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sábado, 26 de octubre de 2013

INICIACIÓN Y CABALLERÍA


 
SOBRE LA CABALLERÍA MEDIEVAL

       Dr. Carlos Raitzin
 Esta exposición debería haberse titulado con mayor propiedad "La Metafísica de la Caballería y el Santo Grial". Esto  por cuanto nuestro deseo es centrarnos en aquellos aspectos relativos a la Tradición Primordial Esotérica que  explican a la Caballería en su esencia, modos, objetivos y razón de ser.
  Los aspectos  externos del fenómeno y sus  circunstancias  son relativamente  bien  conocidos.  Las justas y  torneos,  el  amor cortés  y los caballeros andantes permanecen en nuestro recuerdo como algo querido. El Caballero sigue siendo a través de los  siglos un  héroe folklórico, siempre dispuesto a defender las  causas del bien y de la justicia con valor indomable, siempre al  servicio  de los débiles y desprotegidos.  Sus ideales espirituales siempre prevalecían y orientaban su gesta, aún cuando el  objeto último de sus afanes no resultaba en absoluto  claro  para  la mayoría de la gente. Recuerdo a Mark Twain cuando en su libro "Un yanqui  en la corte del Rey Arturo" ironizaba diciendo que todos los Caballeros iban a la búsqueda del Santo Grial, sin que ninguno supiera decir con precisión de que se trataba esto.
  En definitiva que el Caballero llegó a ser y permanece como una figura arquetípica, única y a la que no se alcanza con solamente ética, valor, destreza y cortesía. Así como Rudolf Otto afirmaba que  la  bondad  por si sola no alcanza a lo santo  sino que  es necesario  además  lo  numinoso, así vemos que  en  el auténtico Caballero también lo numinoso está presente y que él no es figura del todo de este mundo.
 
  A esta altura no faltará el bien informado que denuncie que  la realidad  histórica  se apartó a menudo de estos  ideales.  Basta leer por ejemplo la historia de las Cruzadas para convencerse  de las atrocidades que cometieron muchos Caballeros. Pero acaso, no sucedió así siempre en este mundo? Que más alejado de los ideales religiosos que el fanatismo, las torturas de la Inquisición o los manejos del Banco Ambrosiano? Esas cosas están ahí, son hechos y si  queremos  la verdad no podemos ignorarlos. De cosas  aun más escandalosas para las mentes pusilánimes deberemos hablar hoy  si en realidad queremos conocer en alguna medida cual es la realidad del Grial. Mi único afán es acercarme a la verdad y no complacer a quienes están cegados por dogmas absurdos.
 
   Para  hacer muy claramente comprensible el sentido último del tema  que trataremos hoy es imprescindible tratar aquí un asunto de  importancia  capital (y al que el mundo desacralizado de  hoy contempla con desdén como si tan solo fuera una quimera propia de mentes  confundidas). Ese asunto es la naturaleza esencial  de  la caballería espiritual del medioevo (y de siempre) respecto de  la cual reina hoy tanto desconocimiento como incomprensión.
 Para poner en claro esto procedamos contrario sensu planteando algunas  preguntas cuya respuesta merece ser conocida por todos:
    Cual  es  la  razón para que el rey Francisco  I  exigiera  de Bayardo  que  lo armara caballero? Por cual motivo  Isabel I de Inglaterra se hizo armar caballera el día mismo de su coronación? Como  es que el Papa Inocencio III en una bula se jactaba  no de ser  Pontífice sino de ser Caballero Templario? Por que Philippe le  Bel, rey de Francia, se quejaba en una carta a su pariente  y protegido el Papa Clemente V, deplorando  que ni el ni su sobrino habían  sido recibidos como Caballeros Templarios?  Cual  es  la misteriosa razón tras el dicho tradicional "Más vale ser Caballero que príncipe hijo de rey o rey mismo"?
 
 Todas  estas preguntas tienen una sola y taxativa respuesta:  la Caballería  Tradicional  supone una Iniciación, entendiendo  por esto la transmisión de una influencia espiritual que permitirá a quien  es  digno y calificado para recibirla  la  realización  de grandes hechos en lo externo y en lo interior pero que nada cambiará en quien es indigno de ser Caballero!  Por ello será conveniente y deseable referirse a  la Caballería Espiritual o, mejor aún, Iniciática para distinguirla del que solo practica la guerra y el combate o bien con  quienes usurpan el título de Caballero sin derecho a ello.
 
  Lo  dicho  basta  para comprender dos puntos fundamentales. El primero es el abismo de diferencia que existe entre el esoterismo iniciático y el simple exoterismo religioso pues hasta un Papa se ufanaba  no  de ser pontífice sino de pertenecer al Temple como Caballero. El segundo punto es la tremenda importancia de lo que  impulsaba a muchos poderosos y espíritus ilustres a pertenecer  a la Caballería. Recordemos el caso de Dante Alighieri, Bocaccio y los  "Fedeli d'Amore" de quienes me he ocupado  en  otro trabajo. 
 
  Está claro que el mundo de hoy ha olvidado todo al respecto del sentido y misión Iniciáticos de la Caballería y prueba de ello es que aquí y allí surgen nuevas órdenes que pretenden ser honoríficas y no pasan de carnavalescas, dado que no poseen ni raíces  en el pasado ni filiación iniciática alguna. En algunos casos pretenden reducir lo iniciático a lo meramente religioso y exotérico (como es el caso en nuestro medio de los caballeros de San Martín de Tours y algún otro engendro de ese estilo). Desde luego  esto es una prueba de la formidable ignorancia respecto de la Tradición Iniciática en que vive ese tipo de personas. La parodia es su refugio pues  no pueden comprender ni alcanzar a lo verdaderamente  trascendente.
 
  Dejando  pues  estas tonterías para los tontos que  toman a la parte  por  el todo pretendemos hoy revisitar este  asunto y  el inseparablemente  conexo tema del Santo Grial, cosas ambas sobre las que se ha escrito mucho pero se ha silenciado más aún y que, en todo caso, se han comprendido muy poco.
 
  Naturalmente  no  se  trata de revisar aquí  las narraciones y leyendas  del ciclo arturiano y posteriores pues ello demandaría mucho  tiempo y daría poco fruto. En rigor no conviene basarse para el estudio del tema en las novelas de caballería, salvo de manera accesoria.  De  hecho estas son obras de fantasía y en su mayor parte escritos por autores que no eran caballeros. De concederles demasiado crédito terminaríamos como Don Quijote con  el  seso sorbido  por pasar las noches de claro en claro y  los días  de turbio en turbio...
 
  Lo verdaderamente importante a partir de lo dicho es citar en nuestro  apoyo  las opiniones de diversos tratadistas del  tema.  Históricamente es Victor Michelet quien primero destacó en forma explícita el carácter iniciático de la Caballería. Maurice Keen, profesor en Oxford que ha dedicado un documentado libro al  tema, parte de una óptica puramente místico-religiosa (es decir exotérica)  pero sus propias afirmaciones refuerzan nuestro  punto de vista. Helas aquí: "Estos relatos demuestran lo conciente que era la caballería a finales de la Edad Media, de poseer lo que yo he llamado su propia continuidad apostólica, e ilustran su confianza en su propia e independiente ética seglar (es decir laica)".
 
  Resulta muy importante citar este texto para dejar en claro que en realidad lo que Keen percibe sin comprender en la Caballería es la existencia del indispensable linaje iniciático y, en segundo lugar, la ya apuntada independencia de la Caballería de  toda característica del tipo religioso corriente. Esto puede sorprender a quienes hayan leído de como se velaban las armas y  se armaba caballeros  en las iglesias pero, en rigor, esto solo era  recurso conveniente para que el nuevo caballero recibiera su ordenamiento con adecuados recogimiento y paz de espíritu.
 
   Apuntemos  de paso que León Gautier, gran  historiador francés del tema, incurre en el mismo error de óptica pues consideraba  a la  Caballería como el octavo sacramento de la Iglesia  medieval. En  realidad una iniciación está y estará  por siempre muy por  arriba de cualquier sacramento habido y por haber, dado que lo sacramental es cosa propia de lo meramente religioso, perteneciendo así a un orden inferior de cosas. Si bien la Iglesia luchó por desempeñar el papel de otorgadora de la orden de caballería casi siempre era  un Caballero laico quien la otorgaba a un aspirante  y esto era naturalmente lo correcto para mantener el linaje o filiación iniciática. Un Caballero podía armar a un aspirante en  cualquier lugar y momento y de ninguna manera se requería iglesia o  fraile para la ordenación o recepción de armas del nuevo Caballero.
  Pero antes de dar más detalles sobre esto y el asociado concepto del "honor compartido" bueno será que, por una cuestión de orden, entremos en materia hablando del sentido y contenido de la Caballería,  más allá de los aspectos triviales de ética,  valor, destreza y cortesía que todos conocen.
 
  Ante todo dejemos que los textos hablen. Emocionan especialmente las  palabras  de Juan I de Portugal a sus caballeros viejos  y nuevos pues acababa de conceder la caballería a sesenta escuderos portugueses e ingleses. Esto fue en 1358 y estaban presentes los Caballeros Templarios bajo su nuevo nombre de Orden del Cristo de Portugal, concedido por el anterior rey Dionís. Recordemos que la Orden  del Temple había sido destruida y disuelta en 1312 por  la infamia del Papa Clemente V y del rey de Francia Philippe le Bel.       
 Así habló el rey Juan I en vísperas de las batalla en que batieron a los castellanos, según narra Froissart: "Mis buenos señores: esta orden de caballería es tan grande  y tan noble  que el que es caballero no debería ocuparse  de  cosa alguna  que sea baja , vil o cobarde, sino que deberéis  ser tan fuertes  y  orgullosos como el león cuando persigue a  su presa.  Y, por lo tanto, es mi deseo que en este día demostréis tanto valor como siempre acostumbráis. Esta es la razón de que os haya puesto a  la vanguardia en la batalla, para que podáis ganar honor;  de otro  modo vuestras espuelas no estarán bien puestas en  vuestros talones". Aclaremos que el colocar espuelas era antaño parte  del ritual  de  iniciación en la Caballería.  Volveremos luego sobre este punto importante.
 
   Sin  embargo y de lo anterior podría surgir la idea errónea de que bastaría el valor y destreza en combate para ser un perfecto caballero. No es así sin embargo pues los compromisos éticos del Caballero eran mucho más severos y exigentes. Ello surge  del ritual  mismo  de  iniciación del cual el célebre Ramón  Llull  (o Raimundo Lulio)  nos  ha legado admirable descripción en su "Libro  de  la Orden  de Caballería". Allí todo es símbolo. El baño previo  del nuevo Caballero es símbolo de purificación. El cinturón  blanco que se le ciñe representa la castidad. La espada que empuñará es bendecida generalmente antes con palabras que recuerdan al  ordenado  su deber de proteger a la justicia y a los débiles, a  las viudas  y  a  los huérfanos. Se le fijan  las espuelas, símbolo tradicional del dominio que debe ejercer sobre la bestia o sea su propia naturaleza inferior. Por último recibe la acolada o suave bofetón  símbolo de sufrimientos y pruebas y el ósculo fraternal que  lo liga a la Orden para siempre. Previamente ha recibido  el espaldarazo, toque con la espada en los hombros y la coronilla  y que  constituye  el momento culminante de su ordenación,  la  que constituye en sí la iniciación caballeresca llamada  a  menudo como hemos visto "recepción de armas".
     Es aquí donde deben plantearse varias cuestiones de alto interés que intentaremos contestar cumplidamente en lo que sigue.   Aclaremos en primer lugar, siguiendo de cerca a René Guénon, lo relativo  a las diferencias entre las iniciaciones caballeresca, sacerdotal  y  real.  En primer lugar ya hemos aclarado  que  la verdadera  ordenación como Caballero ni era sacramento ni bendición  sacerdotal.  Era y es, insisto, una iniciación y  el  único facultado  para transmitirla era un Caballero ya iniciado  antes, continuando así  el linaje como ya se ha  subrayado.  Que  esto fuera a veces practicado por un sacerdote era en sí incorrecto  y hacía que dicha iniciación se reduciera en tales casos a algo puramente  simbólico.
 Vale  la pena demostrar esto con apoyo de  documentos conocidos. San  Bernardo de Clairvaux fue en su momento la figura cumbre  de la  cristiandad y había recibido de los sacerdotes druidas en  su juventud  una  iniciación sacerdotal que transmitió a  los  nueve Caballeros que con Hughes de Payens a la cabeza fundaron la Orden del Temple. Es importante subrayar esto por cuanto esos Caballeros  ya lo eran cuando San Bernardo los inició. Sin embargo  San Bernardo  no poseía al parecer iniciación caballeresca  alguna. Esto  explica su conducta cuando se trató de hacer  Caballero  a Enrique,  hijo del conde de Champagne. San Bernardo  le  escribe entonces a Manuel Conmeno, emperador griego que sí era Caballero,  diciéndole que le enviará a Enrique para que lo ordene como tal. Si todo se hubiera reducido a una simple bendición sacerdotal o bien si hubiera correspondido una iniciación sacerdotal  San Bernardo mismo hubiera podido sobradamente otorgarla. Vemos además que  René Guénon se equivoca en "Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporel" cuando  sostiene  que necesariamente  los  sacerdotes iniciados debían conferir ambos tipos de iniciaciones lo que, según Guénon, aseguraría  la legitimidad efectiva de la transmisión espiritual que ello supone. Solo puede transmitirse en rigor lo que previamente se ha recibido.
    Al  llegar  a este punto es menester una  aclaración  obvia. Al hablar de iniciación sacerdotal no nos referimos al sacerdocio de  ningún  credo  exotérico.  Más propio sería hablar  en  términos hinduístas trazando un paralelo con el Brahmin y  el Kshatriya, donde si se presenta algo que  tiene carácter iniciático y un paralelo evidente con lo que aquí  nos ocupa. Hay una diferencia esencial entre ambas  castas, la de los Brahmines y la de los Kshatriyas. El Brahmin  pertenece a  la casta más alta cuya función y misión es puramente  espiritual.  El  combate cae fuera de sus deberes. El Kshatriya  es  el guerrero  por excelencia. Kshata significa dolor y  Kshatriya  es quien  libra combate para liberar a los seres del  dolor.  Vemos pues que la Iniciación Caballeresca viene de antiguo y de  lejos. Sería  muy interesante pero hasta hoy imposible  establecer  con precisión como surge históricamente en Europa tal cosa.
 
   Digamos  pues  que la iniciación caballeresca  está íntimamente emparentada  a  la denominada iniciación real pues  ambas están estrechamente  ligadas al poder temporal. En esto Guénon  señala con justeza que al estar este poder temporal sometido a todas las contingencias  de  lo transitorio requiere que  lo  sacralice  un principio de orden superior. De esto proviene el "derecho divino" tradicionalmente  asignado a los reyes. Sin embargo  todo indica que ese principio de orden superior debe actuar en fase y concordancia  con  el objetivo perseguido. Así la iniciación  real  se compone de la sacerdotal y de la caballeresca y solo puede transmitirlas  quien las posea. Maurice Keen viene aquí nuevamente  en nuestra  ayuda, aún con su perspectiva meramente  religiosa,  al decir textualmente en su obra ya citada: "La ceremonia de  hacer un caballero parece, por lo tanto, tener una relación muy próxima con el rito de la coronación".
    Pero,  bien entendido, sería un error grosero suponer que este rito  de  coronación constituyó siempre una  iniciación efectiva dado que, en la enorme mayoría de los casos, se redujo a algo de naturaleza meramente simbólica y religiosa, una mera "exteriorización" de la iniciación reservada a los reyes, como bien apunta Guénon.
 
    A  esta  altura podemos avanzar un paso más  para  efectuar  las necesarias aclaraciones sobre el concepto del "honor compartido", mencionado por Keen y otros autores. Entender esto desde el punto de  vista religioso es simplemente imposible pero el problema  se resuelve  por si solo desde una perspectiva iniciática. Keen  por supuesto  se contenta con mencionar el tema en  estos  términos: "recibir la  caballería de manos de un señor (y caballero)  de privilegiado rango une al destinatario al honor y dignidad del  señor".  Cesar Cantú, que dedicó muy bello y extenso estudio  al tema de la Caballería, recalca que " para armar un Caballero  era indispensable  serlo, y el iniciado quedaba ligado  respecto  del que  le había conferido la ordenación con un parentesco  espiritual,  de  tal manera que por nada y en ningún caso  podía  hacer armas en contra suya" . En un cantar de gesta Renaud de Mantauban exclama  "No defenderé tierra alguna de Carlomagno"  a  lo  cual replica Ogier "No, pero recuerda que él te armó caballero" recordando así a Renaud que jamás podría luchar en contra de Carlomagno o de sus huestes. Solo un felón podría hacer semejante cosa, jamás un Caballero!
   Esto era el "compartir el honor", lo que en lenguaje iniciático equivaldría  a elegir la filiación más honrosa y el Maestro  más elevado para recibir la propia iniciación. Así para dar un símil equivaldría  a preferir un Rimpoche a un simple Lama en el budismo tibetano o un Parama Gurú  a un Swami en el hinduismo.
 
   La mentalidad utilitaria y materialista del mundo moderno tiene enorme dificultad en comprender el rol justiciero y heroico de la Caballería Tradicional. El contemporáneo apenas puede comprender como  el Caballero se arriesga a ser herido o muerto  por  causas que no son la suya o simplemente para demostrar su valor y  mucho menos como puede ser el paladín de una dama y jugarse la vida por ella sin aspirar en lo más mínimo a sus favores carnales y,  más aún,  cuando  esta dama era generalmente la esposa  de otro.  El egoísmo  y degradación del ser humano de hoy constituyen  ciertamente  un  velo muy espeso que le impide toda comprensión  en  el orden  metafísico, el que pasa así completamente desapercibido  e ignorado. Desde el Renacimiento -como subraya Guénon- la desacralización de la existencia humana ha sido tan pavorosa que  únicamente un advenimiento de orden divino podría restituir nuestras vidas al punto justo.

   Para  comprender a la Caballería en profundidad con una óptica tradicional  y  metafísica es menester tomar conocimiento de  lo dicho al respecto por el tan citado René Guénon y, especialmente, por el esoterista italiano Barón Julius Evola.    Lamentablemente no se  puede aceptar en su totalidad lo que dicen  uno y otro pero constituyen sus escritos una  orientación para  buscar la verdad al respecto. Evola  parte del supuesto  de que la acción en general y la acción  guerrera  en particular pueden liberar al hombre de sus condicionamientos  al igual  que la vía espiritual e incluso conducirlo  a  estados superiores  del  ser. En su muy discutible folleto  "La  doctrina aria del combate y la victoria" retoma la doctrina de que el acto supremo  del  ser humano y su sacrificio más excelso  a  Dios  es morir con la espada en la mano en el campo de batalla". De aquí a la antigua creencia nórdica de que el héroe  así  muerto  será conducido  al galope al Walhalla por las Walkirias hay menos que un paso.  Pero Evola no se detiene ahí tampoco en su embestida por sacralizar la guerra y el combate. Todo en la vida debe centrarse en  la "pequeña guerra santa" y en la " gran guerra santa"  a  la manera del Islam. La primera es la guerra y el combate contra los enemigos exteriores,  la segunda es la  lucha  contra  nuestros enemigos interiores. "Más exactamente, esta última es  la  lucha del elemento sobrenatural que llevamos en nosotros contra todo lo que  es  instintivo, ligado a la pasión, caótico,  ligado  a  las fuerzas de la naturaleza"(sic). La vida terrestre es  sacrificada en  el combate a la vida futura dando paso a un impulso que  abre el camino hacia un estado espiritual realmente suprapersonal que hace a los hombres libres, inmortales, interiormente indestructibles logrando una síntesis de los opuestos en cuanto  unificación de los aspectos superiores e inferiores de la naturaleza humana.

 
    Hasta  el más audaz de los Kshatriyas tendrá que reconocer que Evola va demasiado lejos pues este autor desemboca en la conclusión  más  o menos explícita de que el guerrero  es superior al Maestro espiritual. En una carta célebre René Guénon lo coloca en su  sitio,  calificándolo de "Kshatriya en rebeldía". Es  lo  que corresponde  pues Evola invierte el orden natural de  las  cosas.   Pero  a  su vez Guénon si bien pretende lo justo en cuanto  a  la  superioridad  del Maestro sobre el guerrero no siempre tiene en claro  el sentido y lugar de cada cosa. Tanto el brahmin como  el kshatriya son indispensables tanto en el orden espiritual como en el  social  y, lo que nunca se ha subrayado, existe en  esto  una predestinación  para  cada ser en cuanto a ocupar  el  orden  que naturalmente  le  corresponde en el desarrollo de  la  existencia  temporal.
  Para aclarar lo anterior es menester antes precisar una noción fundamental  y  generalmente  muy mal comprendida que  es  la de Dharma.  A  esta palabra la podríamos traducir  brevemente como "deber"  o "ley moral" pero es mucho más que eso. En rigor es  el conjunto de " medios correctos y eficaces, necesarios y trascendentes  para alcanzar el bien y evitar el mal". Es obvio que el Dharma  del brahmin  es muy distinto del que corresponde  a un kshatriya. Y la vida enseña que si uno de ellos intenta seguir el Dharma  del  otro cae en el adharma, que es el error,  el desvío respecto de lo correcto tanto en lo espiritual como en lo ético.
 No  obstante Evola volvió a la carga en sus escritos, especialmente  en cinco breves ensayos reunidos con el título de uno  de ellos  "Metafísica de la Guerra". Allí insiste con el culto del héroe que "muerto gana el cielo y vencedor conquista la tierra".  Creo que Evola nunca comprendió el real valor de la Caballería  tradicional como abnegación y servicio con olvido de sí mismo y de  la propia  vida.  Esto unido a la búsqueda del Santo Grial  es  lo esencial  de  la genuina Caballería Espiritual. Es por ello que está reservada a hombres y mujeres dignos y elevados, dado que no debemos  olvidar que desde comienzos de la Edad Media existieron Caballeras, aún cuando hoy, al iniciarlas se les dá el título  de Damas  con  mayúscula. Incluso existieron Ordenes  de  Caballería para las Damas, como ser la Orden de las Caballeras del Hacha, en Tortosa,  quienes  llevaban como emblema un hacha roja  sobre  el pecho. Ellas impidieron heroicamente en 1149 que los moros  tomaran su ciudad. Otra Orden femenina fue la de las Caballeras de la Cordelière,  quienes usaban como distintivo un cordón  de siete nudos.