ENCONTRAR A DIOS ES
DIFÍCIL, EXPRESARLO ES IMPOSIBLE
Proclo
“Descubrir al Demiurgo
del universo es difícil”, dice Platón.
En efecto, el descubrimiento se obtiene de dos maneras: una procede a partir de
los Primeros por la vía de la ciencia y la otra a partir de los Segundos por
vía de la reminiscencia. Cabe decir que la procedente de los Primeros es
difícil toda vez que el descubrimiento de las propiedades intermediarias está
ligado a la más alta doctrina; en cuanto al descubrimiento a partir de los
Segundos, poco falta para que de ella diga que aún es más difícil pues si a
partir de estos Segundos nos proponemos ver la esencia del Demiurgo, en todo el
conjunto de sus propiedades deberemos considerar [previamente] y en su totalidad,
la naturaleza de los seres que él ha producido, todas las regiones visibles del
mundo y cuantas potencias naturales invisibles hay en él, sobre las que se
fundamentan las simpatías y antipatías en el universo; y antes de esto
[convendrá averiguar] las reglas fijas que presiden a la naturaleza y las
naturalezas en si mismas, tanto universales como particulares, tanto
inmateriales como materiales, las divinas, las demónicas y las propias de los
vivientes mortales; y además, los géneros de seres que retornan a la categoría
de la vida, unos inmortales, otros mortales, unos no contaminados de materia,
los otros sumergidos en la materia, unos tienen valor de totalidades, otros de
partes, unos dotados de razón, otros desprovistos de ella; y también los seres
de complemento más perfectos que nosotros, gracias a los cuales toda la región
intermediaria entre los dioses y la naturaleza mortal quedan bien ligadas entre
si; y las almas de todo tipo, la multitud de dioses que se diversifican según
las diferentes porciones del universo, las conexiones expresables e
inexpresables que relacionan al mundo con el Padre.
En efecto, si no se han considerado estas cosas todo aquel que se
lance hacia el Demiurgo será demasiado imperfecto para concebir al Padre, pues
no está permitido que nada imperfecto tenga contacto con el Todo Perfecto.
Además es preciso que el alma, tornada un mundo inteligente,
haciéndose tan semejante como pueda a la totalidad del mundo inteligible, se
aproxime al creador del universo, que en virtud de esta aproximación se
familiarice un poco con él por aplicación continuada del espíritu, –pues la
actividad de pensamiento ininterrumpido con relación a un objeto despierta y
vivifica nuestras facultades racionales-, que gracias a esta familiaridad y
estando dispuesto ante la puerta del Padre, [el alma] entre en unión con él.
He aquí lo que es el descubrimiento de Dios: ir a su encuentro,
ser uno solo con Él, gozar de su presencia cara a cara, obtener que el se
muestre en persona, cuando el alma “queda encantada” en Él, lejos de cualquier
ora actividad, que incluso entienda como fábulas los discursos científicos
porque está unida al Padre, que se alimente del mismo festín de la verdad del
ser que Él y que en la irradiación de una luz pura, ella sea iniciada con toda
pureza a las visiones perfectas inmutables por siempre.
Sí, he aquí lo que es encontrar a Dios. No consiste en descubrirlo
por la vía de la opinión (pues esta es incierta y muy próxima a la vida
irracional), ni por la vía de la ciencia (pues esta procede por inferencias y
por cadenas de razones, sin tocar inmediatamente la esencia intelectual del
Intelecto demiúrgico). Consiste en hallarlo por una intuición que nos lo
muestra cara a cara, por el contacto con el inteligible, por la unión al
intelecto del Demiurgo. Y ciertamente, este descubrimiento puede ser llamado con
razón “trabajo duro”, en todo el sentido de la expresión, porque es penoso,
difícil de obtener, pues el objeto únicamente se deja ver a las almas cuando
estas han cruzado toda la jerarquía de los seres vivientes, o porque ahí es
donde reside el verdadero combate de las almas, pues es después de las vanas
carreras en lo creado, es después de la purificación, es después de las
claridades de la ciencia que finalmente enciende la actividad intelectual y el
intelecto que reposa en nosotros, que el alma arriba al puerto dentro del
Padre, que lo ubica, lejos de toda mancha, en los pensamientos del Demiurgo,
que junta luz con luz, no sólo la luz de la ciencia, también una luz más bella,
más inteligente, más semejante a la unidad que aquella. Ahí reside el puerto
del Padre, el descubrimiento del Padre, la inmaculada unión con el Padre.
En cuanto a las palabras “cuando uno ha encontrado a Dios, es imposible comunicarlo”, podrían manifestar muy bien la costumbre de los pitagóricos,
que guardaban en secreto la doctrina de las cosas divinas y rechazaban
discutir de ellas con nadie, “pues los ojos del vulgo no tienen suficiente fuerza para sostener
fija la mirada sobre lo verdadero”,
como dice el Extranjero de Elea. También podría ser que estas palabras enseñen
la más augusta doctrina, a saber: que es imposible, cuando se ha encontrado a
Dios, decir las cosas tal como las ha visto. Pues el descubrimiento, a efectos
del alma, no ha consistido en decir alguna cosa, sino en ser iniciado a un misterio
y en quedar sometido a la influencia de la luz divina; para el alma tampoco había
consistido en ser movida por un movimiento propio, sino en mantenerse en aquello
que se podría llamar su silencio. De hecho, ella ya no está en la naturaleza de
aprehender la esencia de las otras realidades por denominación, definición o demostración
científica, sino que las aprehende únicamente por el pensamiento, como dice
Platón en sus Cartas (VII 342 s), ¿cómo podría descubrir la esencia del demiurgo si no
es de una forma puramente intelectual? ¿y cómo podría, habiéndola hallado, divulgar
lo que ha visto por medio de nombres y verbos para darla a conocer a otros? Pues
es imposible al razonamiento discursivo que proceda a describir, por
composición, la naturaleza esencialmente uniforme y simple.
Mas, ¿qué? dirá alguno, ¿no es igualmente cierto que nosotros
discurrimos largamente sobre el Demiurgo, sobre los otros dioses y sobre el
propio Uno? Sin duda. Pero si nosotros discurrimos sobre estas realidades, no
definimos ninguna en su esencia misma. Podemos argumentar al respecto, pero no
podemos expresar la intuición que tenemos de ellas toda vez que [en la
intuición] reside ese encontrar, como se dijo antes. Por tanto, si el alma no
encuentra más que cuando calla, ¿cómo un aluvión de palabras vocales podría
bastar para expresar el objeto hallado tal como es?
Proclus, in Tim. (28 c 3), I, pp. 300. 28-303. 23 Diehl