gnóstico de la
caída del eón Sophia en la materia, y como los arcontes y seres malignos abusan
de ella, y la mantienen prisionera en la materia o el caos. Sophia es también
el Alma del Cosmos, igualmente, unida a la materia, pero conservando su
divinidad, y en definitiva expresa la tragedia de todas las almas particulares,
atadas por violencia a la materia. Justino en su Apología I, 64, habla del
primer pensamiento divino, o el Espíritu divino que se movía sobre las aguas,
al que los gentiles, dice Justino, llamaron Proserpina (es decir, la diosa
infernal Perséfone), hija de Júpiter – Zeus, o como sabiduría es llamada
Minerva, o Atenea, la diosa nacida de la cabeza de Zeus, sin coito. En
cualquier forma, Atenea era representada por serpientes, como el modelo
oriental de Kundalini, y Perséfone o Coré, que a veces aparece identificada
como Atenea Coré, era la diosa iniciadora, la que permitía al alma escapar del
mundo de las sombras y dirigirse a la morada de los bienaventurados. Por tanto,
aquí Sophia o la divinidad femenina tiene un papel incuestionable como
iniciadora en los Misterios soteriológicos.
En definitiva, estamos ante el misterio de la divinidad femenina, al que el
primer Cristianismo, y todavía hoy, el Cristianismo oriental, no es del todo
ajeno, pues honra a dicho principio como Sophia, en la forma hipostática del
Espíritu Santo. No es extraño pues, que la Iglesia Ortodoxa considerase
herética la doctrina de la Filioque, que adoptó la Iglesia Latina, y que
consistía en que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Para la
Iglesia Oriental, que ve a Sophia, el Espíritu divino, como el gran misterio no
revelado, el aspecto femenino que otorga la curación y espiritualiza la forma,
procede del Padre, únicamente, es algo así como la pareja del Logos, el que
enseña el camino hacia el Padre. Es la Mónada divina andrógina, que se desdobla
y revela por medio del Logos y Sophia, el Hijo y el Espíritu Santo, lo
masculino y lo femenino, sin que haya una preeminencia de uno sobre la otra.
Así el misterio de la Eucaristía tiene los dos elementos, la acción del Logos
se produce por la palabra, la enseñanza, del “Prefacio”, y la acción del
Espíritu Santo por la “Epíclesis” o consagración, que consiste en una
invocación del Espíritu Santo. Es la acción de ambos lo que permite siempre la
manifestación de lo divino, la acción del Logos y Sophia, que están igualmente
valorados en las Iglesias Orientales, donde el misterio se conserva con toda su
carga mágica y mística, en rituales arcanos, con el griego como lengua santa de
transmisión, tanto de la enseñanza, como del Espíritu.
Juan Almirall