SOBRE LA CABALLERÍA MEDIEVAL
Dr. Carlos Raitzin
Los aspectos
externos del fenómeno y sus circunstancias son relativamente
bien conocidos. Las justas y torneos, el
amor cortés y los caballeros andantes permanecen en nuestro
recuerdo como algo querido. El Caballero sigue siendo a través de los
siglos un héroe folklórico, siempre dispuesto a defender las
causas del bien y de la justicia con valor indomable, siempre al
servicio de los débiles y desprotegidos. Sus ideales espirituales
siempre prevalecían y orientaban su gesta, aún cuando el objeto último de
sus afanes no resultaba en absoluto claro para la mayoría de
la gente. Recuerdo a Mark Twain cuando en su libro "Un yanqui en la
corte del Rey Arturo" ironizaba diciendo que todos los Caballeros iban a
la búsqueda del Santo Grial, sin que ninguno supiera decir con precisión de que
se trataba esto.
En definitiva que el Caballero llegó a ser y
permanece como una figura arquetípica, única y a la que no se alcanza con
solamente ética, valor, destreza y cortesía. Así como Rudolf Otto afirmaba que
la bondad por si sola no alcanza a lo santo sino que
es necesario además lo numinoso, así vemos que en
el auténtico Caballero también lo numinoso está presente y que él no es
figura del todo de este mundo.
A esta altura
no faltará el bien informado que denuncie que la realidad histórica
se apartó a menudo de estos ideales. Basta leer por ejemplo
la historia de las Cruzadas para convencerse de las atrocidades que
cometieron muchos Caballeros. Pero acaso, no sucedió así siempre en este mundo?
Que más alejado de los ideales religiosos que el fanatismo, las torturas de la
Inquisición o los manejos del Banco Ambrosiano? Esas cosas están ahí, son
hechos y si queremos la verdad no podemos ignorarlos. De cosas aun más escandalosas para las mentes pusilánimes deberemos hablar hoy si en
realidad queremos conocer en alguna medida cual es la realidad del Grial. Mi
único afán es acercarme a la verdad y no complacer a quienes están cegados por
dogmas absurdos.
Para
hacer muy claramente comprensible el sentido último del tema que
trataremos hoy es imprescindible tratar aquí un asunto de importancia
capital (y al que el mundo desacralizado de hoy contempla con
desdén como si tan solo fuera una quimera propia de mentes confundidas).
Ese asunto es la naturaleza esencial de la caballería espiritual
del medioevo (y de siempre) respecto de la cual reina hoy tanto
desconocimiento como incomprensión.
Para poner en
claro esto procedamos contrario sensu planteando algunas preguntas
cuya respuesta merece ser conocida por todos:
Cual es
la razón para que el rey Francisco I exigiera de
Bayardo que lo armara caballero? Por cual motivo Isabel I de
Inglaterra se hizo armar caballera el día mismo de su coronación? Como es
que el Papa Inocencio III en una bula se jactaba no de ser
Pontífice sino de ser Caballero Templario? Por que Philippe le Bel,
rey de Francia, se quejaba en una carta a su pariente y protegido el Papa
Clemente V, deplorando que ni el ni su
sobrino habían sido recibidos como Caballeros Templarios? Cual
es la misteriosa razón tras el dicho tradicional "Más vale ser
Caballero que príncipe hijo de rey o rey mismo"?
Todas
estas preguntas tienen una sola y taxativa respuesta: la Caballería Tradicional supone una
Iniciación, entendiendo por esto la transmisión de una influencia
espiritual que permitirá a quien es digno y calificado para
recibirla la realización de grandes hechos en lo externo y en
lo interior pero que nada cambiará en
quien es indigno de ser Caballero! Por ello será conveniente y
deseable referirse a la Caballería Espiritual o, mejor aún, Iniciática
para distinguirla del que solo practica la guerra y el combate o bien con
quienes usurpan el título de Caballero sin derecho a ello.
Lo dicho basta para comprender dos puntos fundamentales. El
primero es el abismo de diferencia que existe entre el esoterismo iniciático y
el simple exoterismo religioso pues hasta un Papa se ufanaba no de
ser pontífice sino de pertenecer al Temple como Caballero. El segundo punto es
la tremenda importancia de lo que impulsaba a muchos poderosos y
espíritus ilustres a pertenecer a la Caballería. Recordemos el caso de
Dante Alighieri, Bocaccio y los "Fedeli d'Amore" de
quienes me he ocupado en otro trabajo.
Está claro que el mundo de hoy ha olvidado todo
al respecto del sentido y misión Iniciáticos de la Caballería y prueba de ello
es que aquí y allí surgen nuevas órdenes que pretenden ser honoríficas y no
pasan de carnavalescas, dado que no poseen ni raíces en el pasado ni
filiación iniciática alguna. En algunos casos pretenden reducir lo iniciático a
lo meramente religioso y exotérico (como es el caso en nuestro medio de los
caballeros de San Martín de Tours y algún otro engendro de ese estilo). Desde
luego esto es una prueba de la formidable ignorancia respecto de la
Tradición Iniciática en que vive ese tipo de personas. La parodia es su refugio
pues no pueden comprender ni alcanzar a lo verdaderamente
trascendente.
Dejando
pues estas tonterías para los tontos que toman a la parte
por el todo pretendemos hoy revisitar este asunto y el
inseparablemente conexo tema del Santo Grial, cosas ambas sobre las que
se ha escrito mucho pero se ha silenciado más aún y que, en todo caso, se
han comprendido muy poco.
Naturalmente no se trata de
revisar aquí las narraciones y leyendas del ciclo arturiano y
posteriores pues ello demandaría mucho tiempo y daría poco fruto. En
rigor no conviene basarse para el estudio del tema en las novelas de
caballería, salvo de manera accesoria. De hecho estas son obras de
fantasía y en su mayor parte escritos por autores que no eran caballeros. De
concederles demasiado crédito terminaríamos como Don Quijote con el
seso sorbido por pasar las noches de claro en claro y los
días de turbio en turbio...
Lo verdaderamente importante a partir de lo
dicho es citar en nuestro apoyo las opiniones de diversos
tratadistas del tema.
Históricamente es Victor Michelet quien primero destacó en forma
explícita el carácter iniciático de la Caballería. Maurice Keen, profesor en
Oxford que ha dedicado un documentado libro al tema, parte de una óptica
puramente místico-religiosa (es decir exotérica) pero sus propias
afirmaciones refuerzan nuestro punto de vista. Helas aquí: "Estos
relatos demuestran lo conciente que era la caballería a finales de la Edad
Media, de poseer lo que yo he llamado su propia continuidad apostólica, e
ilustran su confianza en su propia e independiente ética seglar (es decir
laica)".
Resulta muy importante citar este texto para
dejar en claro que en realidad lo que Keen percibe sin comprender en la
Caballería es la existencia del indispensable linaje iniciático y, en segundo
lugar, la ya apuntada independencia de la Caballería de toda característica
del tipo religioso corriente. Esto puede sorprender a quienes hayan leído de
como se velaban las armas y se armaba caballeros en las iglesias
pero, en rigor, esto solo era recurso conveniente para que el nuevo
caballero recibiera su ordenamiento con adecuados recogimiento y paz de
espíritu.
Apuntemos de paso que León Gautier, gran historiador francés
del tema, incurre en el mismo error de óptica pues consideraba a la
Caballería como el octavo sacramento de la Iglesia medieval. En
realidad una iniciación está y estará por siempre muy por
arriba de cualquier sacramento habido y por haber, dado que lo
sacramental es cosa propia de lo meramente religioso, perteneciendo así a un
orden inferior de cosas. Si bien la Iglesia luchó por desempeñar el papel de
otorgadora de la orden de caballería casi siempre era un Caballero laico
quien la otorgaba a un aspirante y esto era naturalmente lo correcto para
mantener el linaje o filiación iniciática. Un Caballero podía armar a un
aspirante en cualquier lugar y momento y de ninguna manera se requería
iglesia o fraile para la ordenación o recepción de armas del nuevo
Caballero.
Pero antes de dar más detalles sobre esto y el
asociado concepto del "honor compartido" bueno será que, por una
cuestión de orden, entremos en materia hablando del sentido y contenido de la
Caballería, más allá de los aspectos triviales de ética, valor,
destreza y cortesía que todos conocen.
Ante todo dejemos que los textos hablen.
Emocionan especialmente las palabras de Juan I de Portugal a sus
caballeros viejos y nuevos pues acababa de conceder la caballería a
sesenta escuderos portugueses e ingleses. Esto fue en 1358 y estaban presentes
los Caballeros Templarios bajo su nuevo nombre de Orden del Cristo de Portugal,
concedido por el anterior rey Dionís. Recordemos que la Orden del Temple había
sido destruida y disuelta en 1312 por la infamia del Papa Clemente V y
del rey de Francia Philippe le Bel.
Así habló el rey Juan I en vísperas de las
batalla en que batieron a los castellanos, según narra Froissart: "Mis
buenos señores: esta orden de caballería es tan grande y tan noble
que el que es caballero no debería ocuparse de cosa alguna
que sea baja , vil o cobarde, sino que deberéis ser tan fuertes
y orgullosos como el león cuando persigue a su presa. Y, por lo tanto, es mi deseo que en este día demostréis
tanto valor como siempre acostumbráis. Esta es la razón de que os haya puesto a
la vanguardia en la batalla, para que podáis ganar honor; de otro
modo vuestras espuelas no estarán bien puestas en vuestros
talones". Aclaremos que el colocar espuelas era antaño parte del
ritual de iniciación en la Caballería. Volveremos luego sobre
este punto importante.
Sin
embargo y de lo anterior podría surgir la idea errónea de que bastaría el
valor y destreza en combate para ser un perfecto caballero. No es así sin
embargo pues los compromisos éticos del Caballero eran mucho más severos y
exigentes. Ello surge del ritual mismo de iniciación
del cual el célebre Ramón Llull (o Raimundo Lulio) nos
ha legado admirable descripción en su "Libro de la Orden
de Caballería". Allí todo es símbolo. El baño previo
del nuevo Caballero es símbolo de purificación. El cinturón
blanco que se le ciñe representa la castidad. La espada que
empuñará es bendecida generalmente antes con palabras que recuerdan al
ordenado su deber de proteger a la justicia y a los débiles, a
las viudas y a los huérfanos. Se le fijan las
espuelas, símbolo tradicional del dominio que debe ejercer sobre la bestia
o sea su propia naturaleza inferior. Por último recibe la acolada o
suave bofetón símbolo de sufrimientos y pruebas y el ósculo
fraternal que lo liga a la Orden para siempre. Previamente ha recibido
el espaldarazo, toque con la espada en los hombros y la coronilla
y que constituye el momento culminante de su ordenación,
la que constituye en sí la iniciación caballeresca llamada a
menudo como hemos visto "recepción de armas".
Es
aquí donde deben plantearse varias cuestiones de alto interés que intentaremos
contestar cumplidamente en lo que sigue.
Aclaremos en primer lugar, siguiendo de cerca a René Guénon, lo relativo
a las diferencias entre las iniciaciones caballeresca, sacerdotal y
real. En primer lugar ya hemos aclarado que la
verdadera ordenación como Caballero ni era sacramento ni bendición
sacerdotal. Era y es, insisto, una iniciación y el
único facultado para transmitirla era un Caballero ya iniciado
antes, continuando así el linaje como ya se ha subrayado.
Que esto fuera a veces practicado por un sacerdote era en sí
incorrecto y hacía que dicha iniciación se reduciera en tales casos a
algo puramente simbólico.
Vale la pena demostrar esto con apoyo de
documentos conocidos. San Bernardo de Clairvaux fue en su momento
la figura cumbre de la cristiandad y había recibido de los
sacerdotes druidas en su juventud una iniciación sacerdotal
que transmitió a los nueve Caballeros que con Hughes de Payens a la
cabeza fundaron la Orden del Temple. Es importante subrayar esto por cuanto
esos Caballeros ya lo eran cuando San Bernardo los inició. Sin embargo
San Bernardo no poseía al parecer iniciación caballeresca
alguna. Esto explica su conducta cuando se trató de hacer
Caballero a Enrique, hijo del conde de Champagne. San
Bernardo le escribe entonces a Manuel Conmeno, emperador griego que
sí era Caballero, diciéndole que le
enviará a Enrique para que lo ordene como tal. Si todo se hubiera reducido a
una simple bendición sacerdotal o bien si hubiera correspondido una iniciación
sacerdotal San Bernardo mismo hubiera podido sobradamente otorgarla.
Vemos además que René Guénon se equivoca en "Autorité Spirituelle et
Pouvoir Temporel" cuando sostiene que necesariamente los
sacerdotes iniciados debían conferir ambos tipos de iniciaciones lo que,
según Guénon, aseguraría la legitimidad efectiva de la transmisión
espiritual que ello supone. Solo puede transmitirse en rigor lo que previamente
se ha recibido.
Al
llegar a este punto es menester una aclaración obvia.
Al hablar de iniciación sacerdotal no nos referimos al sacerdocio de
ningún credo exotérico. Más propio sería hablar en
términos hinduístas trazando un paralelo con el Brahmin y el
Kshatriya, donde si se presenta algo que tiene carácter iniciático y
un paralelo evidente con lo que aquí nos ocupa. Hay una diferencia
esencial entre ambas castas, la de los Brahmines y la de los Kshatriyas.
El Brahmin pertenece a la casta más alta cuya función y misión es
puramente espiritual. El
combate cae fuera de sus deberes. El Kshatriya es el guerrero
por excelencia. Kshata significa dolor y Kshatriya
es quien libra combate para liberar a los seres del dolor.
Vemos pues que la Iniciación Caballeresca viene de antiguo y de lejos.
Sería muy interesante pero hasta hoy imposible establecer con
precisión como surge históricamente en Europa tal cosa.
Digamos
pues que la iniciación caballeresca está íntimamente
emparentada a la denominada iniciación real pues ambas están
estrechamente ligadas al poder temporal. En esto Guénon señala con
justeza que al estar este poder temporal sometido a todas las contingencias
de lo transitorio requiere que lo sacralice un
principio de orden superior. De esto proviene el "derecho divino"
tradicionalmente asignado a los reyes. Sin embargo todo indica que
ese principio de orden superior debe actuar en fase y concordancia con
el objetivo perseguido. Así la iniciación real se compone de
la sacerdotal y de la caballeresca y solo puede transmitirlas quien las
posea. Maurice Keen viene aquí nuevamente en nuestra ayuda, aún con
su perspectiva meramente religiosa, al decir textualmente en su
obra ya citada: "La ceremonia de hacer un caballero parece, por lo
tanto, tener una relación muy próxima con el rito de la coronación".
Pero,
bien entendido, sería un error grosero suponer que este rito de
coronación constituyó siempre una iniciación efectiva dado que, en
la enorme mayoría de los casos, se redujo a algo de naturaleza meramente
simbólica y religiosa, una mera "exteriorización" de la iniciación
reservada a los reyes, como bien apunta Guénon.
A
esta altura podemos avanzar un paso más para efectuar
las necesarias aclaraciones sobre el concepto del "honor compartido",
mencionado por Keen y otros autores. Entender esto desde el punto de
vista religioso es simplemente imposible pero el problema se
resuelve por si solo desde una perspectiva iniciática. Keen por
supuesto se contenta con mencionar el tema en estos términos:
"recibir la caballería de manos de un señor (y caballero) de
privilegiado rango une al destinatario al honor y dignidad del señor". Cesar Cantú, que dedicó
muy bello y extenso estudio al tema de la Caballería, recalca que "
para armar un Caballero era indispensable serlo, y el iniciado
quedaba ligado respecto del que le había conferido la
ordenación con un parentesco espiritual, de tal manera que
por nada y en ningún caso podía hacer armas en contra suya" .
En un cantar de gesta Renaud de Mantauban exclama "No defenderé
tierra alguna de Carlomagno" a lo cual replica Ogier
"No, pero recuerda que él te armó caballero" recordando así a Renaud
que jamás podría luchar en contra de Carlomagno o de sus huestes. Solo un felón podría hacer semejante cosa, jamás un
Caballero!
Esto era el
"compartir el honor", lo que en lenguaje iniciático equivaldría
a elegir la filiación más honrosa y el Maestro más elevado para
recibir la propia iniciación. Así para dar un símil equivaldría a preferir
un Rimpoche a un simple Lama en el budismo tibetano o un Parama Gurú a un Swami en el hinduismo.
La mentalidad
utilitaria y materialista del mundo moderno tiene enorme dificultad en
comprender el rol justiciero y heroico de la Caballería Tradicional. El
contemporáneo apenas puede comprender como el Caballero se arriesga a ser
herido o muerto por causas que no son la suya o simplemente para
demostrar su valor y mucho menos como puede ser el paladín de una dama y
jugarse la vida por ella sin aspirar en lo más mínimo a sus favores carnales y,
más aún, cuando esta dama era generalmente la esposa de
otro. El egoísmo y degradación del ser humano de hoy constituyen
ciertamente un velo muy espeso que le impide toda comprensión
en el orden metafísico, el que pasa así completamente
desapercibido e ignorado. Desde el Renacimiento -como subraya Guénon- la
desacralización de la existencia humana ha sido tan pavorosa que
únicamente un advenimiento de orden divino podría restituir nuestras vidas
al punto justo.
Para comprender a la Caballería en profundidad con una óptica tradicional y metafísica es menester tomar conocimiento de lo dicho al respecto por el tan citado René Guénon y, especialmente, por el esoterista italiano Barón Julius Evola. Lamentablemente no se puede aceptar en su totalidad lo que dicen uno y otro pero constituyen sus escritos una orientación para buscar la verdad al respecto. Evola parte del supuesto de que la acción en general y la acción guerrera en particular pueden liberar al hombre de sus condicionamientos al igual que la vía espiritual e incluso conducirlo a estados superiores del ser. En su muy discutible folleto "La doctrina aria del combate y la victoria" retoma la doctrina de que el acto supremo del ser humano y su sacrificio más excelso a Dios es morir con la espada en la mano en el campo de batalla". De aquí a la antigua creencia nórdica de que el héroe así muerto será conducido al galope al Walhalla por las Walkirias hay menos que un paso. Pero Evola no se detiene ahí tampoco en su embestida por sacralizar la guerra y el combate. Todo en la vida debe centrarse en la "pequeña guerra santa" y en la " gran guerra santa" a la manera del Islam. La primera es la guerra y el combate contra los enemigos exteriores, la segunda es la lucha contra nuestros enemigos interiores. "Más exactamente, esta última es la lucha del elemento sobrenatural que llevamos en nosotros contra todo lo que es instintivo, ligado a la pasión, caótico, ligado a las fuerzas de la naturaleza"(sic). La vida terrestre es sacrificada en el combate a la vida futura dando paso a un impulso que abre el camino hacia un estado espiritual realmente suprapersonal que hace a los hombres libres, inmortales, interiormente indestructibles logrando una síntesis de los opuestos en cuanto unificación de los aspectos superiores e inferiores de la naturaleza humana.
Hasta
el más audaz de los Kshatriyas tendrá que reconocer que Evola va
demasiado lejos pues este autor desemboca en la conclusión más o
menos explícita de que el guerrero es superior al Maestro espiritual. En
una carta célebre René Guénon lo coloca en su sitio, calificándolo
de "Kshatriya en rebeldía". Es lo que corresponde
pues Evola invierte el orden natural de las
cosas. Pero a su vez Guénon si bien pretende lo
justo en cuanto a la superioridad del Maestro sobre el
guerrero no siempre tiene en claro el sentido y lugar de cada cosa. Tanto
el brahmin como el kshatriya son indispensables tanto en el orden
espiritual como en el social y, lo que nunca se ha subrayado,
existe en esto una predestinación para cada ser en
cuanto a ocupar el orden que naturalmente le
corresponde en el desarrollo de la existencia temporal.
Para aclarar
lo anterior es menester antes precisar una noción fundamental y
generalmente muy mal comprendida que es la de Dharma.
A esta palabra la podríamos traducir brevemente como
"deber" o "ley moral" pero es mucho más que eso. En
rigor es el conjunto de " medios correctos y eficaces, necesarios y
trascendentes para alcanzar el bien y evitar el mal". Es obvio que
el Dharma del brahmin es muy distinto del que corresponde a
un kshatriya. Y la vida enseña que si uno de ellos intenta seguir el Dharma
del otro cae en el adharma, que es el error, el desvío
respecto de lo correcto tanto en lo espiritual como en lo ético.
No
obstante Evola volvió a la carga en sus escritos, especialmente en
cinco breves ensayos reunidos con el título de uno de ellos
"Metafísica de la Guerra". Allí insiste con el culto del héroe
que "muerto gana el cielo y vencedor conquista la tierra". Creo que Evola nunca comprendió el real valor
de la Caballería tradicional como abnegación y servicio con olvido de sí
mismo y de la propia vida. Esto unido a la búsqueda del Santo
Grial es lo esencial de la genuina Caballería
Espiritual. Es por ello que está reservada a hombres y mujeres dignos y
elevados, dado que no debemos olvidar que desde comienzos de la Edad
Media existieron Caballeras, aún cuando hoy, al iniciarlas se les dá el título
de Damas con mayúscula. Incluso existieron Ordenes de
Caballería para las Damas, como ser la Orden de las Caballeras del Hacha,
en Tortosa, quienes llevaban como emblema un hacha roja sobre
el pecho. Ellas impidieron heroicamente en 1149 que los moros
tomaran su ciudad. Otra Orden femenina fue la de las Caballeras de la
Cordelière, quienes usaban como distintivo un cordón de siete
nudos.